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Ucrania: un año de errores y horrores

Soldados ucranianos disparan un cañón antiaéreo a una posición cerca de Bajmut, en la región de Donetsk, en el este de Ucrania, el pasado 4 de febrero. EFE/EPA/SERGEY SHESTAK
14 de febrero de 2023 06:02 h

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Un año después de iniciarse la guerra en Ucrania, es bueno recapacitar sobre lo que ha sucedido y lo que no se ha hecho. El balance es siniestro y nada esperanzador, pues no se vislumbra un fin a corto plazo. En mi opinión, deberían tenerse en consideración varios puntos para reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro.

Se han tomado decisiones irreversibles o de difícil vuelta atrás, como el aumento de los gastos militares, poner fin al estatus de países neutrales o ampliar la OTAN. Estas decisiones hipotecan el futuro de la seguridad europea, y han echado por tierra cualquier posibilidad de retomar una política de seguridad compartida que, algún día, pueda incorporar a Rusia. Pasarán muchos años antes de que pueda darse esta posibilidad. Aunque cueste, es nuestra obligación pensar en escenarios futuros donde en la seguridad europea quepamos todos.

Hemos vuelto a la mentalidad de la guerra fría, de amigos-enemigos y buenos y malos, incrementando la cultura belicista y armamentista, no solo en Europa, sino en el mundo entero. Estamos ante un retroceso brutal en cuanto a perspectivas de paz y resolución de conflictos, y en el viejo continente se ha dado un golpe mortal a la OSCE, que era el organismo que podría haber actuado con prontitud y eficacia ante los momentos de tensión previos a la guerra. Sin embargo, se la inutilizó por completo, tornándola en un organismo ya inservible y desprestigiado ante el furor belicista. Es más, la diplomacia de paz, la de los Estados con capacidad de influencia y la de los organismos regionales o internacionales, quedó secuestrada y luego anulada desde el inicio, quedándonos huérfanos de actores con voluntad de jugar este necesario papel.

La apuesta, desde el primer momento, ha sido por la vía militar, para regocijo de los fabricantes de armas, lo que ha dado lugar a una continua escalada en el frente bélico, con la convicción de ambas partes de que podrían ganar la guerra, y en el caso de Ucrania, merced a un continuo suministro de armamento por parte de terceros países. Rusia, por su parte, también ha recurrido a la compra de armamento en el exterior. Lo cierto, sin embargo, es que esta guerra no la puede ganar nadie, acabe como acabe, pues el mal que se ha hecho trasciendo cualquier esquema de resolución. El odio acumulado es de tal magnitud, proporcional al nivel de destrucción y de pérdida de vidas humanas, que cualquier proyecto de reconciliación no será posible a medio plazo. Con suerte y si las cosas cambian, quizás la siguiente generación pueda ser capaz de restaurar las heridas. De momento, lo que sí se puede afirmar es que todo el mundo sale perdiendo, y es iluso pensar en que la destrucción nos llevará algún día a la gloria, cuando solo nos lleva a la miseria.

No es frecuente ver que, ante un conflicto armado, la gente le apueste tanto a la guerra y deje de lado la vía negociadora para llevar a cabo un proceso de paz. En el último medio siglo, el 90% de las guerras han terminado en una mesa de negociación y un acuerdo final de paz. Ucrania es una de las excepciones, y deberíamos preguntarnos si eso es un mérito o un gravísimo error que estamos cometiendo.

No sé cuándo, pero sí estoy convencido de que un día las dos partes tendrán que sentarse a negociar el estatus del este de Ucrania, dándose la terrible paradoja de que cualquier acuerdo a que se pueda llegar, con suerte, no será muy diferente de lo que se tendría que haber hecho después de firmarse los acuerdos de Minsk en 2015. Su incumplimiento es lo que nos ha llevado a la situación actual, por lo que será terrible pensar en el precio que habrá pagado por no haber actuado diligentemente cuando procedía. En este sentido, las responsabilidades son compartidas, aunque nadie sea capaz de reconocer sus propios errores o desidias.

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