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Delors, en el año de todas las democracias

Jacques Delors, en una imagen de archivo.

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Jacques Delors nos dejó el 27 de diciembre pasado a las puertas del año en que la democracia global va a ser puesta a prueba prueba por dos grandes procesos electorales, en Estados Unidos y en la Unión Europea, cuyos resultados condicionarán el futuro del planeta. Precisamente en este 2024 se cumplen 40 años de su toma de posesión como presidente de la Comisión Europea, cuando vaticinó que Europa se enfrentaba al declive o a la supervivencia. El proyecto es hoy más fuerte y más global pese a las casi dos últimas décadas de crisis al tiempo que la Unión se ha ido ampliando no sin contradicciones y, paradójicamente, tiene cada vez más fuerza hacía el este.

Su legado tiene una dimensión histórica porque su mandato como presidente de la Comisión fue la de una personalidad que puso las bases para una profundización del proyecto europeo. Y lo hizo sobre unos cimientos de una Europa social y ciudadana pero también como actor global competitivo, que ha sido precisamente el camino del éxito en estos años de respuesta a la austeridad y a las diversas crisis externas en las que se han superpuesto la crisis migratoria, pandemia del Covid, la agresión rusa a Ucrania y la emergencia climática y energética que condiciona el presente y futuro de nuestra Europa.

Jacques Delors, un grande ya de Europa, construyó un proyecto europeo más sólido a nivel económico, más justo a nivel social, y abrió el camino para una Unión que fuera un espacio único en el que circulasen personas, bienes y también valores. La Unión actual es la que en muchos aspectos diseñó el hombre que renunció en 1994 a competir por la presidencia de la República francesa. 

Si este último período se ha conseguido un proyecto más unido, precisamente ante crisis externas como la agresión de Putin a Ucrania o la situación sanitaria que ha obligado a un Plan de Recuperación que tiene pocos precedentes en la reciente historia europea, ahora el reto que se plantea tiene claramente que ver con el estado de nuestras democracias, con los principios y valores que deberían ser la base del acervo de los ciudadanos de la Unión, la base de la convivencia desde la diferencia, la diversidad y el respeto a valores consagrados en los textos fundamentales de la Unión.

Y sin embargo, en el tiempo en el que perdemos a referentes como Delors, lo que percibimos con fuerza es un retorno de unos valores y de un lenguaje que estos días se ha visualizado bien en Roma con cientos de personas haciendo el saludo fascista romano en la capital de uno de los países fundadores de las Comunidades Europeas. Hoy, en 2024, degradar y erosionar la democracia es uno de los ejercicios al que más recursos destinan un buen número de líderes y partidos europeos, y también otras figuras al otro lado del Atlántico como Donald Trump, que, no olvidemos, fue un elemento clave para un asalto al Capitolio o, lo que es lo mismo, un asalto a una de las democracias más consolidadas del planeta.

Delors nos alienta a recordar que somos por encima de todo una comunidad de valores, y que esos valores son comunes a los países miembros. Hoy, en muchos de ellos, desde Francia a Hungría, desde Portugal a Suecia, los ciudadanos buscan refugio en proyectos autoritarios, populistas, contra la diversidad, contra valores universales y también contra la propia democracia. Una paradoja, pero también una realidad: los valores universales que nos han hecho un proyecto de paz y prosperidad hoy parecen perturbar y molestar a buena parte de la ciudadanía.

Las razones son son sencillas, y además son múltiples. La falta de expectativas culturales, sociales y económicas para mucha gente, la dificultad para entender el mundo global, el refugio en la identidad como el eslabón salvador perdido de una felicidad que ya no existe, el odio hacía el otro como tabla de salvación ante el malestar individual y la galopante globalización tecnológica, la negación de otras formaciones políticas diferentes para validar los propios proyectos, el papel de lo público y de la justicia social percibido como negativo cuando es en realidad un ascensor para la equidad social.

Todo ello, sin duda, parece formar parte de un relato de valores que con el vector de ir contra la democracia, parece divisar en el horizonte nuevas sociedades más cerradas, autoritarias, basadas en el odio y en la división, que lo que hacen es reforzar la idea de que la democracia es en realidad una molestia muy seria para la gente que lo pasa mal y muy especialmente para nuestras libertades individuales. Y que con menos democracia y más modelos autoritarios un esplendor pasado nos beneficiaría individualmente mucho más.

Si la democracia es tolerar, ceder, aceptar al otro, compartir valores, ser solidarios, y sobre todo aceptar que en democracia el otro también tiene derecho a existir, hoy la democracia para muchos es un obstáculo para proyectos que son excluyentes de los valores universales de la Unión. Y por eso este 2024 es capital, porque la democracia europea y la norteamericana estarán en juego en junio y noviembre, respectivamente.

En este tiempo post-Delors las elecciones europeas y las elecciones americanas van a marcar los próximos años. Se votará en el 2024 en esa clave. Para un mundo que defienda valores compartidos, o que priorice una involución antidemocrática que produce monstruos en nuestras sociedades. Polonia acaba de votar por un proyecto más democrático y tolerante, frente a proyectos lejanos a ello como el de Hungría. España ha hecho lo mismo que Polonia, cerrando la puerta de la gobernabilidad a la extrema derecha a nivel nacional. Las europeas serán un barómetro ante lo que ofrecen ambos proyectos, o más socialdemocracia, o una nueva derecha autoritaria a la que los conservadores clásicos no saben cómo combatir ni absorber si no es adhiriendo a este relato extremo.

Ante esta disyuntiva, el presidente Delors, como hizo en 2013, lo diría de forma clara. 0. El resto, la alternativa, se parece más a lo que hemos visto con Donald Trump durante sus cuatro años de mandato.

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