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Economía creciente, salarios menguantes

Empleada del servicio de limpieza de habitaciones en un hotel

Liliana Marcos

Investigadora en Desigualdad y Políticas públicas de Oxfam Intermón —

Al mantra frecuentemente escuchado de: “Es mejor un mal trabajo a que no tener trabajo” le falta un componente fundamental: la parte del pastel de la actividad económica que se convierte en beneficios empresariales. La precariedad laboral (poco salario, muchas horas, ningún control sobre tu vida) no sería necesaria si cambiamos la máxima que propone que salarios bajos suponen menos desempleo. La ecuación debería ser algo así como “menos de beneficios empresariales junto con salarios dignos construyen una economía que funciona para todos y todas, y no sólo para una privilegiada minoría”.  

¿No es la hora de que la recuperación económica deje de ser a expensas de las trabajadoras y trabajadores devaluados? Debemos entrar en otro escenario, en un círculo virtuoso que se sostiene en que profesionales mejor pagados aumentan la demanda y la producción, incrementan beneficios, y... eso supone de nuevo, volver a empezar: con trabajadores bien pagados, y aumento del empleo,, delos salarios y la demanda.  

La respuesta es un sí rotundo, y no por capricho o porque así lo afirmen Draghi o el Gobernador del Banco de España. Es un sí contundente porque así lo dicen los números, y los números no mienten. Tal y como recoge el informe ¿Realidad o ficción? La recuperación económica, en manos de una minoríaRealidad o ficción? La recuperación económica, en manos de una minoría, que Oxfam Intermón ha presentado hoy coincidiendo con el inicio del Foro Económico Mundial de Davos, la economía española ha crecido a pesar de que el peso que la masa salarial tiene sobre el conjunto del PIB haya caído. Mientras que la participación de los salarios en la renta disponible bruta cayó un 0,5% desde el año 2000 hasta el 2016, los dividendos incrementaron su participación un 60% respecto al año 2000.

La productividad se ha convertido casi exclusivamente en beneficios que han pasado casi íntegramente a ser rentas del capital. Y como el capital está muy concentrado, el crecimiento económico no contribuye a reducir la desigualdad como debiera. Sin un reparto más justo entre dueños del capital, una minoría, y trabajadores, la gran mayoría de la población, este año volveremos a ver algo parecido a lo que pasó en 2017, cuando el 40% de toda la riqueza generada cayó en las manos del 1% más rico. El 50% más pobre, 23 millones de personas, se llevaron apenas el 7%.

El rostro de la devaluación del empleo

Frente a ese 1% enriquecido, al otro lado tenemos a las personas trabajadoras pobres o vulnerables, la inmensa mayoría de ellas, mujeres. Más del 73% de las personas de los tramos salariales más bajos son mujeres y una de ellas es Dolores. Su historia es un ejemplo más de lo complicado que se hace vivir tras la gran devaluación salarial que se produjo durante la crisis económica entre quienes cobraban menos; y que aún no hemos revertido. De media, el 10% con peor sueldo de las personas trabajadoras han perdido desde el inicio de la crisis el 15% de su sueldo; Dolores, guardia de seguridad en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, perdió unos 300 euros al mes. Ella y sus dos hijos viven con algo menos de 700.

En parte fueron las grandes tasas de desempleo las que tiraron de los salarios a la baja, pero también contribuyeron algunas de las medidas incluidas en la reforma laboral de 2012. En aquel entonces se explicaba la devaluación salarial como medida necesaria para permitir que las empresas se adaptaran a la crisis sin tener que despedir. Tras cuatro años de crecimiento esa lógica ya no se sostiene, a pesar de que los cambios legislativos de entonces sigan permitiendo casos como el de Dolores.

El suyo es una combinación de la Ley de subcontratación pública, que prioriza las ofertas más económicas a la hora de resolver concursos públicos, con la reforma laboral que permitió que las empresas se “descolgaran” de los convenios sectoriales pactados por patronal y sindicatos. Antes, los convenios de empresa sólo podían mejorar las condiciones. A partir del 2012 la empresa en la que trabajaba Dolores pudo tener un convenio propio y pagar menos. Desde entonces ha venido reduciendo los salarios que pagaba y ganando así concursos públicos. De la noche a la mañana compañeros de Dolores empezaron a ingresar considerablemente menos por trabajar muchas más horas.

Cuando le preguntas qué le pediría al Gobierno en relación a su situación, ella contesta que hay que volver a que los convenios sectoriales sean los que marcan el mínimo a pagar. Añade también que las administraciones públicas deberían sembrar ejemplo y ser conscientes de que cuando contratan a la baja están generando trabajadores pobres. Asegura que el Estado paga tres veces: por su salario, por las ayudas que van a necesitar para vivir y por lo que dejan de ingresar en la Seguridad Social.

Pensar que la negociación colectiva solventará la devaluación salarial y la precariedad, en que los sindicatos lograrán pactar subidas salariales significativas con unos empresarios conscientes de lo que nos estamos jugado si no reducimos la desigualdad, es obviar que, desgraciadamente, el poder sindical en España no está en sus mejores épocas. El Fondo Monetario Internacional ya ha demostrado que a mayor tasa de sindicación hay menos concentración de la riqueza en manos de unos pocos, pero en España la sindicación es baja y su capacidad de negociación fue herida de gravedad con la reforma laboral de 2012.

Confiar en que se reducirá la precariedad en el marco de la negociación colectiva, es ser un tanto ingenuo. Es hora de cambios legislativos y de subir decididamente el Salario Mínimo Interprofesional. Por Dolores y por todos y todas ha llegado la hora de volver a modificar el Estatuto de los Trabajadores, recentralizar la negociación colectiva y asegurar que la subcontratación no sea una vía fácil de devaluación salarial.

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