Cambiar un país
Un profesor o una profesora pueden cambiar a un grupo de alumnos y hasta un colegio entero, pero para cambiar todo un país es muy importante acertar con el modelo y el sistema educativos. Los nuestros tienen, a mi juicio, ciertas carencias. Voy a comentar algunas que me parecen muy relevantes, a las que el lector sabrá ponerles los matices y las excepciones que sin duda existen.
Todavía nuestra educación se orienta excesivamente al saber, en detrimento del saber hacer y, más aún, del querer hacer, asociado este a la inteligencia ejecutiva, la que más incide en la acción (este es sobre todo un fallo de nuestro modelo educativo). Nos afanamos durante los primeros años de vida de los niños en hacer que interactúen con el mundo, que aprendan a hablar, que jueguen y se relacionen con otros pequeños, que sean curiosos, creativos y proactivos y que se hagan y nos hagan preguntas. Unos años más tarde, ya en la escuela, les enseñamos sobre todo a estar callados, sentados y quietos y a seguir al unísono rígidas pautas docentes. Es más, tendemos a fomentar el pensamiento único y a veces un único pensamiento.
¿Dónde están los estímulos a “intentarlo”, a no paralizarse por el miedo a fracasar, a que se levanten si se caen en el intento, a la creatividad, a buscar más la cooperación que la competencia, a tomar decisiones, a fijarse objetivos y tratar de lograrlos, a pensar que el éxito también es el camino y no solo la meta, a valorar el esfuerzo como una recompensa en sí mismo –valorar el proceso y no solo el resultado, que acaba siendo un subproducto de aquel-, a buscar el placer de compartir ideas, más que el de competir por logros, a trabajar juntos y no a juntar sin más el trabajo de unos cuantos, a fortalecer la autoestima, a ser líderes de proyectos y no solo de opinión? Nuestros actuales sistema y modelo educativos están desfasados y no es cuestión de hacerlos evolucionar simplemente de forma normativa o legislada. Necesitamos cambiarlos profundamente. Necesitamos una revolución en la educación, una revolución que no será posible solo desde arriba, desde la política, por lo que también habrá que acometerla desde abajo, a través de un profesorado formado de un modo distinto y utilizando la palanca de las tecnologías.
Dicho lo anterior, tenemos un serio problema con la formación del profesorado, en particular en lo que respecta al buen uso de las tecnologías para la innovación educativa (se trata de un fallo tanto del modelo como del sistema educativos). No debemos confundir, en todo caso, la innovación educativa con la novedad. Que algo sea novedoso no significa que sea innovador. La innovación es una novedad que triunfa. Igual que cuando hablamos de una innovación en el mercado nos referimos a un producto o servicio que ha tenido éxito comercial, en el ámbito educativo una experiencia que no conlleve el éxito o este no pueda demostrarse objetivamente, no podrá ser considerada innovación educativa.
Es frecuente confundir las mejoras en el proceso de enseñar con aquellas que realmente suponen avances en el aprendizaje por parte de los estudiantes. Utilizar la tecnología para hacer presentaciones más vistosas, ahorrar tiempo en la preparación de los contenidos o facilitar su reutilización, puede serle útil al profesor para enseñar, pero no necesariamente al alumno para aprender. Recuerdo hace años a un colega cuando empezó a utilizar el PowerPoint en sus clases, reproduciendo con esta herramienta exactamente los mismos teoremas y demostraciones matemáticas que antes iba desarrollando en la pizarra, con la desventaja de que al no tener que escribir, pasaba tan rápido las páginas que sus alumnos no podían entender nada de lo que explicaba. El caso es que este profesor estaba ufano por lo que él calificaba de importante innovación educativa en sus clases. También de no mancharse las manos ni la ropa con la tiza. Reconozco que esto último era cierto.
Finalmente, creo que nuestra educación es homogénea y homogeneizadora (un fallo del sistema). Al igual que la ropa fabricada en serie no se adapta a las peculiaridades de nuestro cuerpo como la hecha a medida, la educación prêt-à-porter intenta “vestir” todas las cabezas de un modo uniforme, sin tener en cuenta que cada persona es distinta. Yo soy yo y mis circunstancias, decía Ortega y Gasset, y también aprendemos de acuerdo con nuestras circunstancias, por lo que el proceso de aprendizaje ha de adaptarse a ellas y esto puede hacerse si disponemos de las tecnologías adecuadas y las utilizamos convenientemente. La ropa podemos cambiarla en cualquier momento, pero la educación, buena o mala, nos acompañará toda la vida.
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