La Farola
El nombre de farola, como se bautizó este faro marítimo en el puerto de Málaga, respondía a una designación habitual en la costa andaluza. De hecho, la autoridad portuaria ya advirtió en su momento el riesgo de la utilización de nombres “como farol, linterna y otros, que sin necesidad se han introducido en nuestro lenguaje para designar impropiamente los faros”. El pharos grecolatino había derivado a farola, un apelativo que respondía a la escala reducida de aquellas torres vigías almenaras de la antigua costa andaluza. Un tipo de faro como los que había en Cádiz y Tarifa, ya desaparecidos.
La demanda ciudadana ha conducido a la declaración de Bien de Interés Cultural, en la categoría de monumento, por parte del Ministerio de Cultura para este Faro Portuario de Málaga. Una garantía de protección de la Farola, al mismo tiempo que confiaba a la delimitación del espacio concernido por la declaración la posibilidad de impedir el proyecto de levantar una torre de 27 plantas en el mismo dique de Levante, destinado a hotel de lujo y promovido por capital de Qatar. Al parecer un empeño inútil, dado que ni el rechazo de ICOMOS, ni el de instituciones académicas y culturales, ni de la oposición de actores culturales, de arquitectos y urbanistas, ni de los miles de firmas de la ciudadanía, han podido, por el momento, paralizar el proceso administrativo que amenaza al paisaje cultural –que es una categoría patrimonial- de la ciudad de Málaga.
Hay que reconocer que la ciudad ha conseguido, en estos años, un protagonismo basado en su oferta cultural, en su atracción como sede de innovación tecnológica y en una gran afluencia turística. Pero esta última, la que parece justificar la construcción de aquel hito arquitectónico, no deja de ser más que la expresión singular de la relación turismo/riqueza. Aquella que el Abad Gregoire había defendido en la Convención Nacional surgida de la Revolución francesa: “Las arenas de Nimes y el puente del Gard han reportado a Francia probablemente mucho más que todo lo que costaron a los romanos”. Aun así, en esta frase también se expresa la necesidad de defender el patrimonio cultural –y paisajístico- como reclamo para el viajero.
Defendamos nuestro horizonte, es el título del manifiesto que ha reunido a los partidarios de la conservación de la relación paisajística de la ciudad con el mar. Una frase determinante de la fundamentación del concepto de paisaje cultural, ya que horizonte y límite son términos que desde su vecindad conceptual, que no equivalencia, definen la distancia desde la que se construye el decir paisaje. Un concepto inabarcable, como fantasma del deseo, que sólo es aprehendido mediante el horizonte de la perspectiva; un horizonte que no es real en cuanto que limita lo que intuye la mirada: la indeterminación de una apertura infinita.
La relación entre horizonte y límite está contenida en la etimología de estas palabras en su origen: horisma y horidson tienen en el griego clásico los significados de frontera, límite o mojón, en el primer caso, y el de línea o círculo que delimita un territorio, en el segundo. Y ambas palabras provienen del verbo horidso poseedor de un amplio campo semántico, que podría abarcar los sentidos de limitar, fijar los límites o separar un territorio. Así como el de definir, dividir o apropiarse de un lugar. Y con la raíz de un verbo cercano y arcaico que podría traducirse como ver o mirar. No obstante este límite no se puede entender como una barrera infranqueable, sino como la posición desde la que el lugar cobra su sentido. Desde donde se define. Hay que entender que el concepto de paisaje cultural es algo más que un simple encuadre de la mirada, sino que posee la condición de fijar la memoria que se reconoce en el lugar. La experiencia de un territorio que conforma la identidad de los que le habitan. Y el mar es ese límite de un horizonte que envuelve, al mismo tiempo que define, lo que es visto y como se nos ve.
A veces vuelvo a observar una pintura al óleo que conservo como herencia familiar. Representa una vista de la bahía de Málaga al inicio del siglo XX. El paisaje se contempla desde la playa vacía de un Torremolinos que fue. La Farola determina el inicio de un perfil que completa la Alcazaba en las faldas del monte Gibralfaro. Sé que ya, en parte, aquella condición paisajística se ha modificado, pero la amenaza de la torre hotelera vendría a destruir mi memoria, la memoria de la ciudad de Málaga: Defendamos nuestro horizonte.
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