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Rituales del odio

Manifestantes de extrema derecha cuelgan en Nochevieja un muñeco de Pedro Sánchez frente a la sede de Ferraz.

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Las patochadas organizadas en los pasados días por elementos proto-fascistas ante la sede nacional del PSOE en Madrid parecen responder al impulso de un incontrolado odio. Pero la escenografía desplegada parece conducir a la memoria de rituales conocidos: rezos de los que no sabemos de manera exacta su objetivo: si solicitan la ira divina o piden perdón por la propia culpa, acompañados por el apaleamiento del grotesco muñeco que pretendía representar al traidor odiado. Mascaradas o rituales de odio de alguna manera, para las que se puede aceptar una explicación basada en las razones ideológicas que la justificarían.

No obstante, aquella conjunción de lo sagrado y lo profano permite la posibilidad de un análisis que nos remonta hasta mitos originarios que sirven como modelos. La antropología resulta necesaria para comprenderlos en profundidad: releer a Georges Dumézil, Frazer, Mircea Eliade, o Levi-Strauss, entre otros, ayudarían, con toda posibilidad, a comprender a esos rituales que se refugiaron en el folklore popular.

Hay suficientes analogías para su descripción, sin olvidar aquellas oleadas de violencia en el norte de África, en las postrimerías del siglo IV, protagonizadas por los irascibles monjes que incendiaron la sinagoga de Callínico en el año 388, o, en años posteriores, se dedicaron a saquear las aldeas sirias que poseían templos paganos. Incluso de manera más condenable, Teófilo, patriarca de Alejandría, les solicitó que purgaran la ciudad del Sarapeo, donde se ubicaba el templo de Serapis, para acabar señalando cómo, en el 415, un grupo de aquellos fanáticos cometió el odioso crimen de asesinar a golpes a Hipatia, la importante filósofa de Alejandría. 

Sin llegar a tanto, pero sin ignorar las posibles consecuencias de adónde puede conducir el odio fomentado por el fanatismo, podemos establecer las anunciadas correspondencias. En primer lugar, el de la figura amenazadora, Dumézil recuerda la figura de Trita mítico de los Vedas, coautor de la ejecución del Tricéfalo, que asume la impureza del asesinato necesario con sus consecuencias, figura por tanto que reúne la doble condición de purificador y chivo expiatorio. Hay que saber que figura simbólica del Dragón, que sintetiza todas aquellas variantes del Monstruo Marino, de la Serpiente primordial, o de la Noche y de la Muerte, debe ser vencida y despedazada para que el Cosmos venga al día, y con ello se consiga superar el terror ante el Caos, que no deja de ser el terror al vacío. Eliminar por tanto a aquella figura monstruosa, de hecho informe, que impide la existencia del mundo que algunos desean. El mito se encarna en los rituales y actos profanos que sólo producen su efecto cuando se repiten de manera periódica, aunque cuando esa repetición se vacía de su condición, en origen religiosa, conduce al pesimismo existencial que es el umbral del odio. 

En segundo lugar, y mucho más significativo, podemos recordar a los rituales que James George Frazer denominaba como destinados a la expulsión pública del mal. Es decir, aquellos intentos de expulsar, o eliminar, a los elementos causantes de los males que afectan a una entera sociedad, ya sean invisibles o materializados en una víctima propiciatoria. Aunque en su forma más primitiva, y de forma periódica, la víctima sea sacrificada de manera real. Tampoco deja de ser contradictorio el olvido de que, en el período más primario de la historia cultural, la costumbre era matar a un dios, lo que en tiempos posteriores, en los que el ritual se repite, se interpreta de manera equivocada y esta condición se olvida, al considerar a la víctima como un criminal, merecedora del castigo infligido. En todo caso no hay que ignorar que el objetivo de estas ceremonias tiene la finalidad pretendida de limpieza completa de todos los males, reales o supuestos, que afectan a una sociedad.

El folklore popular ha conservado la memoria de esos rituales en todas las culturas identitarias. En España, por citar algún ritual análogo, podríamos traer a colación el del Jarramplas y los nabos de Piornal, en Cáceres: un personaje vestido del que cuelgan una enorme cantidad de cintas de colores, rematado con una máscara con dos cuernos y una gran nariz, que simboliza a un ladrón de ganado. Los postulados actuales del patrimonio inmaterial, en su condición antropológica, lo ha protegido, como a tantos otros, y ha sido declarado Fiesta de Interés Turístico en Extremadura, de igual forma que lo ha sido como Fiesta de Interés Turístico Nacional. En el folklore popular la víctima representada no deja de ser una abstracción, en el caso de la calle Ferraz se representa la pretendida figura de un personaje real: el presidente del gobierno español. 

Sabemos que los rituales se fundamentan en una creencia, luego su origen proviene de un afuera que justifica la acción, en nuestro caso inicial hay que preguntarse a quien corresponde la responsabilidad de lo que se realiza. En el folklore los Mitos originarios, ahora descarnados de la sacralidad que los sustentaban, al volverse históricos, devienen en Mascaradas, y siempre existe el peligro que las mascaradas de Ferraz acaben siendo declaradas Patrimonio Antropológico. Los dioses no lo permitan. 

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