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La salud de las enfermeras y la precariedad laboral: ¿cómo cuidar a las cuidadoras?

CLM se sitúa entre las CCAA con mayores carencias de equipos de protección en enfermeras, según encuesta

Alba Llop Gironés / Sonia Nar Devi

Investigadora UPF / Matrona Trinity College of Dublin —

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Este año 2020 ha sido declarado por la OMS como el Año Internacional de las Enfermeras y Matronas coincidiendo con el bicentenario del nacimiento de Florence Nightingale el pasado 12 de mayo. Nightingale luchó por cambios y mejoras en los cuidados de sus pacientes, con un incesante esfuerzo de recogida datos, y presionó a los gobiernos responsables para que formularan las políticas necesarias.

Las enfermeras mujeres constituyen el 84% del personal sanitario que ofrecen cuidados, también a las personas enfermas de la COVID-19. Son las que están más cerca y pasan más tiempo junto a los y las pacientes, por lo que están más expuestas a riesgos de infección. Además, también son las que realizan largas horas de trabajo, con angustia, fatiga, agotamiento, estigma, y violencia tanto física como psicológica.

Esta realidad choca frontalmente con el lenguaje que se ha generado durante la pandemia de la COVID-19. Teniendo en cuenta que ahora mismo los cuidados son los que están manteniendo a la sociedad, merece atención ver cómo se difunden en la sociedad los valores propios de la profesión de enfermería, y cómo se expresan en la dualidad de las enfermeras en tanto que profesionales y miembros de su comunidad (madres, abuelas, hermanas, hijas). A pesar de que en cuestión de décadas la enfermería ha evolucionado de técnicas a doctoras, lo que tradicionalmente se ha asociado al mérito, en el contexto actual aún hay diferencias abismales entre su reciente consideración de heroínas y el escaso reconocimiento público que tiene el trabajo de tantas enfermeras. Este nuevo atributo, el de “heroínas de la sanidad”, normaliza, banaliza y hasta difumina la precariedad laboral de una profesión que está en contacto directo, cercano y permanente con la población.

Lamentablemente nada de todo esto es nuevo. Durante la Primera Guerra Mundial, la enfermera Británica Edith Cavell salvó vidas tanto de alemanes como belgas en Bruselas. Tras ser descubierta fue ejecutada por las autoridades alemanas. Posteriormente, el gobierno británico e incluso la Iglesia usaron de forma propagandística una representación a medida de Edith Cavell, una mujer valiente, reservada, seria, patriótica y hasta fiel cristiana.

Las cifras oficiales en España hablan de alrededor de 50.000 profesionales contagiadas, de los cuales el 76% son mujeres. Un 10,7% ha requerido ingreso hospitalario, el 1,2% sigue admitido en las UCIs y 42 han fallecido, aunque probablemente las cifras reales sean aún más graves. El Consejo Internacional de Enfermeras denuncia que la verdadera dimensión de la catástrofe es desconocida y los registros no son sistemáticos, y es que faltan datos desagregados por sexo, edad, tipo de profesional, migrante, nivel asistencial y servicios sanitarios, entre otros.

Además de las afectadas directamente por la COVID-19, las enfermeras no solo están poniendo en riesgo sus propias vidas sino también las de sus familiares y gente cercana. Tienen que renunciar a abrazar a sus seres queridos para protegerlos y cuidarlos también. En este sentido existen estudios que muestran que son las enfermeras mujeres que están trabajando en el cuidado directo de pacientes de COVID-19 las que reportan una mayor carga psicológica, y de hecho se han publicado en los medios tres casos de suicidios de enfermeras.

La solidaridad entre comunidades donde también viven las enfermeras es tan fundamental como que los gobiernos entiendan que el recurso más valioso que tienen ahora mismo son las profesionales de salud. Por tanto, se necesita que el año de las Enfermeras y Matronas se torne en acciones concretas que garanticen su seguridad, donde la provisión de materiales de protección adecuados y test diagnósticos es solo el principio.

En un ejercicio de transparencia y responsabilidad, el Gobierno debe recoger y poner a disposición los datos sobre la salud de las profesionales e incluir de forma sistemática a las enfermeras en la toma de decisiones sobre cuestiones sanitarias. Además, debe garantizar unas condiciones de trabajo y salario dignas, donde se asegure la satisfacción de las necesidades fundamentales de las profesionales incluyendo una buena alimentación, descanso adecuado, uniformes limpios (y apropiados), soporte familiar, estabilidad laboral y de horarios, además de priorizar el apoyo psicológico adecuado.

No deberíamos esperar a que haya una crisis sanitaria para cuidar a nuestras enfermeras, sino que deberíamos cuidar a nuestras enfermeras para poder afrontar una crisis sanitaria.

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