Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Gaza gana La Vuelta a España

Manifestantes a favor Palestina en las inmediaciones de la plaza de Cibeles en la última etapa 21 de La Vuelta.
15 de septiembre de 2025 22:11 h

46

Confieso que siempre me ha gustado el ciclismo. Sigue siendo, de hecho, uno de mis deportes favoritos. En el Tour de Francia seguí la nueva batalla entre el eslovenio Pogaçar, siempre extravagante e imprevisible, y el danés Vingegaard, dos veces ganador de la carrera francesa, más frío y calculador. También he seguido la Vuelta; me he emocionado con la victoria en Cerler de Ayuso (el ciclista, no la presidenta despiadada) y la rivalidad entablada entre el propio Vingegaard, finalmente vencedor, y el valiente portugués Almeida (el ciclista, no el alcalde sionista).

Así que todos los días arrancaba un ratito a la siesta y al trabajo para ver el final de la etapa. A partir de la de Figueres, cuando cinco personas (entre ellas una amiga mía), interrumpieron el paso de los corredores en protesta por la politización israelí de la Vuelta, empezó a ocurrirme una cosa extraña. O, mejor, dicho, una cosa normal. Todas las sobremesas acudía a la pantalla con el deseo de ver un brillante duelo ciclístico y con el deseo, mucho mayor, de no llegar a verlo. Con ganas de carrera y con ganas más intensas de que de nuevo la interrumpiesen. Yo mismo acudí a Robledo de Chavela el pasado día 13, a la salida de la penúltima etapa, con una bandera palestina y este doble ánimo: el de ver pasar por primera vez en mi vida al pelotón y el de parar la carrera. Al día siguiente, en Madrid, eso es lo que hicieron miles de ciudadanos a los que les gustaba sin duda el ciclismo, que admiraban a Vingegaard y a Almeida, pero que consideraron que a veces hay que renunciar a un pequeño placer para tratar de aplacar un dolor inmenso.

¿Es tan difícil de entender? ¿No se puede amar el ciclismo y odiar el genocidio? El día 27 de agosto, en la quinta etapa, cinco personas valientes pusieron en marcha una contagiosa cascada de conciencia que veinte jornadas más tarde, enhebrando Galicia, Asturias, Cantabria, el País Vasco y Castilla y León, llevó a una afirmación multitudinaria de dignidad ciudadana. Lo explica muy bien mi amigo Curb en su última entrega: no sabemos qué pequeño gesto de coraje puede sacudir una impotencia colectiva de años, pero alguien tenía que atreverse para que fuera deseable, normal y necesario sumarse después a las protestas.

No se puede decir nada nuevo sobre la relación entre la política y el deporte. Podemos hablar, claro, del doble rasero de las instituciones deportivas internacionales que excluyen la participación de los deportistas rusos en las competiciones mientras imponen (¡imponen, sí!) la de los israelíes. Ya sabemos cuán íntimamente se enredan la pureza deportiva y los intereses espurios, políticos o económicos. Pero en este caso, me parece, las protestas contra el genocidio israelí, en realidad, estaban orientadas menos a boicotear un espectáculo deportivo que a ponerlo a salvo de las injerencias políticas de Israel. Lo que le estábamos diciendo a los organizadores de la Vuelta era: no politicéis el ciclismo; no lo mezcléis, por favor, con el asesinato de 18.000 niños. Y le estábamos diciendo a Netanyahu y a su compinche Sylvan Adams: no metáis vuestras sucias manos manchadas de sangre entre las ruedas de las bicis de nuestros campeones favoritos; no queráis hacernos cómplices, mientras admiramos el trabajoso ascenso al Angliru, de vuestros crímenes intolerables. En realidad, nuestras protestas no han pretendido politizar el deporte; todo lo contrario: han tratado de preservar la limpieza de la Vuelta a España y de sus esforzados corredores.

