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Israel reaviva el fuego

Mezquita Al Aqsa. EFE/EPA/ATEF SAFADI
14 de abril de 2023 22:46 h

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El crecimiento de la tensión política y militar en Oriente Medio era previsible y esperado desde que Benjamín Netanyahu accedió por quinta vez, el 29 de diciembre de 2022, a la Presidencia del Gobierno de Israel, a pesar de tener abierto desde mayo de 2020 un juicio por corrupción que incluye tres delitos diferentes de cohecho, fraude y abuso de confianza, el primero de los cuales podría acarrearle hasta diez años de prisión. Si fuera condenado en sentencia firme tendría que abandonar su puesto, pero parece que eso podría tardar aún muchos años dada la complejidad de los casos y su posible recurso al Tribunal Supremo. Y siempre que antes el procesado no consiga abortar el proceso.

El nuevo Gobierno de Netanyahu, sustentado en una coalición de partidos ultraderechistas y extremistas religiosos, se considera el más radical de la historia de Israel. Su programa incluye la anexión de Cisjordania y la flexibilización de las reglas para los allanamientos y la represión armada contra los palestinos, además de la derogación de leyes LGTBI y en favor de las mujeres. Desde su toma de posesión, la tensión entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y los palestinos ha crecido hasta culminar en la matanza de Nablús, el 22 de febrero, en la que murieron diez personas –incluyendo un menor y una anciana- y 102 resultaron heridas. En los primeros tres meses del año han muerto 93 palestinos y árabes-israelíes en acciones violentas -más que en ningún otro trimestre desde 2020-, además de 18 israelíes.

En el frente político interno, el Gobierno israelí presentó en enero un proyecto de reforma del poder judicial, promovido por dos de sus miembros más extremistas: el viceprimer ministro y ministro de Justicia, Yariv Levin, y el presidente del Comité de Constitución, Ley y Justicia del Parlamento (Knesset), Simcha Rothman. De ser aprobada, la reforma daría al parlamento la capacidad de anular los fallos del Tribunal Supremo que consideraran alguna de sus leyes inconstitucional, y otorgaría al Gobierno el control de los nombramientos de los jueces, además de rebajar el asesoramiento legal de los ministerios, actualmente vinculante, a mera recomendación. Este proyecto supone un ataque a la independencia judicial inaceptable en cualquier país democrático, que acabaría definitivamente con la separación de poderes, al que podría no ser ajena la situación procesal de Netanyahu, hasta el punto de que el fiscal general le ha prohibido participar en la discusión de la ley por conflicto de intereses.  

La reacción de la ciudadanía israelí fue inmediata, con manifestaciones numerosas en todo el país en contra de la reforma, y huelgas en muchos sectores, incluidos algunos estratégicos como el de la electrónica, que afectaron hasta a reservistas del ejército. El 26 de febrero, Netanyahu destituyó al ministro de defensa, Yoav Gallant, que se había mostrado el día anterior favorable a suspender la tramitación de la reforma (aunque revocaría su cese unos días después). Las manifestaciones se hicieron entonces masivas, llegando a reunir a más de 500.000 personas, y la Unión General de Trabajadores convocó una huelga general. Ante el agravamiento de la situación, y después de doce semanas de protestas, Netanyahu suspendió el proceso de reforma, dejando bien claro que solo era una pausa y que su tramitación se reanudaría. Para calmar a las facciones más radicales de su Gobierno, prometió a cambio a su ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, la creación bajo su mando directo de una nueva Guardia Nacional, un cuerpo de seguridad de cariz político y fuera del control de la policía.

Ocho días después, en la noche del cuatro de abril, la policía israelí irrumpió en la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar sagrado de los musulmanes, donde cientos de fieles realizaban sus oraciones en pleno mes de Ramadán, con la excusa de que algunas decenas de jóvenes habían entrado con fuegos artificiales y piedras y pretendían hacerse fuertes dentro. La policía causó al menos seis heridos, disparando pelotas de goma y usando gas pimienta, y golpeando a los fieles en el suelo, e hizo más de 400 detenciones, desalojando la mezquita por completo.

