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Gaza y el hambre como estrategia de guerra

Palestinos esperan alimentos distribuidos por organizaciones benéficas en Gaza.
2 de marzo de 2024 22:03 h

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A medida que la población de Gaza ha tenido que ir desplazándose hacia el sur de la Franja, la falta de alimentos y las dificultades para la entrega de la ayuda humanitaria ha provocado una grave crisis humanitaria y una hambruna solo explicable como una estrategia de guerra por parte de Israel. No es el primer ejemplo, pues ocurre en muchos conflictos armados.

En la primera parte del capítulo sexto del Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, aparecen cuatro jinetes, el tercero de los cuales, montado en el caballo negro, es una alegoría al hambre. Han pasado casi dos milenios de aquel texto, y la plaga del hambre, en particular las hambrunas severas, ha acompañado a la humanidad de tal forma que pareciera una plaga divina, una maldición inevitable. Sin embargo, particularmente en el último siglo, el hambre de ordinario ha ido de la mano de las guerras, las crisis políticas, la corrupción, la autocracia, la plutocracia, las desigualdades sociales, la marginación, la desidia o la incompetencia de muchos gobernantes, su perfidia y deslealtad traicionera hacia sus pueblos, o de la falta de previsión sobre fenómenos naturales adversos, entre otros factores.

Aunque es cierto que las crisis alimentarias y la lucha por los recursos escasos son fuente de conflictos, es más evidente que las guerras son generadoras implacables del deterioro de la seguridad alimentaria. Existe, por tanto, una vinculación entre los dos fenómenos, la guerra y el hambre, por lo que es preciso dedicarle toda la atención que se merece e intentar ver si hay causa-efecto y en qué medida. Lamentablemente es lógico pensar que hayan sufrido años de penurias alimentarias, por la propia naturaleza destructiva de los conflictos armados y la saña con que se trata a la población civil en los mismos. Lo que resulta menos conocido es que la inmensa mayoría de los países analizados por este fenómeno del hambre presentan claros indicadores de desidia política y otras variedades de menosprecio, maldad y malevolencia. Y que configuran un universo de diferentes formas de hacer pasar hambre a las poblaciones, sea de forma crónica (casi siempre) o temporal (como estrategia de guerra, por falta de previsión o un exceso de omisión), en una suerte de castigo –expreso o por desatención– que causa un inmenso sufrimiento, desamparo, angustia, dolor, zozobra y un sinfín de adjetivos: la mezquindad asociada a las políticas que generan hambre contiene un verdadero diccionario de sinónimos hirientes para los seres humanos, pues hay pocas maldades tan denigrantes, humillantes y ruines como el hecho de hambrear, esto es, el permitir la subalimentación crónica, la inseguridad alimentaria aguda o el hambre puro y duro en su manifestación máxima y letal, la hambruna, pudiendo evitarlo, como podría ser en casi todos los casos.

El 80% de las guerras del siglo XXI, que producen más de 100.000 muertes anuales, provocan un nivel de hambre superior al 20% de toda su población, acabando en situación de “crisis o emergencia alimentaria” en algún momento, con casos que afectan a más de la mitad de su gente. Gaza es un ejemplo, pero no el único.

Los motivos por los cuales la gente puede pasar hambre en un contexto tan degradante y destructor como es una guerra siguen un patrón generalizado, que se puede describir en la siguiente secuencia:

inseguridad. Ataques a la población civil, incluso en épocas de siembra y de manera expresa. Saqueo de los graneros y destrucción de la producción agrícola. Apropiación de tierras y otros recursos por parte de los combatientes. Daños en las infraestructuras agrarias o en los insumos agrícolas (fertilizantes, semillas, etc.). Control o dificultad para acceder al agua. Limitaciones a la pesca. Desplazamientos internos y movimiento de personas que buscan refugio en el exterior. Restricciones a la circulación de personas o bienes. Abandono de los campos, con cosechas malogradas al no recogerse. Pérdida o venta del ganado. Saqueo de tierras. Disminución de los activos de las personas y aumento de la pobreza. Disminución o destrucción deliberada de los servicios esenciales disponibles (salud, educación, alimentación, etc.). Escasez de combustible. Aumento de los precios. Reducción de la actividad productiva y comercial, hasta llegar al colapso económico. En ocasiones, asedio a las ciudades y su consecuente falta de llegada de alimentos. Hostigamiento y restricciones a las organizaciones humanitarias, incluidas las que proporcionan alimentos. En ocasiones, control o asedio a los puertos o fronteras por donde llegan los alimentos y productos esenciales. Dificultados para importar los alimentos necesarios.

