El feminismo no es ideología. O de por qué todas y todos debemos ser feministas
El 8M fue histórico, e histórico va a ser también el número de análisis, observaciones y reflexiones que va a generar. Una de las cosas que se repiten en medios antifeministas y/o de derechas (el antifeminismo no es de derechas por definición -pero este sería tema para otro artículo) es que la igualdad es transversal, es decir, afecta a y pasa por todas las posiciones políticas; acto seguido se añade el lamento de que es una pena politizar una jornada de huelga y de movilización por la igualdad. No siempre, pero a veces, esta apreciación se adereza con la queja añadida de que la huelga y toda la jornada del 8M en general se ha ideologizado.
No se sabe si “político” e “ideológico” son sinónimos, cabe la sospecha de que algunos interpretan ambos términos como similares o muy cercanos a “partidista”. El caso es que las feministas contestan, sorprendidas, que la huelga y las manifestaciones son per se una convocatoria política, porque el feminismo lo es. La queja por la supuesta o real politización y/o ideologización de la Jornada del 8M se vincula al hecho de que en alguno de los manifiestos que invitan a secundar la convocatoria se hace defensa expresa o implícita de alguna forma de anticapitalismo; es decir, según esta versión de la queja, la defensa de la igualdad (y tal vez el propio feminismo) serían apolíticos o estarían al margen de las ideologías. El anticapitalismo sería, en cambio, expresamente político-ideológico. De la misma manera, ante el reproche similar que dice que feministas somos todas, pero que esta es una huelga “ideológica”, algunas feministas replican que el feminismo es una ideología, ergo por supuesto que la del 8M es una huelga ideológica; no es que sea feminista y además ideológica, sino que sería ideológica precisamente porque es feminista. Resulta que para algunas tildar algo de ideológico es connotarlo negativamente. Para otras en cambio decir “es mi ideología” es como decir son mis ideas, mis principios (o sea, tengo ideas tengo principios), algo bueno. Qué lío ¿no?
Entonces: ¿es el feminismo una ideología o no lo es? Pues depende de cómo definamos ideología. Y feminismo. Claro. Recordemos además que las palabras tienen a veces varias acepciones, y también tienen connotación. E historia.
En una de sus posibles interpretaciones, la palabra ideología significa algo así como análisis de la realidad social, posición política e, incluso, principios éticos y valores morales adheridos a esa visión del mundo. En ese sentido trivial el feminismo es, claro, una ideología como lo son el socialismo, el liberalismo o el anarquismo. Pero el concepto de ideología en sus desarrollos originales (entre ellos el marxista, según la cual el marxismo mismo nunca podría ser una ideología), se entiende como una distorsión interesada de la realidad. Por eso para Marx la concepción burguesa del mundo es una concepción ideológica en este sentido, porque deforma la realidad y pretende colar como aséptico y neutral lo que no es ni una cosa ni otra: su propia visión del mundo, que responde a sus intereses como clase dominante. Así entendido, lo ideológico se opone a lo científico, que sería lo desinteresado por antonomasia, lo no discutible.
Victoria Sau publicó su Diccionario ideológico feminista el siglo pasado (allá por el lejano 1981); explicaba en él cómo entender los diversos términos de la lengua desde una perspectiva feminista, es decir, políticamente situada, que tomaba partido. Digamos que Sau reconocía el componente político (por feminista) de su trabajo y lo decía bien clarito desde el título. En realidad, bastaba con decir diccionario feminista, pero ella quiso recalcar (y reconocer) que era ideológico. Frente a él, el Diccionario de la RAE entonces y ahora no necesita añadir a su título el adjetivo de “científico” o “neutral” u “objetivo” para ser considerado, por defecto, como tal. Pero, a ver, ¿en serio lo es? ¿Alguien puede sostener que la RAE con su Diccionario presuntamente aséptico no transmite y refleja una ideología? El diccionario de la RAE se pretende objetivo, neutral, apolítico, y no sé si añadir frío y desapasionado, pero no hay más que leer las definiciones que ofrece de “gitano, gitana” o de “mujer pública”, por poner dos ejemplos de nada. Lo que ocurre es que la ideología que lo inspira, la ideología patriarcal, es (o ha sido durante siglos) la ideología dominante, y ésta siempre pasa por ser la apreciación objetiva de la realidad, reflejo cristalino de lo que hay sin ningún aderezo valorativo ni político.
Victoria Sau reconocía sin ambages que el suyo era un diccionario posicionado políticamente, en combate militante contra el sistema sociopolítico y económico que margina, explota, discrimina o subordina a las mujeres (o todo a la vez), y lo llamaba ideológico.
