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Chile y la larga sombra del pasado

El líder del ultraderechista Partido Republicano de Chile, José Antonio Kast, tras conocer los resultados de las elecciones constituyentes

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El pasado domingo, un jarro de agua fría cayó sobre buena parte de la sociedad chilena. La misma que, hace apenas dos años, aupó al poder a toda una generación de jóvenes dirigentes fraguados al calor de las movilizaciones estudiantiles de 2011 y consolidados tras el estallido social de 2019, que representa bien el presidente Gabriel Boric.

Una mirada rápida a los números de la elección del Consejo Constitucional del pasado domingo nos aporta algunos datos relevantes, más allá de los gélidos titulares. Las opciones de derecha y extrema derecha suman un contundente 48,6% de los votos frente al 30% de las opciones de la izquierda. Pero la abstención y el voto nulo suman un 21,5% y más de 2,6 millones de votos (en el plebiscito constitucional de septiembre de 2022, donde, como ahora, el sufragio también era obligatorio, el voto nulo y blanco se quedó en un 2%). Probablemente, un amplio sector de la sociedad chilena no supo ver en el ejercicio del domingo un instrumento útil para mejorar su realidad. No en vano, los mensajes de algunos dirigentes, como el alcalde de Valparaíso, el izquierdista Jorge Sharp, llegaron a calificar la cita de “intrascendente”. 

Resulta obvio que, como ocurre en este tipo de procesos, no solo hemos asistido a una votación sobre los dirigentes llamados a definir el modelo constitucional de Chile. De hecho, la victoria del domingo se personifica en la figura del líder de la extrema derecha, José Antonio Kast, que impugnó el proceso desde el principio y es firme partidario de la continuidad de la Constitución pinochetista. En consecuencia, ni él ni ninguno de sus portavoces habló demasiado de propuestas constitucionales. Pese a la paradoja que representa que hayan logrado la mayoría de un organismo en el que no creen, siempre han sido coherentes en todo lo demás. No han tenido complejos en plantear un programa reaccionario que les ha permitido mantener a sus bases cohesionadas e intentar penetrar en otros segmentos a través de un trabajado discurso populista. El apoyo de algunos sectores de las élites, que se han sumado a su barco tras el declive en el que entró la derecha tradicional, hizo el resto.  

El presidente Boric y su Ejecutivo, por el contrario, están experimentando las dificultades y contradicciones que implica ejercer la acción de Gobierno, a la vez que lidian con la desunión en el campo de la izquierda y se enfrentan a la ferocidad de una oposición que no está dispuesta a hacer la más mínima concesión. Por eso, quizás, uno de los elementos que merecieran una revisión tiene que ver con la capacidad para construir una agenda política propia que incluya un programa ilusionante para los amplios sectores de la población que le dieron su confianza en 2021. En lugar de eso, en varias ocasiones hemos visto al presidente Boric teniendo que bajar a debatir en los embarrados terrenos preparados por la extrema derecha, que trabajó cuidadosamente para que dos de sus temas estrella, la seguridad ciudadana y la inmigración, fuesen los asuntos principales de la agenda pública chilena de los últimos meses. 

En un contexto de polarización máxima, el intento desde la izquierda por competir ahí es infructuoso. Tratar de ganar o desmovilizar a segmentos de la sociedad, supuestamente moderados, con un discurso relativamente duro en materia de seguridad o de inmigración ha resultado inútil para Boric. En esos ámbitos, poco tiene que ganar quien ha construido su capital político en base a una agenda social cuya implementación está aún pendiente. 

En comunicación política hay una vieja máxima que dice que, cuando un adversario se adentra en la ruta equivocada que le has preparado, es bueno no distraerle. Mejor que avance y que el taxímetro siga subiendo. Cuando se dé cuenta de su error ya será muy difícil volver atrás y el efecto es doble: en primer lugar, refuerza un marco discursivo ajeno; en segundo lugar, desmoviliza a su propia base. Kast y los suyos han seguido a la perfección el manual y hay que reconocerles que han logrado imponer su propia agenda a todo un país. 

Finalmente, tras el ejercicio del pasado domingo, algunos analistas se han apresurado a plantear que Boric debe hacer un ejercicio de moderación aún mayor. Pero el problema, en realidad, pocas veces son las formas: el presidente chileno es un joven dirigente de modos pausados y formas exquisitas. La clave está en el fondo, y pareciera que, a priori, la necesidad más urgente para el Gobierno chileno es volver a reconectar con su propia base, ofreciendo un programa claro de futuro que reordene prioridades y profundice su propia agenda, sin mirar en exceso por el retrovisor a las largas sombras del pasado.

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