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La paz (de los cementerios) y el gasto militar

Aspecto de una feria internacional de armamento en Bagdad. Imagen de archivo.

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Los datos del SIPRI que elevan el gasto militar de 2022 hasta los 2,24 billones de dólares, un 3,75% más que el año anterior, no sorprenden, pero sí preocupan. Y mucho. La guerra en Ucrania, país que aumenta su gasto militar un 640%, se ha convertido en el legitimador de los aumentos en los presupuestos militares no solo en Ucrania o en Europa, sino en buena parte del mundo. El aumento del gasto militar entre las principales potencias que optan por la guerra y la amenaza de ella para conseguir sus objetivos políticos es claro y consistente. Estados Unidos, China y Rusia suman el 56% del total mundial. A pesar de que el gasto militar estadounidense triplica el chino y es diez veces superior al de Rusia. Una distancia militar que se acrecienta si tenemos en cuenta que los Estados miembro de la OTAN siguen representando más de la mitad del gasto militar mundial. 

Los números que arrojan las estadísticas de presupuestos militares de 2022 y su evolución durante los últimos años se suman a los anuncios de compras de nuevos armamentos por parte de varios países europeos (entre ellos los F35 que consumen por hora de vuelo más de 5.000 litros de combustible fósil), de la apuesta de la UE por ser en sí misma un actor militar (que incluye un presupuesto militar comunitario que ha aumentado un 183% en un año) y de inversiones de la industria militar que no solo muestran un aumento de sus beneficios por la guerra de Ucrania, sino que tienen la expectativa de que el nivel de militarización mundial aumente de manera constante los próximos años.

La teoría de Relaciones Internacionales mal llamada “realista”, que dibuja un escenario internacional en el que predomina la competitividad, la lucha por el poder y la falta de acuerdos internacionales, se impone en la mayor parte de países del mundo. El multilateralismo y la cooperación entre naciones ha sido defenestrado por las propuestas nacional populistas que han proliferado en las democracias liberales de la órbita occidental. Los halcones neocon del Pentágono han impuesto su relato. Estados Unidos no oculta su intención de luchar por la hegemonía mundial a través del poder militar. Su gasto militar sigue siendo el mayor del mundo, 877.000 millones de dólares, un 39% del total. Mientras una revitalizada OTAN, que aumenta el gasto militar conjunto de sus Estados miembro hasta 1,23 billones, ya habla de que el 2% del PIB destinado a presupuestos militares no es un objetivo al que llegar, sino el mínimo del que partir.

Desde un punto de vista regional, podemos destacar que Asía-Oceanía se dibuja como un escenario en el que las disputas se pueden dirimir por la vía militar, siendo la que más aumenta su gasto militar en la última década, un 45% entre 2013 y 2022. Japón vuelve al escenario militar internacional y abandona definitivamente una política basada en la autodefensa, aumentando sus capacidades militares en la órbita estadounidense, mirando de reojo a China. En Oriente Medio destaca que Arabia Saudí recupera la senda de crecimiento de sus presupuestos militares tras varios años de reducción, o un estado como Qatar, de tan solo 2,6 millones de habitantes, tiene un gasto militar en 2022 mayor que el de Turquía. La militarización de Oriente Medio no parece revertirse.

Resulta especialmente preocupante que el futuro del multilateralismo se encuentre en manos de China, que no tiene más credibilidad que su oponente en la lucha por la hegemonía como potencia mundial defensora de las libertades y los derechos humanos. Parece más sincera la vía latinoamericana, encabezada por Brasil, cuya voluntad de mediar en la guerra de Ucrania se ve corroborada por un planteamiento de la seguridad que ha optado por una reducción de los gastos militares de un 7,9% el último año, mientras el global de la región lo ha hecho un 4,5% en una década.

La tendencia de grandes aumentos que marcan los gastos militares para los próximos años hacen que la conocida cita de Clausewitz –la guerra es la continuación de la política por otros medios– sea insuficiente para definir el momento en que se encuentran las relaciones internacionales. La guerra y la amenaza de esta son la esencia de la política internacional presente y, mal que nos pese, del futuro más inmediato. Una guerra larga, activa o congelada en Ucrania continuará legitimando e impulsando la única fuente de riqueza de las industrias militares de todo el mundo. Los únicos brotes verdes que se vislumbran en la paz y seguridad globales son de tonalidad caqui. En tiempos de guerra, la única paz que propone la miopía belicista es la de los cementerios.

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