Por supuesto, el Gobierno israelí era consciente de que esa provocación sería seguida de una respuesta por parte de facciones palestinas armadas, como así fue. A las pocas horas, Hamás disparó 16 cohetes desde Gaza, de los que solo uno llegó a territorio israelí, causando un herido. Inmediatamente, cazas israelíes bombardearon objetivos en la Franja, que fueron a su vez seguidos por nuevos lanzamientos de cohetes, tan poco letales como los anteriores. El cinco de abril, la policía israelí desalojó por segunda vez la esplanada de las mezquitas. Los lanzamientos de cohetes desde Gaza y las represalias aéreas continuaron.

También desde el sur del Líbano la yihad islámica lanzó cohetes, algunos de los cuales alcanzaron territorio israelí, causando tres heridos leves, mientras las FDI bombardeaban también esa zona. La escalada continuó el viernes siete con el asesinato de dos mujeres israelíes en Cisjordania, además de un muerto y seis heridos causados por un árabe-israelí en Tel Aviv, todos extranjeros. El lanzamiento de cohetes siguió, en total más de treinta desde Líbano y más de cuarenta desde Gaza, y también los bombardeos israelíes de represalia.

El nueve de abril se lanzaron seis cohetes desde el sur de Siria, de los que tres impactaron en los altos del Golán, ocupados por Israel, sin causar daños. Las FDI atacaron duramente, con artillería, drones y aviación, instalaciones militares en esa área. Los bombardeos israelíes en Damasco son ya habituales, el último, el día cuatro, causó dos muertos civiles. Desde el domingo, la situación se ha calmado aparentemente, pero toda la zona es un polvorín y no se puede descartar que el enfrentamiento se reactive con consecuencias imprevisibles.

En todo caso, el actual período de tensión no ha surgido espontáneamente, lo ha provocado el Gobierno de Israel conscientemente, con el asalto a la mezquita de Al Aqsa. Y no es difícil deducir por qué. Necesitaba imperiosamente resucitar la violencia, la amenaza de un enemigo exterior existencial para resolver los problemas políticos internos. Cuando peor le van las cosas en el interior al Gobierno israelí, cuando la oposición es más fuerte y más activa, el recrudecimiento del conflicto militar debería servir para apelar a la unidad nacional, al agrupamiento de todos detrás del Ejecutivo, para defender la patria amenazada. En las acciones militares no se admiten disensos, ni siquiera si no se corresponden con una mayor amenaza, o han sido provocadas. El truco es tan viejo, se ha repetido tantas veces, que ya ni siquiera causa sorpresa. Además, el incremento de la represión contra los palestinos y la reactivación de los bombardeos sirve también para compensar al ala más dura del Gobierno israelí -en particular a los ultraortodoxos -por el abandono temporal de la reforma judicial.

Por otra parte, la tensión es útil para dificultar y, si es posible, paralizar definitivamente la recuperación del tratado nuclear con Irán, que está en estos momentos más lejos que nunca, debido sobre todo al apoyo iraní a Rusia. El tratado fue suscrito por el presidente Obama en 2015, pero en 2018, el entonces presidente Trump se retiró unilateralmente y los iraníes se consideraron liberados de sus obligaciones. La Unión Europea quiere renovar el tratado, y el presidente Biden abogó en su campaña electoral por renegociarlo, aunque su interés por conseguirlo ha ido decayendo visiblemente durante su Presidencia, mientras las autoridades iraníes tampoco ayudan nada con sus exigencias y su dura represión interna. Israel siempre lo ha considerado contrario a sus intereses, a pesar de que podría evitar que Irán se convierta en una potencia nuclear, temiendo que pudiera reforzar al régimen iraní. Prefieren la guerra.  

