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Las querellas clickbait contra feministas

Concentración del pasado 22 de septiembre, durante el primer juicio por las multas del 8M en València.

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El proceso judicial es un caramelo, como estrategia comunicativa, todo son ventajas. Su duración consigue lo que cualquier campaña comunicativa ansía, mantener el interés durante un tiempo prolongado. Las oportunidades comunicativas se multiplican, con el capítulo de la presentación de la querella, el de la admisión a trámite, el de las declaraciones de los investigados, etc. hasta llegar al momento del juicio. En paralelo se desarrolla el juicio social, que explota las jugosas novedades legales, sean reales o ficticias. Las redes sociales arden y las tertulias organizan el circo de opinólogos que opinan sin criterio, pero ello no importa, porque el objetivo es entretener.

Los procesos judiciales son un producto comunicativo que interesa a todos. Siempre tienen la capacidad de generar un escenario de combate atractivo y de fácil digestión: se dirimen victorias y derrotas, hay justos y pecadores. La contienda judicial suscita un morbo particular, el del espectáculo de cómo va a reaccionar la persona denunciada ante la embarazosa tesitura de tener que dar explicaciones y someterse a interrogatorios.

Cuando los procesos judiciales se dirigen contra las mujeres, el interés se multiplica. A nadie se le escapa que el terreno judicial no es amigo de las mujeres en general y del feminismo en particular. Que la mujer denunciada juegue con desventaja hace aumentar el morbo. Cuánta excitación genera la expectativa de contemplar la disciplina de la mujer rebelde denunciada, mediante las formalidades legales y su inevitable sujeción a la autoridad judicial. Ese doblegamiento moral es exactamente el efecto que busca la misoginia organizada. Con el impulso de esos procesos judiciales, saca rédito de abanderar la osadía de lo “políticamente incorrecto”: ellos son los valientes que se atreven a denunciar a las mujeres rebeldes, son los patriotas de la masculinidad hegemónica, los justicieros que le darán su merecido a esa mujer, y a todas las que ella representa. Qué mejor política comunicativa hay que el castigo ejemplarizante, y qué mejor castigo hay que el legal, el refrendado por el Estado.

El proceso judicial penal también tiene ventajas prácticas, si se pierde, no se imponen las costas al querellante y lo mejor de todo, el resultado final del proceso nunca acaparará la misma atención que generó la presentación de la querella. El archivo del proceso durante la fase de investigación o la absolución en juicio quedaran diluidos en la lejanía de los tiempos. Al final del recorrido judicial, lo que quedará en la conciencia social será una nebulosa sobre lo problemática que era esa mujer que fue denunciada. Criminaliza, que algo queda…

En la experimentación de cómo cosechar rédito político a base de acoso judicial, la misoginia organizada ha hecho un descubrimiento fenomenal: el delito de odio contra los hombres. Se trata de acusar a las feministas de odiar, vejar, discriminar y maltratar a los hombres. La perversión de girar los tornos, promete no dejar indiferente a nadie. El invento tiene todos los ingredientes para ser una fórmula de éxito: genera indignación, es un desafío legal, se basa en estereotipos y vehicula un mensaje político largamente reivindicado por la derecha: la violencia no tiene género. Y si ellas también son malas, las políticas de igualdad y la legislación de violencia de género no tienen justificación. Bueno, bonito, barato. 

Los festines comunicativos organizados por el hooliganismo judicial de la misoginia organizada, nos empujan a reflexionar sobre nuestras estrategias de respuesta a sus políticas comunicativas. El impulso de solidarizarnos con las mujeres atacadas no nos pude hacer caer en la dinámica de acabar dando aún más visibilizad a los atacantes. Ser conscientes de que nuestras emociones son la gasolina de su expansión divulgativa, es un primer paso necesario. Nuestra solidaridad e incluso nuestra acción de denuncia o de crítica, catapultan la divulgación de sus contenidos mucho más allá de sus círculos de influencia primarios. La misoginia organizada no solo se aprovecha de la sororidad, también lo hace del patriotismo masculino, que redivulga servilmente sus contenidos, para colaborar a defender el orden establecido y satisfacer su anhelo de pertenencia identitaria. Su política comunicativa es un éxito total, aunque por motivos antagónicos, todos acabamos colaborando a amplificar sus discursos. Y con ello la banalización de las violencias y la deslegitimación de las reivindicaciones legales y políticas de las mujeres van perdiendo terreno.

Además de la batalla cultural que se está librando, la misoginia organizada tiene otros objetivos más terrenales. La verdad es que con rascar un poco basta para darse cuenta que detrás de cada cruzada antifeminista, no siempre brilla una batalla moral. Desde hace tiempo, una gran parte de la misoginia organizada ha dejado de priorizar el combate ideológico y el apego al valor de las ideas. El odio organizado de hoy tiene mucho de instrumental, es un reclamo, un anzuelo, es clickbait. Forma parte de una estrategia económica millonaria que traspasa fronteras, en la que se invierten muchos recursos y de la que se espera mucho rédito. La tajada, según cada quien, es directa o indirecta y se concreta en votos, en influencia, en audiencias, en contratos, en followers, en publicidad, en clientes o en monetización de contenidos. Por ello, la mejor manera de dar apoyo a las mujeres asediadas por las acciones de la misoginia organizada es la de trabajar colectivamente para desenmascarar a los atacantes. Visibilizar quién hay detrás de estas acciones legales, qué objetivo real persiguen, qué ideas están transmitiendo, qué medios de comunicación y qué aliados políticos les apoyan, nos permite adquirir perspectiva sobre la estrategia global en la que se enmarcan de forma totalmente calculada y deslegitimar a los atacantes. Que no nos engañen, no es debate ideológico, es violencia política contra las mujeres. 

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