Otra cuestión es la que tiene que ver precisamente con los “esforzados corredores”. Algunos, como Vingegaard, comprendieron las protestas, pero ninguno, en todo caso, abandonó el pelotón. Nunca reprocharía a ninguno de ellos no haber hecho ese gesto. Lo que no me gusta es que se use como argumento, de manera paradójica, su éxito y su dinero. Quiero decir que, en los últimos meses, de manera recurrente, ha surgido la polémica: ¿debe un cantante famoso, una actriz famosa, un deportista famoso comprometerse en defensa de los niños palestinos? “Yo solo canto”, “yo solo hago televisión”, “yo solo pedaleo”, como si hubiese algún oficio que nos eximiese del ejercicio de la ciudadanía común. Miento. Hay sólo dos: ni los jueces ni los militares deben hacer política en el ejercicio de sus funciones. Pero, ¿por qué pedirle menos a un personaje público que a un fontanero, a un contable, a un albañil o a un traductor? ¿No habría, al contrario, que pedirles más? No voy a reprochar a los ciclistas de la Vuelta que no abandonaran la carrera en solidaridad con Gaza; se tienen que ganar, es verdad, la vida, y están maniatados por contratos a veces leoninos. Ahora bien, ¡cuánto más los habría admirado si hubiesen sido capaces de hacer ese gesto que, a lo largo de la historia, tantas veces han hecho los pequeños, los pobres, los vencidos!

La Vuelta, diría, no la ha ganado Vingegaard. Vingegaard ha sido sólo el tercero. La ha ganado Gaza; después todos los españoles que repudiamos los crímenes de Israel. Pero, ¿ha servido realmente de algo parar la Vuelta? Esta tarde, mientras escribo estas líneas, otros veinte niños han muerto bombardeados en Gaza; y más bien hay que temer que Netanyahu apueste por bombardear también la Moncloa que por detener el genocidio. ¿Ha servido, pues, para algo?

Lo he dicho otras veces: llevamos dos años grabando vídeos, poniendo tuits, escribiendo artículos en favor de los palestinos, con una sensación humillante y descorazonadora de inutilidad total. O incluso de utilidad sólo personal. A una amiga muy querida que me planteaba este dilema (el de participar o no en una performance contra el genocidio) yo le respondía, con ganas de justificar de algún modo mi propia impotencia, que los gazatíes están muriendo en un mundo paralelo al que no tienen acceso ni los periodistas ni la ayuda alimentaria, pero en el que sí entran las noticias. Ninguna noticia exterior salvará la vida de un palestino ni evitará un nuevo bombardeo o una nueva expulsión. Pero el único asidero moral que les resta a los palestinos (y esos asideros morales, en una situación desesperada, son tan materiales como un trozo de pan), el único asidero moral que les resta a los palestinos, digo, es la atención solidaria del mundo. Saber en camino a una Flotilla que nunca llegará a su destino o enterarse de la interrupción de una carrera ciclista en España de la que los gazatíes no tenían ni idea hasta ayer, no es una cosa baladí. Sería terrible que los palestinos, en la tregua entre dos bombas, tendiesen el oído al mundo y sólo escuchasen, como los muertos, un silencio atronador.

En el caso de la Vuelta, además, esta pequeña victoria refleja y determina un doble giro, institucional y colectivo. Sin duda da pábulo a la violencia política de la derecha, que ya está tratando de identificar, una vez más, al Gobierno de Sánchez con el “terrorismo” de Hamás y de ETA), pero también refuerza la tendencia cada vez más valiente de la Moncloa, que ha encontrado en la denuncia del genocidio un respiradero y una batalla de carácter “universal”. Las protestas en favor de los palestinos durante La Vuelta, que Sánchez apoyó públicamente, le obligan ahora a tomar más medidas contra Israel y a presionar también a sus socios europeos.

En cuanto al giro colectivo, conviene ser prudentes a la hora de valorar el alcance de lo ocurrido, pero el domingo pasado muchos –muchos– españoles de izquierdas nos acostamos, por primera vez en mucho tiempo, muy contentos. Tuvimos la sensación de que esa pequeña victoria cambiaba el “tono vital”, profundamente depresivo y paralizador, de los últimos años. La política, y más en plena efervescencia del fascismo, se decide siempre por el “tono vital” de los que la sufren y eventualmente la hacen. Es ese “tono vital” a lo que ahora hay que darle continuidad, en favor de Gaza y en favor de nuestras propias esperanzas locales. ¿Se logrará mantener ese latido? Necesitamos “minorías audaces”, como dice Curb, para activar la cascada, pero hay que tener cuidado para que no ocurra, una vez más, que los mismos que, con un gesto disruptivo, cambian el “tono vital” de mucha gente, acaben “sectarizando” una causa ética y transversal que nos atañe a todos.

Etiquetas
stats