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Ha llegado el momento de marcar la diferencia

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en el Parlamento Europeo.

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Dicen que la grandeza se forja en las crisis. De ser así, hoy la forja está trabajando horas extras: la peor pandemia de todo un siglo, la peor crisis económica y social desde hace décadas, y esto sin contar las difíciles transformaciones a largo plazo, desde la revolución digital hasta la transición a una economía neutra en emisiones de carbono.

Con cada martillazo del herrero, se nos enseña a aceptar lo nuevo, como el teletrabajo y la enseñanza en casa. También se nos recuerdan cosas valiosas que dábamos por sentadas, como nuestra salud y nuestras interacciones sociales. Sobre todo, estos cambios nos obligan a plantearnos las preguntas siguientes: “¿Qué futuro queremos para España y para Europa? ¿Cómo podemos adaptarnos a lo nuevo y al mismo tiempo mantener lo mejor de lo que tenemos?”

Como europeos, debemos responder estas preguntas conjuntamente, porque una cosa está clara: ningún país puede hacer frente a esto por sí solo. Necesitamos a Europa en la crisis: la contratación de vacunas en bloque nos confiere un poder de negociación mucho mayor que el de cualquier país por separado. También necesitamos a Europa en la recuperación: por primera vez en una escala de magnitud tan grande estamos utilizando la calificación crediticia triple A de Europa para obtener préstamos en los mercados financieros. El resultado será un fondo de inversión de 672.500 millones de euros (312.500 millones en subvenciones y 360.000 millones en préstamos) destinado a la recuperación: el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia.

Con una inversión en subvenciones de unos 375.000 millones de euros en el período 2021-2027, la política de cohesión sigue siendo una de las políticas de inversión más importantes de Europa. Así pues, desempeñaremos un papel clave, mano a mano con el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, tanto en la crisis como en la recuperación. La de la Unión Europea es una historia de convergencia entre países. Sin embargo, la experiencia demuestra que la convergencia puede ralentizarse, interrumpirse o incluso retroceder en tiempos de crisis. Ya vemos indicios de que el mazazo simétrico de la COVID-19 está teniendo un impacto asimétrico en nuestras regiones. Esto ilustra la importancia de la cohesión como instrumento de desarrollo a largo plazo, no solo en “tiempos normales”, sino también durante y tras las crisis.

De hecho, la cohesión ya desempeña una función. Desde los comienzos de la crisis, en abril del año pasado, a través de la Iniciativa de Inversión en Respuesta al Coronavirus, hemos estado prestando apoyo a las regiones que más lo necesitaban. Y seguimos dando resultados: respiradores en España, pruebas de laboratorio en Italia, infraestructuras y formación para la educación digital en Polonia y Croacia... y la lista sigue. Hasta la fecha, ya hemos movilizado más de 22.000 millones de euros en toda Europa. Las inversiones pueden consultarse casi en tiempo real en nuestro sitio web específico. En el momento de redacción de este documento, hemos proporcionado capital circulante a casi 500.000 pymes para mantenerlas a flote, y prestado apoyo a 2,5 millones de personas en acuerdos de reducción del tiempo de trabajo o en asistencia sanitaria.

Pero mientras seguimos esforzándonos por contener la pandemia, también necesitamos un plan para una recuperación sólida y a largo plazo. Con la financiación procedente de la política de cohesión y el nuevo Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, muchos países y regiones dispondrán, en los próximos años, de un presupuesto europeo de inversión dos o tres veces superior al habitual.

La política de cohesión de la UE ha estado al frente de la lucha contra la crisis de la COVID-19 en España, apoyando la adquisición de material de protección y equipos sanitarios, así como de tabletas para estudiantes y profesores, la inyección de liquidez para pymes y los regímenes de reducción del tiempo de trabajo. Como uno de los Estados miembros más gravemente afectados por la crisis, España se beneficiará de unos 12.000 millones de euros procedentes de REACT-UE para complementar los fondos de cohesión y ayudar a sentar las bases de la recuperación económica. En el período 2021-2027, la política de cohesión de la UE por sí sola proporcionará 35.400 millones de euros para inversiones en todas las regiones, en función de sus necesidades. Esta financiación apoyará la digitalización de la economía, reforzará los sistemas de educación, formación y salud, fomentará la inversión ecológica y la adaptación al cambio climático y contribuirá a hacer frente al impacto social y económico de la despoblación. El nuevo Fondo de Transición Justa, dotado con 800 millones de euros adicionales, ayudará a abordar algunos de los retos medioambientales y sociales de la transición climática en las zonas más afectadas. Con el fin de acelerar la recuperación, el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia proporcionará 70.000 millones de euros en subvenciones para reformas e inversiones.

