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La Covid-19 evidencia la desigualdad en el cuidado de la vida de las personas

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Eva Herrera

Responsable de Género en InteRed —

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La pandemia del coronavirus y sus consecuentes crisis, como todas, desajusta nuestra forma de vivir, aunque no lo hace de la misma manera y sus impactos e implicaciones son diferentes para hombres y mujeres. 

Lavarnos las manos, quedarnos en casa, procurar recibir tratamiento médico, ir a comprar al súper, teletrabajar, acceder a medios digitales, sostener la salud mental de nuestras familias y amistades, etc. parecen medidas sencillas para afrontar esta situación de emergencia, pero son medidas que preservan los privilegios de unos países sobre otros y de unas comunidades sobre otras. Esta situación, acentúa además, las desigualdades de género. 

Y es que, como recientemente ha publicado ONU Mujeres, las mujeres están en primera línea de respuesta de esta emergencia de salud global como profesionales sociales, sanitarias, voluntarias y cuidadoras, asumiendo mayores costos físicos y emocionales, así como un mayor riesgo de infección. Urge tener presente el enfoque de género para que las voces de estas mujeres estén representadas en los espacios donde se deciden las estrategias contra la pandemia. 

Esta crisis sanitaria no es inesperada y se entrecruza con las múltiples crisis interconectadas que vivimos, como la ambiental, la extractivista, la migratoria, la feminicida, y en general, con la crisis global de derechos humanos. Nuestro sistema heteropatriarcal capitalista y racista lleva muchos años privatizando la salud, contaminando el planeta, explotando a las mujeres, precarizando sus vidas, sus cuerpos-territorios. Todo ello abona el terreno para las pandemias y para la emergencia climática que estamos viviendo. 

La dificultad en la respuesta sanitaria que vemos a nivel mundial ante la rápida propagación de la pandemia y las medidas de aislamiento social que están implementando la mayoría de los países, sacan a la luz, de una forma pronunciada, la crisis de cuidados que vivimos globalmente. Una crisis que, pareciera que su solución pasa por nuestra responsabilidad individual, olvidando que es estructural y global. 

De las maestras que vienen trabajando años en la economía feminista, economía del cuidado y el ecofeminismo hemos aprendido que somos seres interdependientes y ecodependientes, y que necesitamos bienes, servicios provenientes de la naturaleza y cuidados para sobrevivir. Y que, de nuevo, lo que emerge, es un conflicto entre el capital y la vida, poniendo en riesgo lo más preciado que es la vida. 

Esta pandemia pone de relieve nuestra vulnerabilidad, y nuestra necesidad de cuidar y ser cuidadas. Todas las personas hemos precisado o precisaremos cuidados o cuidaremos a alguien en todas las etapas de nuestro ciclo vital. ¿Pero todas las personas cuidamos y somos cuidadas por igual?, ¿qué está pasando con los cuidados en esta emergencia sanitaria? 

Sabemos que históricamente las mujeres hemos asumido la carga de los cuidados no remunerados, tareas vitales y fundamentales que en la mayoría de ocasiones no tienen el reconocimiento necesario, tanto económicamente como socialmente. Actualmente, diversas organizaciones y estudios nos dicen que además de las consecuencias que tiene esta pandemia en la salud de la sociedad, su impacto social recae sobre todo en las mujeres que soportará una carga desproporcionada puesto que conforman el 70% del volumen de los trabajos sanitarios (OMS, marzo 2019) y del sector de los cuidados y, por otro lado, son las que realizan más de las tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerados. 

Una vez más, se confirma que las mujeres siguen siendo las más afectadas por el trabajo de cuidados no remunerado, sobre todo en tiempos de crisis. Debido a la saturación de sistemas sanitarios y al cierre de las escuelas, las tareas de cuidados (el cargo de los menores, el cuidado de las personas mayores...) recaen principalmente en las mujeres. 

Poblaciones más vulneradas 

La pandemia no afecta de forma igual a todas las personas, unas vidas valen más que otras. Hay personas y colectivos que por su posición más desfavorecida sufren más esta crisis : las familias sin ingresos, las personas que dependen de trabajos temporales y/o precarios, las personas ancianas, las personas sin hogar, las que tienen diferentes capacidades, las migrantes y las trabajadoras del hogar, sin olvidar colectivos de riesgo como son prostitutas, víctimas de trata o las víctimas de violencias basada en género, y violencia sexual, que se encuentran actualmente confinadas con sus agresores. Se corre el riesgo de aumentar nuestra brecha de desigualdad, por lo que su abordaje debería realizarse en función de los ingresos, el género, la geografía la raza y el origen étnico, la religión o el estatus social. 

En el caso de las trabajadoras del hogar y los cuidados, sigue siendo necesario hablar de lo que viven estas mujeres que sufren despidos arbitrarios, con indemnizaciones muy inferiores respecto a otros sectores, sin derecho de prestación de desempleo, etc. Pese a la prestación recientemente aprobada, nos adherimos a la inquietud del sector, que subraya que no es suficiente si deja fuera al 30% de las trabajadoras que se encuentra en situación administrativa irregular. 

La experiencia nos dice que las mujeres salen más pobres de las crisis, que tienen más dificultades para incorporarse a trabajos productivos, que se enfrentan a vidas más precarias. Es necesario reconocer el impacto de la COVID-19 en las mujeres y niñas y asegurar que se abordan sus necesidades y sus derechos a través de políticas sociales de redistribución de la riqueza y de reorganización de los tiempos para que la corresponsabilidad en los cuidados y la reproducción de la vida sea una obligación. 

Es necesario que gobiernos y autoridades asuman la dimensión estructural de los cuidados y no dejen a nadie atrás para que cuando salgamos a la calle sea sin miedo y protegidas. 

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