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Una normalidad nueva

Ambiente de las calles de la capital tinerfeña a primera hora de la mañana este miércoles de la séptima semana del estado de alarma

Carolina Darias

Ministra de Política Territorial y Función Pública —

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Durante estas semanas de confinamiento por la pandemia, uno de los anhelos compartidos por toda la ciudadanía, además de salvar vidas evitando la propagación del virus, ha sido la vuelta a la normalidad. A una normalidad incierta, porque si bien somos conscientes de que es preciso volver a activar nuestra actividad cotidiana, sabemos que el virus sigue estando ahí. A esta manera de volver a la vida de entonces, le hemos denominado normalidad nueva, porque nada volverá a ser igual, al menos hasta que encontremos la vacuna.

En este tiempo, muchas cosas han pasado por nuestra cabeza, muchas preguntas sin respuestas y he buscado algún impacto que se acercara a esta situación inédita, en la que sus consecuencias hayan modificado nuestra manera de vida. Porque hay momentos que permanecen en nuestra memoria durante muchas generaciones y otros cuyas consecuencias sobre nuestras vidas se mantienen más allá de nuestra memoria. Así, el 11 de septiembre de 2001 y el 11 de marzo de 2020 son dos de los momentos que permanecerán en nuestros recuerdos y sus efectos formarán parte de nuestras vidas cuando hayan desaparecido de nuestra memoria.

Los atentados del 11S en Estados Unidos impactaron en todo el mundo y, entre otras cosas, cambiaron nuestra forma de viajar. De esta manera, los controles de acceso a los aeropuertos y las limitaciones de objetos ya se han incorporado a nuestros comportamientos. Son incomodidades que asumimos, porque son necesarios para nuestra propia protección.

El 11 de marzo de 2020 es un punto de inflexión, la fecha en la que la OMS declaró la pandemia provocada por la COVID-19 y permanecerá en nuestra memoria durante generaciones y, probablemente, cambiará nuestra forma de relacionarnos.

Desconocemos si habrá un mundo antes y otro después de esta pandemia, pero me parece muy probable, e incluso deseable, que la experiencia vivida nos permitiera cambiar algunos de nuestros comportamientos, hacia esa normalidad nueva. También, desde la perspectiva institucional, en la toma de decisiones que contribuyan a repensar las prioridades y la importancia de las políticas a llevar a cabo.

En esta crisis sanitaria entramos con demasiadas incertidumbres, sin cartas de navegación y hemos tenido que explorar situaciones inéditas que quedarán en el legado de los futuros gobiernos. Pero en este tránsito viral, empezamos a tener algunas certezas en el camino hacia esa ansiada normalidad. Así, sabemos y asumimos como propio que la ciencia y la investigación tienen que desempeñar el protagonismo necesario para que guíen los pasos a seguir. Sabemos y asumimos como propio la importancia de reforzar nuestro sistema público de salud para cuidar de nosotros. Sabemos y asumimos como propio que la cultura de la protección ha venido para quedarse y mantener a raya al virus. Sabemos y asumimos como propio la necesidad de anteponer el nosotros antes que el yo o el tú.

Lo cierto, en todo caso, es que el sufrimiento provocado por la pandemia permanecerá con nosotros, durante mucho tiempo, pero la dolorosa experiencia vivida nos está mostrando muchas cosas. Ahora somos más conscientes de que los lazos que nos unen son frágiles y sólidos al mismo tiempo. Que es necesario cuidarlos, reforzarlos, y cultivarlos, como los afectos. Lazos familiares, de amistad y de proximidad que, de repente, se nos revelan imprescindibles para garantizar nuestro bienestar.

Pero también nos interpela a la hora de fortalecer los lazos institucionales. Los que hemos ido tejiendo en esta travesía democrática y que vamos mejorando y perfeccionando entre todos. Y esta es nuestra responsabilidad, esta es nuestra tarea, así como generar confianza y esperanza en el futuro, en la normalidad nueva. Un futuro que tenemos que construir entre todos, reforzando las alianzas que nos permitan avanzar.

En el tiempo de espera y de confinamiento en nuestras casas, para evitar que el virus se expandiera, mientras miles de personas trabajaban sin descanso y las instituciones públicas ponían lo mejor de sí para salvar vidas, pudimos darnos cuenta del valor de lo público, de la importancia que tenían personas e instituciones que, en algún momento, nos hicieron creer que eran absolutamente prescindibles. Nada más lejos de la realidad. Si algo hemos aprendido y que nos debe guiar en la nueva normalidad es no dejar que lo más preciado de nuestra vida, la salud, en cualquiera de las etapas de la vida esté al albur solo del mercado.

Es cierto que hemos recorrido un largo camino, a pesar que han transcurrido solo dos meses, en los que el Gobierno de España ha acertado en la toma de decisiones para la contención del contagio, pero también es cierto que hemos tenido que hibernar nuestra actividad económica, en una especie de coma inducido a nuestra economía -según la acertada expresión propuesta por los profesores Stigliz y Krugman- para intentar asegurar la vida de las personas, minimizando las consecuencias mortales de la pandemia. Y, simultáneamente, preservando nuestra capacidad productiva, ayudando a nuestras empresas y tejiendo la mayor red de apoyo social de nuestro país para proteger a las personas más vulnerables.

Superada la fase de contención, durante la que desgraciadamente hemos perdido a miles de personas, nos enfrentamos a otra durísima situación: tenemos que volver a activar la vida económica y social, pero con la prudencia suficiente para evitar que el virus rebrote. Conjugar una y otra cosa no será nada fácil, como no lo ha sido preservar el necesario equilibrio entre garantías sanitarias, libertades públicas y actividad económica.

De modo que, como reconoce el Plan de Desescalada aprobado por el Gobierno de España, tendremos que asumir nuevos riesgos, dado que las posibles soluciones para hacer frente con efectividad a la enfermedad, como la vacuna, el tratamiento o la alta inmunización de la sociedad, no están disponibles en la actualidad. Esto significa que, durante un plazo no determinado de tiempo, volveremos a recuperar nuestra convivencia, pero teniendo muy presente que la COVID-19 continúa entre nosotros. Esta es la nueva normalidad.

Es decir, una normalidad que tenga en cuenta estas circunstancias, pero que al mismo tiempo nos permita retomar la vida que dejamos atrás hace siete semanas. Volver a ser de nuevo, sin ser lo de antes. Una normalidad en la que la razón de ser de la política, como dijo Hanna Arendt, sea más que nunca la de asegurar la vida de las personas, en su más amplio sentido.

Esta nueva normalidad ya está tocando la puerta, acompañada, necesariamente, de una cultura del cuidado y de la protección mutua. Una cultura que, más allá de la búsqueda sin límite del interés personal, incorporará aquello que nos hace ser como somos: nuestra mutua dependencia. Una cultura para que la todavía necesitamos inventar nuevos comportamientos y nuevas prácticas. De modo que, la normalidad nueva, como la anterior, tendremos que construirla juntos.

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