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COP27: Nos quedamos sin excusas para pasar a la acción

Activistas con banderolas durante la COP 27 en Egipto.

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En 1995 hubo un hito que marcó a todos los que nos dedicamos al cuidado del medio ambiente: se celebró la primera Cumbre del Clima (COP), organizada por las Naciones Unidas, donde 118 países reconocieron que el cambio climático era un problema global que había que estudiar y abordar. 

A esta la siguieron, año tras año, otras, algunas de ellas muy relevantes: como la de Kioto en 1997, donde se creó un protocolo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global o la de París en 2015, que finalizó con un acuerdo unánime para limitar este calentamiento a no más de dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales.

Han pasado más de dos décadas desde entonces y, a la vista de los fenómenos climáticos extremos que estamos presenciando —olas de calor en Europa, que en España han ido acompañadas además de falta de lluvias e incendios forestales intensísimos; inundaciones en Pakistán, sequías prolongadas en China, el Cuerno de África y Estados Unidos- es necesario reconocer que no hemos hecho suficiente por paliar este problema. 

Estos días se celebra la COP27 en Egipto y, un año más, tenemos por delante una excelente oportunidad para reflexionar e impulsar acciones reales. Sin embargo, a diferencia de 1995, estamos en un momento mucho más crítico, porque las consecuencias del cambio climático no son un riesgo, sino una realidad que desgraciadamente forma parte de nuestro día a día. Naciones Unidas lo ha dicho alto y claro: aún suponiendo que los países cumplan los compromisos que han adquirido, que ya es mucho suponer, la temperatura media del planeta tendría un incremento de 2,5 grados para finales del siglo XXI, posiblemente antes. 

Por eso es tan urgente que todos seamos conscientes de que el cambio climático es una amenaza global, con consecuencias que van mucho más allá del aumento de la temperatura. Influye en la falta de alimentos, en el agotamiento de los recursos como el agua, en las migraciones forzosas de población…en definitiva, en la salud y la vida humana. A esto se le suma algo terrible: aunque sea contradictorio, los países en vías de desarrollo, que son los que menos han contribuido a este problema por su ubicación en el globo, son quienes desgraciadamente están más expuestos a él y disponen de menos recursos para paliarlo. 

Llegados a este punto, ¿qué se puede hacer? Sin duda, los gobiernos tienen una enorme responsabilidad y en la COP27 son quienes deben actuar para tomar medidas políticas efectivas y reales que permitan atajar este desastre. De hecho, este año, entre los temas capitales de la cumbre está afrontar las pérdidas y daños ya causados por el cambio climático, impulsar la solidaridad internacional para ayudar a los países más vulnerables y, sobre todo, pasar a la acción para poder frenar esta amenaza. 

Dicho esto, no nos engañemos: el cambio climático es solo uno de los efectos más tangibles de lo que la actividad humana está haciendo en el planeta. Pero no es el único. El consumo desaforado de materias primas —en muchos casos, al borde del agotamiento—, la pérdida de especies, la contaminación de los ecosistemas marinos y terrestres derivada del abandono de basuraleza…se suman a los efectos del calentamiento global y también están poniendo en peligro nuestra salud y la de la Tierra.

Revertir esta situación no es solo responsabilidad de los gobiernos. Empresas y ciudadanía tenemos que implicarnos para que, entre todos, seamos capaces de cambiar la manera en la que producimos y consumimos (y, en general, la manera en la que nos comportamos). En este sentido, la economía circular es algo imprescindible que tenemos a nuestro alcance y que no termina de ser una realidad. Este nuevo modelo económico pone al mismo nivel la sostenibilidad y el desarrollo y pasa, entre otras acciones, por avanzar en un uso más eficiente de los materiales, en la reutilización, en el reciclaje de productos y en la minimización de los residuos. De hecho, en el último informe del IPCC se subraya la necesidad de que el sector industrial aborde todas estas medidas —que muchas compañías ya están poniendo en marcha, aunque queda camino por recorrer— para alcanzar los objetivos climáticos.

En el ámbito individual, también todos tenemos a nuestro alcance la posibilidad de adoptar una actitud circular: implica modificar nuestra manera de desplazarnos, elegir mejor qué y cómo compramos, ahorrar agua y energía, evitar el desperdicio alimentario, reutilizar, reparar o reciclar nuestros residuos para que tengan una segunda vida. Unos cambios de hábitos que no son siempre cómodos, pero sí necesarios para combatir esta crisis climática y ecológica. 

Mientras esperamos qué nos depara esta COP27, en la que como cada año hemos depositado todas nuestras esperanzas y por suerte, cada vez somos más los que alzamos la voz para reivindicar su importancia, no dejemos de recordar que el cambio climático ya está aquí. Si bien no somos capaces de frenarlo, al menos debemos intentar que sus consecuencias nos afecten lo mínimo posible. Y no podemos esperar a la siguiente COP para hacer algo porque nos hemos quedado sin excusas. La buena noticia es que, en nuestros gestos, en nuestra actitud, también está buena parte de la solución. 

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