Ciertamente, lo político y lo ideológico están vinculados, y sus campos semánticos comparten zonas amplias. Pero no se confunden, no se superponen. Política e ideología no son sinónimos. Yo prefiero decir que el feminismo es intrínsecamente político; no sólo eso, en la entraña de del feminismo está la misma redefinición de lo político; el feminismo reubica los límites y el perímetro de lo tenido por tal. Si etimológicamente la política se vincula a la polis, es decir, al ámbito público y no natural, el feminismo viene a cuestionar precisamente la construcción dicotómica que diferencia lo público de lo privado-personal.
El eslogan feminista “Lo personal es político” tiene algo de boutade, no es una afirmación tipo “la vaca es un mamífero”, porque por político se ha entendido lo vinculado a lo público, en el sentido precisamente de aquello que no es personal o privado. Es una boutade que busca zarandearnos, hacernos pensar, repensar más bien, la propia delimitación de lo político. Como explicaba Leticia Dolera cuando hace un par de semanas el Ayuntamiento de Madrid le otorgó una Mención Honorífica en el XIII Premio Clara Campoamor, cuando una mujer entiende que lo que le pasa no le pasa por ser ella, singular, sino por pertenecer a un grupo subordinado en una estructura que llamamos patriarcal, entonces encuentra el feminismo, y todo encaja. Entonces encuentra la dimensión social y política de su situación. Entonces se vincula a otras. Entonces se da cuenta de que no es personal, es social, o de que lo “personal” es político.
El feminismo es político por definición, no necesita ser anticapitalista para serlo (no todos los feminismos son anticapitalistas) pero no considero conveniente afirmar que el feminismo es una ideología ¿Por qué? Porque de hacerlo hay que aclarar muy bien en qué sentido lo tomamos como tal y, sobre todo, en qué sentido no lo hacemos. Y no siempre es fácil aclararlo. La palabra “ideología” además tiene connotaciones negativas para las personas más jóvenes. Muchas de ellas seguramente ni oyeron ni leyeron el evangelio posmoderno de la muerte de las ideologías, pero sus efectos les llegaron: las ideologías son cosa del pasado, de los siglos XIX y XX. Algo obsoleto. Rafael Sánchez Ferlosio ha escrito que tiene ideología (algo cerrado y acabado) quien no es capaz de tener ideas (que serían siempre fluidas y susceptibles de cambio). Puedes no haber leído a Ferlosio, pero esa concepción de la ideología como corsé que limita y encierra está en el ambiente, en el aire que respiramos.
Es inevitable que se mezclen las diversas acepciones y connotaciones del término, ello permite que pueda esgrimirse el reproche de que “ese feminismo, no (o esa huelga no), porque es ideológica”. La asociación de lo ideológico con lo rechazable es algo que se entiende, que comunicativamente funciona. Además, ideologías hay muchas, y en un sistema democrático pluralista, menos las evidentemente totalitarias y negadoras de la propia pluralidad, todas son legítimas. El pluralismo siempre tiene algo de relativista: tú lo ves así, yo lo veo asá. Tú feminista, yo antifeminista. Ya sabéis, ni mejor ni peor, sólo diferente: respeta mi ideología como yo respeto la tuya. Por eso no se puede impartir ideología qua tale en la enseñanza, eso sería adoctrinar: malo. Se puede hacer meta-estudio de las ideologías, esos sí; es decir, más que adoctrinar en esta o aquella ideología, se pueden y se deben estudiar las diversas ideologías que en el mundo han sido, conocer su origen histórico, sus vínculos conceptuales, sus presupuestos teóricos, sus implicaciones prácticas. Estudiar las ideologías más que estudiar ideología, en definitiva.
Por eso el carácter de ideología en este sentido no puede aplicarse al feminismo, precisamente porque se trata de un corpus teórico cuyos principios, valores, análisis se han incorporado en gran medida al sentido común. El feminismo ha logrado modificar substancialmente los consensos sociales sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo que deben ser metas de toda la sociedad, a qué debemos aspirar colectivamente y qué debe ser combatido. El feminismo, además de redefinir lo político, ha reubicado el debate político entre ideologías en disputa, colocando una gran parte de sus aportaciones entre aquellas que ya nadie discute, que ya nadie puede discutir.
El feminismo es una defensa teóricamente muy articulada de la igualdad radical en todos los ámbitos (la calle, la fábrica, la oficina, el huerto, el bar, el bus, la casa, la cama). Es amplio, plural y diverso. Se combina con otros análisis políticos de la realidad, con el ecologismo, por ejemplo, de forma notable. Es en sí mismo político porque apunta a una organización de la polis, y lo hace con ideas que cada vez están más fuera de discusión.