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Los cinco falsos mitos sobre la gestión empresarial y política

Empresarios andaluces y levantinos se reúnen este jueves en Los Barrios para reclamar el Córredor Mediterráneo

Ricardo Chiva Gómez

Catedrático de Organización de Empresas en la Universitat Jaume I —

Cuando se trata de gestionar o dirigir empresas, administraciones o instituciones públicas existen algunos supuestos o hipótesis que casi nunca son cuestionados por la mayoría. Casi todas estas hipótesis han sido inoculadas fundamentalmente por parte de los medios de información y comunicación, el sistema educativo, y el comportamiento y las afirmaciones de determinadas personas y líderes que representan ciertos intereses. Veamos los cinco más importantes:

1.- Todas las organizaciones deben tener como principal objetivo la eficiencia.

En los últimos años multitud de trabajos e investigaciones han demostrado que la cooperación es uno de los elementos más importantes de las organizaciones del siglo XXI porque supone la base para la innovación y la creación de valor añadido. Y para lograr que las personas cooperen, las organizaciones deben dejar de idolatrar el concepto de eficiencia y las ideas que la respaldan, como son la obsesión por la claridad, la medición, y la rendición de cuentas (¿quién es el culpable o responsable?) (Ver vídeo Ted de Yves Morieux; “Cómo demasiadas reglas en el trabajo evitan que se hagan las cosas”). Todos estos conceptos asociados a la eficiencia encorsetan las organizaciones e impiden que sus empleados cooperen, y por lo tanto innoven. Centrarnos únicamente en la eficiencia, que puede considerarse como la capacidad para lograr algo empleando los mínimos medios posibles, suele hacer que nos centremos tanto en reducir los recursos y costes, que nos olvidemos de lograr los propósitos -de forma cooperativa- lo cual nos hace finalmente ineficientes y desde luego también poco innovadores. Por otro lado, cooperar e innovar no implica ni malgastar, ni ser poco rentable, sino todo lo contrario.

2.- Todas las organizaciones deben utilizar los incentivos para motivar a sus empleados.

El uso de incentivos económicos está totalmente extendido en todo tipo de empresas y organizaciones debido a la importancia de la dirección por objetivos y a la exaltación del logro. Para motivar a los empleados, las organizaciones les fijan objetivos que miden a través de indicadores, y dependiendo de su logro les bonifican en mayor o menor cantidad. Sin embargo, muchas investigaciones científicas parecen haber concluido que dichos incentivos económicos no motivan a los empleados e incluso pueden ser perjudiciales cuando la actividad es más bien cognitiva o creativa (Ver vídeo Ted de Dan Pink; “La sorprendente ciencia de la motivación”). Esto es debido, probablemente, a que el incentivo distrae o incomoda a las personas cuando deben pensar o ser creativas.

3.- La innovación y la baja calidad de empleo son compatibles.

En este y en otros países las asociaciones empresariales y la mayoría de empresas han optado por fomentar, a través del gobierno y de sus propias opciones empresariales, un empleo de baja calidad: abusando de modalidades de contratación temporal y de falsos autónomos, salarios ridículamente bajos, jornadas reales de infarto, inexistente seguridad laboral, y en general, condiciones laborales pésimas. Todo ello permite a las empresas reducir sus costes laborales, y probablemente en el corto plazo incrementar sus beneficios. Pero lo que no puede conseguir es que las personas que trabajan en las empresas innoven, y por lo tanto tampoco las empresas lo hagan. Para innovar, se requiere como mínimo dotar a los trabajadores de salarios y condiciones laborales dignas que no desmotiven, y además ofrecer autonomía, poder aprender y probar cosas nuevas, confiar en las personas y sus capacidades etc. En definitiva, entornos laborales dignos y saludables. Por lo tanto, es hipócrita exigir ayudas para la innovación o afirmar que la innovación es clave para las empresas y simultáneamente procurar que la calidad del empleo sea tan baja.

4.- Para gestionar los servicios públicos es mejor la gestión privada que la pública.

En general se da por sentado que a la hora de ofrecer servicios públicos las empresas privadas son más eficientes, rentables y también ofrecen un mejor servicio a los clientes o al público. Sin embargo, salvo excepciones, cuando las empresas privadas se ocupan de ofrecer servicios públicos (sanidad, educación, servicios de transporte, energía etc.) lo que suele ocurrir es que sirven sobre todo a los intereses de sus accionistas, por lo tanto, el servicio público brilla por su ausencia para servir solo a unos pocos. Sin embargo, esto no debería ser así si dichas empresas siguieran planteamientos innovadores. En líneas generales, las organizaciones y empresas más avanzadas e innovadoras suelen tener un objetivo más allá de ganar dinero, un propósito que las inspira (Ver vídeo Ted de Simon Sinek; “Cómo los grandes líderes inspiran la acción”) y que finalmente hace que logren sus propósitos a largo plazo, lo que suele traer consigo rentabilidad. Por lo tanto, quien sea que gestione los servicios públicos debe tener como máxima el público, la mayoría, el servicio a la ciudadanía. Y para ello, en general, la gestión pública tiene ese propósito en mente. Y teniéndolo, es, en muchas ocasiones, más eficiente o barato que la gestión privada, lo cual subraya el error del primer falso mito de centrarse solo en la eficiencia.

Además, cuando la administración pública cede o contrata la gestión del servicio público a una empresa privada, existe el riesgo asociado a la corrupción y la asignación de la concesión no a la empresa más capaz sino a la más cercana o “amiga” a la administración, lo cual ha ocurrido demasiado habitualmente en los últimos años.

5.- Los partidos neoliberales o de derechas gestionan mejor la economía y las administraciones como ayuntamientos, comunidades autónomas o países.

Resulta sorprendente que se suponga o perciba que las personas o partidos que poseen una ideología conservadora van a ser mejores gestores. Si analizamos la visión del mundo de las personas que siguen esta ideología, esta estaría asociada al logro, a la consecución de objetivos sin importar los medios, a la competitividad, al dinero, al éxito, pero también al individualismo, a la codicia y al consumismo. Desde mi punto de vista son dos las principales razones por las que la población suele tener la percepción de que estas personas son buenas para gestionar la economía y la empresa: primero porque su visión de la vida asociada al logro cuadra con el modelo tradicional económico empresarial imperante centrado en la eficiencia, los costes bajos y la baja calidad de empleo; por lo tanto, es como decir: ¿quién mejor que una persona con esta visión para gestionar una empresa o economía así? Se supone que alguien con esas características logrará los objetivos necesarios, tendrá éxito, hará dinero, y así a todos nos irá bien. Sin embargo, la codicia y “el fin justifica los medios” están también implícitos, con consecuencias que todos conocemos. En segundo lugar, porque para lograr que mantengamos un alto grado de “conformidad” social nos han “invitado” siempre a identificarnos con la élite gobernante e incluso idolatrarla, así que buena parte de la población, aunque sea inconscientemente, envidia o reverencia sus actos, pese a los evidentes casos de corrupción: “Ellos son los listos, los que tienen el dinero y saben cómo gestionarlo”. Además, la información falsa o sesgada que recibimos de determinados medios y gobernantes o líderes terminan por rematar la faena. Sin embargo, es evidente que la economía y las administraciones pueden ser gestionadas y de hecho lo son desde una visión que beneficie a la mayoría, más rentable e innovadora.

Así que solo queda un camino para romper con este falso mito y también con los anteriores: aprender a cuestionar y a utilizar el pensamiento crítico propio, tal y como sugería José Luis Sampedro.

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