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Decidir es decidirse entre el riesgo y la incertidumbre

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Vivir el día de cada día entraña la maravilla de poder renovarnos una vez más, estrenarnos continuamente, como vamos a estrenar los regalos que hemos recibido en la Noche de Reyes; sabiendo que todo regalo tiene mucho de gratuito y algo de sorprendente. 

Encaramos la hora de ahora hacia delante, mirando el porvenir, si bien la entendemos mejor encuadrada en nuestra narrativa personal, que nace en el pasado. Las acciones nos definen, los pensamientos y deseos pueden llegar a colorearnos, aun cuando a menudo sólo nos tiñen.

El virus, que reiteradamente nos confina, vuelve a poner a prueba nuestra aptitud para bailar en un trío, con el riesgo y la incertidumbre. El primero aporta la contingencia, es decir, la posibilidad de que algo suceda o no, que, además, conlleve un daño; por ejemplo, para la salud, o la economía. La incertidumbre, aunque menos agresiva, muerde en la falta de certeza, que ocasiona duda o indecisión. De saber a no saber, y vuelta.

En el futuro hay de todo, la gracia estriba en saber buscar lo que queremos. Conviene, no obstante, caer en la cuenta de que sólo será verdad que lo bueno está por venir si acertamos en lo que hagamos.

Gerd Gigerenzer, director del Centro de Evaluación de Riesgos​ en el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano en Berlín, apunta una distinción práctica que resulta eficaz para nuestros afanes cotidianos: “¿Cómo debemos tomar decisiones cuando todas las alternativas, consecuencias y probabilidades son conocidas?” Para acometer ese riesgo propone usar las evidencias empíricas, que han sido depuradas estadísticamente. A mayor evidencia empírica, mayor solidez estadística. Sin embargo, el juego tan serio de la vida nos pone ante otros dilemas genuinos, a los que hay que plantearles una pregunta ligeramente distinta, pero esencialmente divergente: “¿Cómo debemos tomar decisiones cuando no todas las alternativas, consecuencias y probabilidades son conocidas? Este es el momento de gloria de la heurística, es decir, de la indagación, la intuición o, en palabras de Gigenrezer, de las Bauchentscheidungen, que no es ni más ni menos que ver qué le sale a uno de las tripas. La herramienta para el riesgo es la estadística y para la incertidumbre el estómago, o, en su caso, el dedo, veleta que apunta por dónde nos da el viento.

El psicólogo alemán identifica cuatro reglas orientativas para nuestros pasos de baile, según dancemos con el riesgo o la incertidumbre:

Una buena decisión en situaciones de riesgo puedo no ser la mejor en contextos de incertidumbre.

La indagación heurística es indispensable para adoptar buenas decisiones en la incertidumbre; no supone, sin embargo, una limitación de nuestra inteligencia.

Los problemas complejos pueden no requerir soluciones complicadas.

Más información, tiempo y cálculo no siempre conduce a mejores decisiones.

Las acciones humanas atienden a razones (la razón es necesaria), aunque no suelen ser infaliblemente determinantes (la razón no es suficiente): la acción humana no es la conclusión de un razonamiento matemático, ya que guarda siempre una veta de misterio, como todo lo que es inconstante y versátil, propio de una mente libre y creativa, abierta al mundo. La vida es una trama en la que podemos aspirar a lo imposible pero sólo elegir entre lo real.

No hace cinco lustros en los que la sociedad española vivió tiempos como el riesgo también era multiplicado por la incertidumbre, fueron los que envolvieron el nacimiento de la democracia y del texto constitucional que aún rige en España. Las encarnizadas negociaciones políticas se libraban, según confesaba el político centrista Fernando Abril Martorell, entre cigarrillos. De él se cuenta que echaba mano de una máxima popular para ir salvando, con sus compañeros y contrincantes de fatigas, los graves escollos sin aumentar los riesgos reales de diversa índole, a la vez aclimataban la incertidumbre de lo inesperado pero posible. Esa regla compartida por todos no procedía de la analítica de datos, sino de las tripas del avezado político; apuntaba a la visión de conjunto propia del bien común, a la prudencia en la ejecución, a la sagacidad en la relación personal y a la sabiduría de quien sabe que tener razón está reñido con conseguir que impere : “ojo de águila, paso de mulo, diente de lobo, y todo el rato hacerse el bobo”. Como otros rasgos de lo vintage, bien se podría merecer un like.

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