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2022: todos los derechos y uno más

La plataforma Gure Esku en su presentación en Oñati (Gipuzkoa) una declaración en favor del derecho a decidir

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Ahora que todo el mundo anda haciendo balances del año recién terminado y formulando deseos y promesas para el nuevo, yo también quiero lanzar alguna petición. 

En 2021 se han dictado en España leyes muy relevantes desde el punto de vista de los derechos de las personas y de su protección. Leyes para proteger de manera integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, para proteger y asistir a las víctimas de la violencia de género, para poder decidir poner fin a la propia vida mediante la eutanasia, para garantizar una vida digna mediante el Ingreso Mínimo Vital, para garantizar el poder adquisitivo y la sostenibilidad financiera y económica del sistema público de pensiones, para reducir la temporalidad en el empleo público, para hacer frente al cambio climático y encauzar la transición energética, para recuperar algunos derechos laborales… 

Siempre se puede hacer más –y también menos, desde luego–, pero no ha sido, no, un mal año para los derechos de las personas.

Y ahora vengo yo con otro derecho, para que también esté en el debate social y político, para que sea tomado en serio. No crean que es fácil hablar de esto. Ni fácil ni cómodo. No lo es porque en muchas ocasiones no se quiere comprender, ni se quiere profundizar en ello –o no se explica adecuadamente– y porque se ridiculiza y menosprecia desde muchos planteamientos políticos.

Me refiero al conocido como “derecho a decidir”. A decidir sobre todo lo que nos afecta individual y colectivamente. Como expresión del derecho humano y superior valor constitucional de la libertad, como manifestación del derecho también humano y constitucional a participar directamente en los asuntos públicos. Y, claro, sí, también, al histórico “derecho de autodeterminación”. 

Recientemente he firmado junto con un centenar de personas la llamada “Declaración de Arantzazu”, impulsada por la iniciativa ciudadana “Gure Esku”. Una declaración que se ha presentado a mediados de diciembre pasado apelando a este derecho. Y me gustaría que fuera un propósito social y político para este año que comienza, para que haya un debate serio también en sede parlamentaria, comenzando en Euskadi y siguiendo por las Cortes Generales y, en su caso, otros territorios.

¿Y por qué? ¿Por qué algunas personas nos empeñamos en esta cuestión? Pues por querer tomar en todo, también en esto, las riendas de nuestras vidas. Porque los seres humanos somos, ante todo, libres y porque decidir es lo que asienta y profundiza nuestra libertad y nuestra dignidad. Decidimos cada minuto, cada hora, cada día. Decidimos la hora a la que nos levantamos, lo que desayunamos, con quién hablamos, si nos iremos de vacaciones y a dónde… Ya sé, ya, que muchas de estas “decisiones” nos vienen dadas por imperativos vitales –el trabajo, la capacidad económica, el cuidado de la salud, la cortesía...–, pero también sé que asumir la inmensa responsabilidad de creer que todo debe estar en nuestras manos y que podemos cambiarlo poco a poco es lo que nos da la verdadera dimensión de la vida humana libre y digna.

Soy consciente, como la “Declaración de Arantzazu” expresa, de que vivimos en un mundo globalizado, pero ello no significa que lo nuestro, lo cotidiano y lo cercano carezcan de interés o de valor. Es justamente lo contrario: si algo nos deja esta crisis epidémica que aún vivimos son sus efectos en muchos terrenos, lo que nos ha hecho (re)descubrir el valor de lo pequeño y de lo local, de asegurarnos el bienestar desde la cercanía de los servicios, los suministros…

Soy consciente, también, de que los lazos entre los pueblos y las naciones son cada vez más estrechos y que vivimos en una evidente, inevitable y deseable interrelación, en particular, en nuestro caso, en el marco de la Unión Europea. Pero también entiendo que decisiones de esta naturaleza y complejidad han de ser posibles y han de residir en la ciudadanía para actuar libre, directa y responsablemente.

Soy igualmente consciente de la gran dificultad de la tarea. En primer lugar, porque todavía es el día en que esta cuestión no se ha sometido a un debate sosegado, ni social ni institucionalmente. En segundo lugar, porque las fuerzas políticas contemplan esta cuestión, en general, con manifiesta incomodidad y con diverso convencimiento –a favor, en contra o sin posición– y no se abren suficientemente a promover o defender espacios para la iniciativa civil. Finalmente, porque se trata de una idea, de una aspiración que, en esta tierra mía, se ha vinculado durante demasiado largo tiempo a una terrible historia de violencia. 

Pues de eso se trata. De que el debate sea posible, en libertad. De que cada persona pueda ejercer realmente todos los derechos de la ciudadanía, incluido este de decidir sobre cualquier cuestión pública y sobre la articulación de una nación dentro o fuera de un Estado determinado. De que la ciudadanía y las instituciones mantengan un diálogo sincero, en el que todas las ideas puedan ser contrastadas y cualquier aspiración pueda ser decidida, con cualquier resultado. 

Y, en este momento, es muy importante que se abra un proceso para ello, para hablar de lo que no está aún en la agenda política, pero que preocupa a un porcentaje no desdeñable de la sociedad vasca –no entraré en guerras de cifras porque no es de esto de lo que se trata–. Las instituciones deben arbitrar mecanismos para avanzar facilitando el pronunciamiento ciudadano, en este y otros terrenos. En esto consiste la libertad y la participación ciudadana. Esto es, en esencia, la democracia. Y es lo que espero comience a encauzarse, para este concreto tema, en este 2022.

En definitiva, debemos luchar para hacer de la libertad y la participación ciudadana –la dicha democracia– una forma de vida, también en este terreno. Ya lo dijo Benjamin Constant en su obra “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”: “El ciudadano no es esclavo, no es vasallo, sino que es libre, y libre quiere decir ir a participar a la plaza pública con los demás conciudadanos para tomar las decisiones, porque al ciudadano no le hacen la vida sino que la hace él”. Y que “la manera de ser felices no es únicamente la de disfrutar del goce privado, sino que también la felicidad humana tiene mucho que ver con participar en las cuestiones públicas, con asumir las cuestiones públicas y con ser responsable de ellas”.

Pues eso, que queremos participar y decidir el futuro de nuestro pueblo, en el sentido que cada cual, por las razones que sea, entienda más conveniente. Con calma, con sosiego, hablando, dialogando y expresándonos. Es todo. ¿Alguna objeción razonable?

Parece que no se estila hablar de esto –parafraseando a María Dolores Pradera–. Pero, se estile o no, esté de moda o no, incomode o no, no puedo dejar de creer en mis derechos y en la necesidad de poder ejercitarlos.

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