Este juego macabro puede tener consecuencias muy graves, dependiendo de hasta dónde quiera llegar Netanyahu. Si consigue aplacar la oposición ciudadana, puede que se apacigüe. Si no, podría continuar tensando la situación, para agradar a sus socios más radicales y para contrarrestar la contestación interna. No es probable que llegue en ningún caso a un enfrentamiento directo con Irán, porque Washington no lo autoriza por ahora, pero puede hacer mucho daño a países con problemas internos tan graves como Líbano y Siria, y sobre todo a los palestinos, armados con fuegos artificiales y piedras, o cohetes de escasa efectividad en el caso de Hamás, frente al poderoso ejército israelí, y a los que se puede herir o matar impunemente –y se hace- por manifestarse o resistirse a los soldados.

Nadie va a ayudar a los palestinos, como no sea Irán, o la Hezbolá de un Líbano sumido en el caos político, o algunos grupos armados de la no menos caótica Siria. Ni siquiera los países árabes suníes moverán un dedo. En EEUU el tema de Israel es tabú: la mínima critica condena a quien la formule al ostracismo político o social. Solo hay dos opciones: a favor de Israel o muy a favor de Israel, haga lo que haga. Algunas voces valientes, como las de Noam Chomsky o Bernie Sanders –ambos judíos-, alzan su voz contra la crueldad del Gobierno de Israel, pero tienen poco eco. Los europeos están paralizados, inermes. En este asunto como en otros. Si no pueden resolver solos los problemas que tienen al lado de casa, mucho menos los ajenos.  

Aunque, al menos, podrían hablar, defender los valores de los que tanto alardean. Pero no, miran hacia otro lado. Algunos, porque todavía penan las culpas de su criminal antisemitismo en el siglo XX. La mayoría, porque no quieren desagradar a Washington, el hegemón, el poderoso, que es también el gran valedor de Israel, aunque en el fondo lo deploren. Pagan -eso sí-, una y otra vez, buena parte de la reconstrucción de lo que Israel destruye en Gaza y Cisjordania. Pero callan. 

Esta es la terrible realidad de nuestro tiempo. La ética política se subordina a los intereses de Estado, que al final, son siempre los intereses de los que controlan los poderes del Estado. Los principios solo existen cuando conviene. Valores sagrados como libertad o democracia se olvidan cuando no interesa al poderoso. Se consienten atrocidades, vulneraciones de la legalidad internacional, mirando para otro lado, callando. Pero se esgrimen a raudales -cínicamente, sin vergüenza ninguna- cuando pueden ser útiles para que la opinión pública apoye las acciones que favorecen los objetivos que se han marcado aquellos que los utilizan a su conveniencia. 

Nada de esto es nuevo, la doble moral siempre ha existido. Pero se está llegando a unos límites poco soportables para cualquier persona honesta. Los mismos que acusan de desinformación -con toda la razón- a las autocracias y regímenes iliberales que proliferan en el mundo, desinforman a su vez cuando les conviene, encienden los focos hacia el escenario que les interesa y los apagan en aquellos otros en los que su inacción o su silencio pueden dar una clara imagen de la solidez de su fe democrática. Los mismos que rechazan agriamente – ¡con toda la razón- la criminal e ilegal invasión de Ucrania, callan ante la ocupación ilegal y criminal de territorios palestinos. Los mismos que alzan su voz –con toda la razón- contra la pretendida anexión rusa de Crimea y otros territorios, callan ante la anexión israelí de los altos del Golán y ante la colonización de Cisjordania, que expulsa a sus habitantes legítimos. 

Los mismos que denuncian –con toda la razón- la crueldad y los crímenes de las tropas rusas, callan ante los centenares de niños palestinos muertos o encarcelados. Los mismos que elogian –con toda la razón- la heroica resistencia ucraniana, llaman terroristas a los palestinos que agreden a su agresor. Son casos diferentes en muchos aspectos, es evidente, pero en ambos hay ocupantes y ocupados, poderosos y débiles, armas letales y gente desarmada, donde debería haber paz y respeto a la identidad de cada uno. Parece como si para los dirigentes occidentales hubiera ocupaciones, agresiones, y víctimas de primera y de segunda, como hay emigrantes de primera y de segunda ¿Cómo vamos a creerlos cuando nos hablan de la defensa de la democracia y la libertad?

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