No a una Europa “fortaleza”: los Derechos Humanos no se violan, se defienden
Este fin de semana, Valencia y Zaragoza demuestran al mundo que sus gentes son solidarias. Que son ciudades capaces de empatizar con el dolor ajeno, sintiéndolo como propio, porque las guerras, el terrorismo, el hambre…, no entienden de fronteras y nuestra propia historia nos lo demuestra. Las ciudades -como se vio en la reunión que mantuvimos cerca de 70 alcaldes de todo el mundo en Roma, convocados por el Papa Francisco- son la primera línea de atención a las personas y familias que huyen de los conflictos bélicos que asolan nuestra otra orilla del mar mediterráneo.
Somos mediterráneos. Y lo decimos con absoluta tristeza porque en el Mare Nostrum se ahogan miles de vidas de seres humanos, pero sin ninguna resignación, porque nuestro Mediterráneo es el nexo de pueblos solidarios con una historia común que se remonta muchos siglos. Un pasado común que nos hace mucho más parecidos de lo que a veces intentan hacernos creer.
El Gobierno de España no ha aplicado las Directivas Europeas sobre personas apátridas, procedimientos de asilo y condiciones de recepción. Las expulsiones en caliente o las muertes de inmigrantes subsaharianos en la playa del Tarajal hablan de la nula sensibilidad y respeto a los Derechos Humanos. Por el contrario, la ciudadanía ha dado muestra de un comportamiento ejemplar, instando a los poderes públicos a una respuesta inmediata, como también pusieron de manifiesto los 500.000 manifestantes que salieron a las calles en Barcelona. Y que, de igual forma, se repite este fin de semana en nuestras ciudades.
Más de un año perdido en el que menos de 1.000 refugiados han llegado a nuestro país, de los 17.500 comprometidos. Y unas ciudades como Zaragoza o Valencia que han articulado una red institucional, asistencial, junto con entidades especializadas. Todo ello ninguneado por Mariano Rajoy. La crisis de los refugiados -miles de niños perdidos vagando por las fronteras europeas y seres humanos perdiendo la vida por arribar a Europa- va ser un escenario cotidiano, permanente en los próximos años.
Nuestra propia identidad como seres dotados de dignidad y valores está en juego. Nos encontramos ante una encrucijada en la que la respuesta al otro lado del Mediterráneo va a condicionar nuestros escenarios vitales a futuro. Debemos reaccionar, no podemos mantenernos ajenos a la envergadura de este problema. Hay que poner coto a esa Europa “fortaleza”: la del miedo, la del populismo, la del “sálvese quien pueda”. De ser así, se terminarán horadando las bases de nuestra convivencia y la cohesión de nuestras sociedades.
Hemos acudido y continuaremos haciéndolo a todos los foros que se generen, para decir muy alto y bien claro que las políticas migratorias del Estado español y de Europa no son las adecuadas, que no nos representan como ciudadanía. Que los Derechos Humanos no se violan, se defienden.
Los ciudadanos europeos han dado ejemplo de su solidaridad, capacidad de acogida y sensibilidad. Sus instituciones más cercanas, sus Ayuntamientos y Alcaldes no hemos dudado en sumarnos a semejante reto. Hay que levantar de nuevo una marea humana para reclamar esa salvaguarda de los Derechos Humanos, la atención a todas esas personas vulnerables hacinadas en campos de refugiados al otro lado de nuestras fronteras.
Ante esta crisis no nos enfrentamos sólo a un termómetro moral. Sino a mucho más: nuestra respuesta va a determinar el futuro de nuestra convivencia y modelo social. De momento, la suspensión del espacio Schengen supone que la Europa de la libre circulación de bienes y capitales ya sólo lo es de lo segundo. Cuando debería ser, más bien, al contrario. En Zaragoza y en Valencia, así como en otras muchas ciudades, las instituciones locales lo tenemos claro. En todos los rincones del país, es la gente quien va por delante del gobierno central. Actuemos.