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El único plan B para cambiar Europa es reconstruir el poder

Lorenzo Marsili

Director de European Alternatives —

Entre la espada y la pared. Así es como se sienten muchos hoy, asfixiados entre una Europa fallida y antidemocrática y unos Estados miembros igualmente fallidos y antidemocráticos. Mientras Yanis Varoufakis prepara el lanzamiento de un nuevo movimiento para democratizar la Unión Europea, al tiempo que Madrid organiza la acogida de la conferencia sobre el plan B para Europa, la pregunta que surge es: ¿cómo se sale de este callejón sin salida?

No hay porqué creer, como George Soros, que la UE esté al borde del colapso para darse cuenta que, en realidad, está es al borde de la irrelevancia.

No hay plan A para Europa. Los leves ajustes del status quo – como el Plan Juncker, el fondo de garantía juvenil o una unión bancaria ya superada - son incapaces de abordar seriamente los desafíos históricos que golpean nuestra puerta.

Todos los días se pregonan planes para intensificar la integración de la zona euro, y hay razones para desconfiar de tales planes. De hecho, cualquier profundización de la integración, corre el riesgo de reforzar la naturaleza antidemocrática de una Unión carente de mecanismos de rendición de cuentas.

Al mismo tiempo, tampoco existe un Plan B viable a nivel nacional. No hay espacio para la emancipación política a través de una salida más o menos armoniosa de la Unión Europea. Los alarmismos del nacionalismo –ya sean de derecha o de izquierda- despiden un tono de miseria y desempoderamiento.

La soberanía pertenece a la ciudadanía, no a los Estados ni a las instituciones. Esto se olvida a menudo. La soberanía popular no se recuperará a través de la construcción de micronaciones, ladrando contra los flujos de personas y capitales, mientras las decisiones se siguen tomando en otros lugares. No hay vuelta atrás a los años de oro de los acuerdos de Bretton Woods, cuando el capital financiero podía encerrarse dentro de las fronteras nacionales conforme a una visión emancipatoria del “capitalismo en un solo país”. Hoy en día, las fronteras nacionales sólo encierran refugiados que escapan de la guerra. Su invocación juega directamente en manos de la extrema derecha.

Los últimos años han sido un punto de inflexión. Esto se evidencia en el regreso de una retórica política que se atreve a poner en tela de juicio los fundamentos de nuestro sistema económico y representativo. Desde Sanders en Estados Unidos hasta Corbyn en Gran Bretaña, pasando por el 15M y las nuevas fuerzas políticas que marcan esa segunda Transición en España.

En cualquier caso, hay algo seguro: ya no es momento del status quo. Y eso significa que toca renunciar al desaliento y a la melancolía. Toca apostar por la reconstrucción de la ambición y promover un cambio de raíz a todos los niveles.

Tenemos que dejar de retratar a la UE como un gigante todo-poderoso que impide cualquier cambio real a nivel nacional. Esta retórica es falsa y sólo beneficia a los partidarios del sistema actual. Lo que nos falta es la capacidad de articular un objetivo claro y promover políticas a nivel nacional que den sentido a la soberanía popular. Planes ambiciosos para la redistribución de ingresos, la lucha contra las privatizaciones y la protección de los bienes comunes, una integración equitativa de los refugiados, justicia tributaria, acceso libre a una educación para todos. Y mucho más. En este sentido, la campaña de Bernie Sanders es inspiradora.

El fracaso a la hora de activar políticas nacionales progresistas no se debe a la UE; se debe a la incapacidad de la izquierda para ganar el apoyo popular. Por ahora, solo España ha demostrado ser una excepción en este reto. Inspiran simpatía ciertos viejos líderes izquierdistas como Jean-Luc Mélenchon u Oskar Lafontaine, que se reunieron recientemente en París para exponer un plan B para Europa. Pero da la impresión de que sus ataques a la UE tienen más que ver con justificar su fracaso político a nivel nacional que con la posibilidad de abrir un nuevo espacio de acción para sus países. España y sus movimientos sociales tendrán un papel importante en asegurar que la próxima Conferencia de Madrid sobre el Plan B no continúe con ese desgastado espíritu de melancolía, sino que dibuje un horizonte con nuevas perspectivas para transformar Europa.

A nivel europeo, ‘ambición’ significa convertir Europa en el lugar donde recuperar el poder para definir todo lo que ya no es posible a nivel nacional. No porque la UE lo impida, sino porque en ciertos temas, los estados-nación de tamaño medio ya no tienen ni voz ni voto.

Europa es el único espacio lo suficientemente grande capaz de frenar el dominio del capital financiero, especialmente después de que hayamos conocido el escándalo de las 62 personas que poseen la mitad de toda la riqueza mundial. Es el único espacio donde se podría liberar a Julian Assange y Edward Snowden y proporcionar una nueva infraestructura tecnológica sin vigilancia. El único espacio donde es posible fomentar una nueva comprensión ecológica del desarrollo e imponerla al resto del mundo a través de tratados comerciales alejados del TTIP.

La soberanía popular debería enfocarse en afrontar conflictos políticos y sistémicos como los mencionados. Más allá de debates estériles sobre los supuestos beneficios de un estado nación independiente o de una Europa unida, lo que realmente deberíamos estar debatiendo es cómo organizarnos para transformar ambos. Iniciativas como la de Yanis Varoufakis son una importante llamada de atención para contraponer una renovada ambición a la impotencia melancólica.

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Traducido del inglés por Marta Cillero

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