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¿Qué quieren ahora las mujeres?

Participantes en la huelga de cuidados el pasado 29-M en Málaga. Foto: Colectivo Feministas en Movimiento

Isabel M. Martínez Lozano

ex secretaria General de Política Social del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad. —

El actor y productor norteamericano Jimmy Kimmel reconocía esta semana en la entrega de los Oscar “los hombres la hemos cagado tanto este año, que las mujeres se enamoran de los peces”. La frase no deja de ser reveladora por cuanto nos sitúa en un nuevo escenario, donde los hombres están llamados a situarse en otro espacio de relación con las mujeres. Ante este nuevo 8 de marzo con el protagonismo de la huelga mundial feminista, aún es pronto para conocer si estamos ante una “cuarta ola” del feminismo o un repunte de esa “tercer ola” iniciada en los años 90, pero lo cierto es que el movimiento feminista internacional ha tomado de nuevo un protagonismo que parece dispuesto a no quedarse aquí y replantear los temas pendientes para la igualdad real y efectiva de mujeres y hombres. El feminismo de la “tercera ola” reconoce que hay diferentes feminismos y diferencias entre las circunstancias de discriminación de las mujeres, y se alejó así del esencialismo del único modelo de mujer del feminismo de la “segunda ola” protagonizado en los años 60 por Simone de Beauvoir ó Betty Friedan, entre otras. Esta “tercera ola”, que plantea diferencias de posturas dentro del propio feminismo en asuntos como la prostitución o la sexualidad de las mujeres y denuncia “El techo de cristal”, como circunstancia que merman sus opciones de realización profesional, se ha visto desbordada sin embargo, por el movimiento #metoo y otras acciones globales que muestran el hartazgo de las mujeres, especialmente las jóvenes, de unos patrones sociales y culturales que les resultan ya insoportables.

El siglo XXI puede originar así, una “cuarta ola” del feminismo, protagonizada por mujeres que apuestan por dar la batalla contra esos comportamiento deplorables, que el sociólogo francés, Pierre Bordieu, denunciaba hace años en su libro “la dominación masculina”. Está claro que las continuas denuncias de acoso sexual, violaciones y violencia de genero en general en las relaciones de pareja, ponen en evidencia que es precisamente esa violencia simbólica en la estructura social que denunciaba Bourdieu, lo que sigue legitimando la desigualdad de los sexos. Por eso, más allá de todos los indicadores socioeconómicos que estamos conociendo estos días sobre la desigualdad entre hombres y mujeres en la vida social y laboral, el indicador más relevante para conocer la igualdad real en una sociedad nos lo aporta la violencia sexual. Hace pocos años conocimos con el bestseller sueco, “Los hombres que no amaban a las mujeres”, que hasta en las sociedades más avanzadas y que más presumen de equidad de género, como la sociedad sueca, el problema de la violencia de género adquiere una dimensión extraordinaria.

Por eso, si si la división sexual del trabajo, los roles y estereotipos siguen siendo lo que nos condena a la desigualdad, será por ahí por donde tengamos que romper y es por ahí por donde las generaciones más jóvenes parecen dispuestas a romper. Durante las últimas semanas ha habido cientos de artículos sobre la llamada brecha salarial y miles de opiniones manifestando soluciones, algunas de ellas realmente sorprendentes, como cambiar la constitución para incluir la eliminación de la brecha salarial como derecho. Falta conocer que no es este un asunto que se corrija con nuevas leyes. Se desconoce que en España es ilegal pagar diferente salario por trabajos de igual valor. La Ley de igualdad ya consagró ese derecho a la igualdad salarial, pero la cuestión no es tan sencilla. La verdadera brecha que hay que combatir previamente se llama la brecha de los cuidados. Mientras las responsabilidades del cuidado estén en manos casi exclusivamente de las mujeres, difícilmente avanzaremos en la eliminación de las otras brechas de género. La catedrática Capitolina Díaz lo analiza muy bien en su último libro sobre “Brecha salarial y brecha de cuidados”, donde entre otras cosas, denuncia que el fracaso de las políticas de igualdad en las últimas décadas, está en haber puesto todo el acento sólo en el ámbito del mercado de trabajo, y menos en medidas de corresponsabilidad. La división sexual del trabajo por tanto, no se modifica si los hombres como decía Jimmy Kimmel no reconocen que “la están cagando” y se replantean su papel en una sociedad igualitaria. La igualdad no es un asunto sólo de mujeres, es un asunto que concierne a la sociedad en su conjunto.

Cuando hombres y mujeres se preguntan ante esta huelga feminista del 8 de marzo ¿qué quieren ahora las mujeres?, la respuesta es muy clara, igualdad en todo, también en la casa, también en los cuidados.

En todos los países europeos el siglo XX ha sido un siglo de adelantos y retrocesos en materia de igualdad de género. Tras las conquistas políticas, el derecho al voto y el aumento significativo del trabajo asalariado, durante las dos guerras mundiales las mujeres volvieron a ser condenadas a su papel de esposas y amas de casa y perdieron su capacidad jurídica. Igual ha pasado con el acceso a la educación y la paridad en los puestos de responsabilidad. Por eso, la agenda feminista ha cambiado tan poco después de un siglo. Desde finales del siglo XIX, en la agenda del movimiento feminista estaba el derecho al trabajo asalariado, derechos de protección social, protección de la maternidad e igualdad salarial y derechos a la participación social y política.

Si hablamos de la tan traída “brecha salarial”, ha sido siempre una constante. Después de la I Guerra Mundial, la propia parlamentaria británica, Eleanor Rathbone, desarrolló, junto con otras feministas británicas, una teoría económica de asignación por maternidad, sobre la base de una crítica feminista radical del salario familiar masculino y la enorme diferencia tradicional entre hombres y mujeres. Según ellas, el principio de igual salario por igual trabajo debía complementarse con una asignación por maternidad, que debía ser independiente del sistema de salarios tradicional y debía ser un reconocimiento a la remuneración de los servicios domésticos de las mujeres. Lo que realmente cuestionaban con la exigencia de estos derechos de protección social de la maternidad, no era recompensas, sino la división sexual entre trabajo no remunerado y trabajo remunerado y en consecuencia, la división sexual entre la carencia del poder y el poder.

La situación no requiere de más demoras. No podemos esperar otro siglo. Hoy los partidos de izquierda han perdido el monopolio del feminismo. La mayoría de las sociedades europeas siguen considerando que el feminismo les ha ayudado mejorar su bienestar y si como reconocía la encuesta de MYworld de esta semana, el 85% de los españoles pensamos que el feminismo ha sido positivo para nuestro bienestar, es tiempo de confiar y apostar por esta nueva agenda.

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