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Inditex, una sucesión a la gallega

Profesor del IESE. Autor de libros de management y asesor
El fundador de Inditex Amancio Ortega junto a su hija Marta Ortega

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Estaba barruntando escribir una tribuna titulada “Contra la transparencia”, porque me escama tanto canto en favor de la claridad y la comunicación absoluta, que envuelve altas dosis de hipocresía, cuando me desayuno de bruces con la salida del primer ejecutivo por partida doble del gran grupo empresarial textil español. Un hecho inopinado, imprevisto y en el que la transparencia es real por escorzada, limitada, con luces y sombras, donde las informaciones velan tanto como enseñan. 

Tras bucear en la prensa, me encuentro cada vez más confundido, porque nada es lo que parece. He cogido el teléfono y he marcado el prefijo de A Coruña. 

Un conocido abogado, que gestiona una family office coruñesa, y cercano al complejo de Arteixo, me aclara: “todo apunta a un choque de trenes (valga egos). Soy pesimista, pero confío en que la última gran decisión del patriarca no incumpla una de sus máximas empresariales que le ha hecho llegar a donde ha llegado, que no es otra que elegir a la persona ideal para un puesto concreto en un momento determinado”.

La experiencia dice que de los puestos hay que saber salir a tiempo para que el siguiente te pueda cubrir la retirada, y no pase, por ejemplo, lo que vive la acción de la compañía en estos momentos. La historia de las empresas familiares nos enseña que la primera prioridad es que la empresa esté en números negros, aquí archi conseguida; la segunda prioridad es la sucesión, aquí ha sido cocinada con olla súper express.

En el mundo anglosajón se estilan dos sistemas para pasar el bastón de mando de un responsable a otro, de modo ordenado y con el tiempo que aquí no ha parecido existir, aunque sí es verdad que se intenta crear a posteriori, al fijar la salida formal dentro de unos meses. La carta del saliente a los empleados es un interesante elemento. En algunos casos se adopta el modelo de una carrera de relevos, identificando el sucesor con anticipación; este modo de proceder entraña el inconveniente de que supone ponerle una diana en la espalda al elegido, que corre también el riesgo de que en el camino desaparezca, o que sufra el síndrome que podríamos denominar de Príncipe de Gales: que el titular se eternice por buena salud general. 

En el otro lado del espectro se encuentra el modelo de sucesión que opta por una carrera de caballos, en cuyo transcurso se van descartando los candidatos por motivos diversos, de modo que el que aguanta en cabeza gana el derecho a la sucesión. La contrapartida es que los que le siguen suelen abandonar la empresa.

El político, empresario y mecenas catalán Francesc Cambó ofrece una tercera fórmula: “Creo haber dado prueba a lo largo de muchos años de mi deseo de no discriminar por razón de simpatías, afinidades, creencias religiosas o políticas, filiaciones, edades, clase social o situación económica personal. Procuro tener en cuenta el talento, el señorío, la profesionalidad y la experiencia. Luego podré equivocarme como el que más. No cabe duda que la amistad, el parentesco, o la afinidad moral añaden lo que por antología podríamos denominar ”valor de afección“”.

Otra de mis fuentes telefónicas ha sido un empresario coruñés cuya compañía familiar también lidera el sector en el que opera, y que es del círculo próximo del fundador de Inditex, me dice: “En su momento, me chocó que Amancio, siendo tan duro de roer, nombrase a alguien con tanto poder. Creo que ha querido corregirlo cuando aún estaba a tiempo. Algo vio que no le gustó -eso que vio me lo menciona vacío de nombres-, y se decidió”. Y añade: “Yo no estoy seguro, no lo está nadie (el lector no necesita el acento galaico) respecto del nombramiento del consejero delegado, el tiempo dirá, pero creo que es muy acertado recuperar la bicefalia de cara al futuro. En las empresas siempre conviene un equilibrio de poderes”.

Existen infinidad de empresas que van maravillosamente bien desde el punto de vista del producto, de la logística y del mercado, como la de marras, y que de pronto afrontan un problema surgido pura y directamente desde su interior, del que los que habitan en la última planta del edificio social son los únicos responsables. Estos problemas se evitarían si no existiesen edificios sociales o headquarters que operan como las antiguas cortes de los monarcas. Los problemas creados me traen a la memoria el comienzo de la novela de Tolstoi, Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.

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