Matar de hambre o hacer padecer hambre a la población, esto es, hambrear, es evidente que puede ser una decisión deliberada, como castigo político o como estrategia de guerra, o estar motivada por simple indiferencia e irresponsabilidad

Por tanto, matar de hambre o hacer padecer hambre a la población, esto es, hambrear, es evidente que puede ser una decisión deliberada, como castigo político o como estrategia de guerra, o estar motivada por simple indiferencia e irresponsabilidad de los dirigentes políticos, por ignorar a la gente, dejarla a su suerte o en manos de organizaciones caritativas, por no ser previsores o por tener otros intereses preferentes. El 57% de los países que han tenido elevados niveles de subalimentación, durante algún período del siglo XXI habían tenido episodios de guerra, entendida como la máxima expresión de un conflicto armado. Existe, por tanto, una vinculación entre los dos fenómenos, la guerra y el hambre, por lo que es preciso dedicarle toda la atención que se merece e intentar ver si hay causa-efecto y en qué medida.

La guerra es un fenómeno social que, para hacerla, requiere intención, intereses, organización, estrategia, preparación, mando, obediencia, sentido acrítico y despersonalización de los combatientes, desinformación y propaganda intencionada y manipulada, creación de imágenes de enemigo para deshumanizarlo, glorificación propia, patriotería en algunos casos, lealtad grupal en otros, así como cultura de las armas, industria bélica y comercio de armas, instrumentos de destrucción (incluida su investigación y desarrollo para quienes tienen posibilidades de hacerlo) e instituciones específicas para llevarla a cabo. Más que un fenómeno, por tanto, es un proceso, en la medida que implica toda una secuencia de acontecimientos y voluntades. No es, por tanto, un fenómeno natural e inevitable, y no tiene nada de glorioso o épico en la medida que su propósito es destruir vidas humanas, aunque una Historia escrita con manos patriarcales haya intentado hacer ver lo contrario. Y si todavía persiste, a pesar de su enorme coste en vidas y destrucción, es merced a que en diversos centros de poder hay personas que se benefician de ella, sea en términos políticos, expansivos, de clase, económicos, geopolíticos, de presunto prestigio o ambición. La célebre sentencia de Clausewitz de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” es una desafortunada, maliciosa, militarista y perversa interpretación de la política, pues la guerra es precisamente el fracaso de la política, o, en todo caso, su ausencia.

El listado sobre las maneras de matar de hambre es una muestra de la perversión de la guerra y su desprecio hacia la suerte de quienes la sufren, un cálculo nunca contemplado por quienes la promueven, pues el impacto y las consecuencias de las guerras, o no se consideran o se calculan muy mal. La guerra no solo tiene a los civiles como punto de la diana, sino a toda la cadena alimentaria necesaria para su supervivencia.

Yendo ya al análisis de cómo estas guerras han afectado a la inseguridad alimentaria aguda de la población, los datos muestran que, además del citado 57% de las guerras que producen algún nivel de hambre, hay que añadir que, de media, casi la tercera parte de la población total de esta selección de países más afectados acaba en situación de “crisis o emergencia alimentaria” en algún momento, con casos que afectan a más de la mitad de su gente. Los casos de hambruna han sido pequeños y puntuales, de ahí la gravedad de lo que sucede ahora en Gaza, aunque en años anteriores la franja de Gaza ha tenido igualmente niveles muy elevados de “inseguridad alimentaria severa”.

En síntesis, hay una relación directa y muy estrecha entre los momentos de mayores desplazamientos de las personas, ya sea como refugiadas o desplazadas internas, como ocurre actualmente en Gaza, con los mayores momentos de crisis o emergencia alimentaria, sea porque se produzcan tempranamente, como en Gaza, o como es el caso de la mayoría de las veces, al cabo de unos cuantos años. En cualquier caso, la situación de hambruna en Gaza es insostenible, y una vergüenza colectiva por no ser capaces de evitarla.

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