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Los compromisos históricos son el sol del futuro

Pedro Sánchez y Pere Aragonès, en Barcelona. (Archivo)

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En julio de 2016, tras la repetición electoral de junio, en una reunión semanal del Grupo Socialista en el Congreso para preparar el pleno, expresé lo que era el sentir mayoritario de los socialistas de Baleares: la necesidad de trasladar a las instituciones la pluralidad de las urnas que ya se había plasmado en muchas acuerdos de gobernabilidad autonómicos, como el de las islas, a partir de mayo del 2015, y que se intuía claramente que debía trasladarse también a la escala del gobierno del país.

No era un capricho, ni una ocurrencia, era dar vida a la pluralidad y diversidad del país llevándolo a las instituciones.

Y añadí en una intervención breve, y a pocos meses del fatídico voto a Rajoy del que participé con un no a su investidura, que la pluralidad del Estado también suponía el reto, además de gobernar en una coalición por la izquierda por primera vez, de resolver la cuestión de Catalunya con un abordaje desde la política, buscando acuerdos para desinflamar territorialmente España.

Por tanto, mis posiciones que aquí defiendo ni son ni nuevas ni oportunistas. Estábamos en 2016 lejos de referéndums, del 155, de urnas y de condenas. Era una propuesta alternativa y progresista a la de una gran coalición y por supuesto a la de una gran abstención. Y a una repetición electoral. La realidad del país se imponía y esa propuesta del 2016 -coalición por la izquierda y política en Catalunya- volvió a reflejarse en las urnas en el 2019, igual que en 2023.

Una propuesta que se materializó tres años después con el acuerdo de coalición en 2019 tras la moción de censura y tras un tiempo en el que el PP llevó a Catalunya al abismo por su inacción, aunque eso no elude responsabilidades de los partidos independentistas, que también deben reflexionar sobre cómo se ha transitado el camino al abismo en estos años. Lo cierto es que hoy podemos decir que esa fractura en forma de desconexión y unilateralismo, también se ha venido reparando a posteriori con un trabajo en Catalunya después de que el gobierno de Rajoy se abstuviera de tomar ninguna vía de solución y diálogo.

En 2016 no se trataba de votar no a Rajoy, sino de reflejar los votos de los ciudadanos y ciudadanas en las instituciones y de buscar soluciones políticas para Catalunya. Hoy, en 2023, asistimos a un momento político que obvia -sin duda a propósito, estos dos grandes elementos que se han consolidado desde el 2018: España ha progresado gracias a un gobierno de coalición y un liderazgo claro de un partido socialista que es hoy uno de los faros del proyecto europeo, por un lado. Para decirlo en otras palabras, España se parece mucho más a lo que es ahora que en el 2016.

Y por otro, una vuelta progresiva al encaje de Catalunya en una España diversa, plural, europea y progresista. Con dificultades, heridas y cicatrices todavía abiertas, por supuesto. Y sin embargo, si algo se ha conseguido, es certificar que la coalición progresista ha sido un éxito -las cifras económicas cantan, el país va mucho mejor que los que nos venden el apocalipsis, y Catalunya ha decidido jugar en el tablero español y europeo. Un reciente cambio de rumbo en la Cámara de Comercio de Barcelona es un buen ejemplo de ello.

En el 2023, por tanto, trasluce un país que ha salido del apocalipsis progresista y catalán con nota. Eso se ha conseguido con política, diálogo y acuerdos, algo que se ha consolidado porque hay una hoja de ruta plural y real de España, con un movimiento feminista de fondo sin precedentes, que tiene como alternativa un relato de acabar precisamente con la pluralidad y la realidad diversa de nuestro país. O al menos eso parece que es la ruta del PP y Vox, y de momento no lo desmienten ninguno de los dos.

Estamos ante una paradoja sin igual. Con un país plural que está a dispuesto a avanzar con acuerdos, desde la generosidad, incluso con fórmulas para perdonar lo que muchísimos catalanes sienten como un agravio por expresar un proyecto político que no tenemos porqué compartir y que en países como el Reino Unido o Canadá se ha saldado mediante el diálogo en lugar de con la cárcel, la propuesta del PP y Vox es un 155 Plus. No hay nada más que ofrecer, por eso incomoda tanto a la derecha de este país que haya posibilidad de soluciones a la realidad de Catalunya. Que Catalunya dialogue es una señal de que la España plural suma, y no resta, que es lo que producen PP y Vox.

Ante una oportunidad de dialogar -porque los partidos catalanes se han sentado (que es lo que no puede hacer el PP por el lastre de Vox) tras años de cerrazón y vías unilaterales- hay un movimiento de ofendidos a nivel nacional que en realidad tienen una agenda que he escuchado durante cuatro años en el Congreso. Prohibir las voces divergentes, por supuesto deslegitimar a (todos) los partidos que no sean PP y Vox a través de una nueva ofensiva que nos llevaría a otro momento de delirio, división y crispación en Catalunya y en todos los territorios, sin duda. Y si la propuesta es una gran coalición cuando hay una mayoría alternativa, es que se niega es realidad plural.

Esa es la paradoja del 155 Plus: en nombre de la unidad el proyecto es volver a incendiar y por supuesto hacerlo contra Catalunya, introduciendo en el marco público un bochornoso relato de cesión de diputados “buenos” para frenar a la España mala y plural, cuando en realidad hoy la España plural es más representativa que la España que nos dibuja Vox, que por cierto desprecia con su acto en el Congreso con los pinganillos y que el PP ha avalado.

El camino no va a ser ni evidente, ni fácil, ni exento de decisiones que tienen sobre todo una raíz, y es la de avanzar en un Estado que sea capaz de reconocer que hay que debatir sobre nuestra plurinacionalidad, acerca de una reforma federal, de repensar de nuevo un encaje para Catalunya tras una década de crisis continuadas, de asumir un nuevo planteamiento fiscal además de buscar un modelo institucional mucho más descentralizado y plural. Y eso también puede pasar por reformar una Constitución como la de 1978. Es sorprendente que nos hayamos quedado en el mantra de que la amnistía es el peaje de la investidura de Pedro Sánchez. Discrepo. La oportunidad que no peaje es reconfigurar territorialmente España. Y esta situación tan compleja a nivel parlamentario que es la de nuestro país hoy se puede contemplar como una oportunidad para ir con el mantra de un nuevo 155 Plus contra los que quieren romper España, o como una oportunidad para hacer una nueva transición territorial a medio plazo en la que España se parezca mucho más a la del 2023 que a la de 1978.

Hay dos caminos, y por mucho que mucha gente ponga el grito en el cielo, la oportunidad que se presenta es única. No se romperá España, simplemente vamos a parecernos mucho más a lo que deberíamos ser hace ya mucho tiempo. La amnistía, ese elefante del que el PP no para de hablar sin que se sepa si existe todavía formalmente sirve, como con los indultos, para crear una ruido ensordecedor que luego acaba siendo poco cercano a la realidad cotidiana.

Sin embargo, tapa lo que tenemos por delante. Reinventar este país territorialmente. Debemos aprovechar esa idea de compromiso histórico para repensar de verdad el futuro. Parafraseando consignas que el comunismo italiano construyó tras la Segunda Guerra Mundial y Nanni Moretti tan bien expresa en sus filmes, los compromisos históricos son el sol del futuro. También en y con Catalunya, por supuesto en una España plurinacional, federal y más real que nunca.

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