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El 28M, vete por la sombra

Imagen de la Puerta del Sol casi reformada (izda) junto a una propuesta de azulejos para ubicarla
7 de mayo de 2023 22:02 h

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“Vete por la sombra”, la frase hecha para despedirte de alguien deseándole que vaya con cuidado, puede ser un buen consejo para el próximo 28 de mayo. No ya porque, siendo finales de mayo, nos pueda salir una jornada electoral con ola de calor incluida, como la del año pasado por las mismas fechas (¿lo recuerdan?, que la memoria meteorológica siempre es corta…). También es un buen consejo político a la hora de decidir tu voto: “Vete por la sombra”.

“Vete por la sombra el 28M” es una forma de decir: vota a quien dé más sombra. Vota a quien incluya en su programa electoral medidas que tengan en cuenta la emergencia climática. Vota a quien se la tome en serio, de verdad, más allá de frases hechas y promesas generales: vota a quien se comprometa a un modelo de ciudad más vivible. En todos los sentidos, por supuesto (movilidad, infraestructuras, servicios públicos, desigualdad, necesidades concretas, carencias históricas…), pero muy especialmente en materia climática.

Algunos ayuntamientos han tomado la delantera, pero en general la crisis climática nos pilla con las ciudades sin preparar. Aún peor: con ciudades que no solo no mitigan, sino que empeoran sus efectos, y que incluso contribuyen más a la crisis. Islas de calor, hectáreas de asfalto y cemento, mal ventiladas y sin corrientes de agua, con los parques contados y el arbolado ralo, con miles de coches y aparatos de refrigeración que generan más calor. Con plazas duras y parques infantiles sin siquiera arena. Resultado de décadas de urbanismo de hormigonera que, en nombre de una mal entendida modernidad —y del negocio de algunos— alicató hasta el último centímetro para olvidar un pasado de zapatos sucios de polvo o de barro. Hablamos mucho de la reforma negacionista de la Puerta del Sol, pero nuestras ciudades están llenas de réplicas de Sol, plazas como parrillas donde hacer el típico chiste del huevo frito.

Añadan a ello las viviendas mal climatizadas, los colegios igual de mal climatizados y con sus patios tan duros como las plazas, los centros de trabajo y comerciales impropios de país meridional (esos invernaderos de fachadas acristaladas que obligan a potentes aparatos de aire acondicionado). Todo, además, tan mal repartido como la renta en una ciudad: hay también desigualdad climática, el calor va por barrios, desde las urbanizaciones ajardinadas, con piscina y siempre situadas en las zonas mejor ventiladas de la ciudad, hasta los barrios obreros de bloques apretados y pisos de techos bajos. De una zona a otra de tu ciudad puede haber cuatro o cinco grados de diferencia, igual que hay varios años de más o de menos en esperanza de vida.

Así ha sido, hasta que llegaron los primeros avisos de la crisis climática, y nos dimos cuenta de que no podíamos cruzar la plaza, el puente o el patio del colegio de nuestros hijos, no ya en julio, sino en abril. Si, como avisan los expertos, tendremos que adaptar nuestras vidas a un nuevo clima más parecido al del norte de África, cambiando horarios laborales, actividades económicas y hábitos de vida, deberíamos empezar por nuestras ciudades. Y no vale solo con los “refugios climáticos”, ese concepto que en solo dos años se ha impuesto en nuestra conversación. Necesitamos ciudades donde nadie necesite un refugio climático (tal como se entienden hoy: centros cívicos, bibliotecas y similares donde pasar unas horas con aire acondicionado y agua fresca); ciudades que sean toda ella un refugio climático.

Ahora que empiezan a publicar los partidos sus programas electorales, yo pienso mirar con lupa qué proponen unos y otros en mi ciudad, Sevilla, cuánta sombra da cada candidato. Que no todos dan la misma sombra, ni el mismo calor.

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