Ante una oportunidad como esta, que surge solo una vez por generación, ¿cómo invertiremos? ¿Cómo se elaborarán los programas septenales de cohesión a partir del año actual? ¿Qué España y qué Europa queremos dentro de diez años? Propongo tres prioridades clave.

En primer lugar, la recuperación debe ser para todos los europeos y todas las regiones. La lección de la historia económica es clara: en cada crisis, hay regiones que se recuperan, mientras que otras pueden estancarse durante una década o más. Cuando me reúno con responsables de adoptar decisiones a todos los niveles, siempre insisto en que no podemos recuperar la mitad de Europa, mientras que la otra mitad se queda atrás. No obstante, sigo preocupada por las tendencias a largo plazo: en la Comisión llevamos más de una década publicando periódicamente un índice de competitividad regional. En el caso de varios Estados miembros, el índice muestra una brecha persistente y cada vez mayor entre unas pocas grandes ciudades, a menudo las capitales, y el resto del país y, si no se toman medidas, corremos el riesgo de un futuro muy desequilibrado.

El riesgo de un único polo de desarrollo reduce la resiliencia de la economía y es fuente de división social. Los países deben invertir estratégicamente en diferentes regiones, en una red equilibrada de grandes centros y ciudades pequeñas y medianas, de manera que todo el territorio siga siendo económicamente dinámico y cuente con empresas locales y empleos de calidad, transporte público, redes de energía, sistemas de reciclaje y de gestión de residuos, sanidad, educación e infraestructuras para la adquisición de capacidades.

En segundo lugar, la inversión debe centrarse en los motores de la transformación económica a largo plazo. Europa está al borde de una gran transformación de carácter doble: la revolución digital y la transición a una economía neutra en emisiones de carbono. Por lo tanto, cuando reconstruyamos la casa de nuestra economía europea tras el incendio causado por la COVID-19, por más que queramos no podremos volver a la antigua: debemos aprovechar la oportunidad para reconstruir desde cero.

Los Estados miembros deben formular estrategias con visión de futuro para el desarrollo de sus países, aprovechar las ventajas comparativas de sus diferentes territorios y desarrollar nuevas competencias. Al menos la mitad de las nuevas inversiones en cohesión se destinarán a proyectos inteligentes y ecológicos, desde redes de innovación y empresas digitales hasta energías renovables. También existen disposiciones especiales para retos específicos, como las regiones que dependen estrechamente de los combustibles fósiles, en particular la minería del carbón o las centrales eléctricas de carbón: el nuevo Fondo de Transición Justa les prestará su apoyo a lo largo de la transición.

Europa tiene una visión común de dónde queremos estar de aquí a 2030, así que necesitamos visiones nacionales claras que indiquen dónde quiere estar cada país dentro de diez años. Estas estrategias integrales deben incluir las reformas necesarias para modernizar las administraciones, las políticas y los marcos nacionales. También deben detallar las inversiones correspondientes, privadas y públicas, incluido el apoyo europeo, para convertirlas en realidad. Dichas estrategias nacionales de desarrollo integrado constituyen la mejor base para que todas las inversiones europeas (los diversos fondos de la política de cohesión y el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia) maximicen su eficacia, su complementariedad y sus sinergias.

En tercer lugar, los agentes locales y los ciudadanos deben ser socios de pleno derecho. Estamos tomando decisiones fundamentales sobre el futuro: estas decisiones tan amplias requieren de una consulta igualmente amplia. En la política de cohesión, estamos comprometidos con el principio de asociación, que aúna a los agentes regionales y locales, los interlocutores sociales y las comunidades. Me comprometo personalmente a garantizar que durante la preparación de los programas de la política de cohesión se combinen acciones rápidas con una auténtica asociación.

Una Europa más cercana a los ciudadanos va más allá del principio de asociación: también significa garantizar que la financiación disponible llegue a las personas. Los ciudadanos deben ver los beneficios de pertenecer a la Unión, los resultados tangibles de la solidaridad europea en su vida cotidiana.

Ahora que la forja de la historia nos pone a prueba, tenemos una oportunidad única para reconstruir y planificar la Europa que queremos. Hagamos que sea una Europa inclusiva, en la que todas las regiones participen en la recuperación y ningún europeo se quede a la zaga; que tenga perspectivas de futuro y siente las bases para una revolución digital exitosa y para la transición a una economía neutra en emisiones de carbono; y que todo esto se decida a través de un proceso de consulta y de asociación plenamente democrático. Esta es la política de cohesión que deseo ver en la programación de los próximos meses, y esta es la Europa que quisiera ver de aquí a diez años y a partir de entonces. Si también usted lo desea así, le invito a participar en el debate. Ha llegado el momento de marcar la diferencia.

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