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Ahora también toca sangre, sudor y lágrimas, señor Churchill

El capitalismo no funciona. La vida es otra cosa

Economistas Sin Fronteras

Carmen Valor —

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Me encantan las series de la BCC, especialmente las que tienen la Segunda Guerra Mundial como trasfondo. Me alucina ver su capacidad de coordinación para enfrentarse a la invasión alemana. El gobierno decía que había que tapar las ventanas con tela negra, y todos taparon las ventanas. Que había que llevar una máscara anti-gas, pues todos con su máscara en la calle. Tejer para los soldados, dar mantas o metales, convertir los jardines públicos en huertos... Y la guinda del pastel: la respuesta de los barcos particulares para recoger a los soldados atrapados en Dunquerque. Aunque implicara un sacrificio, aunque se jugaran la vida, los británicos siguieron las instrucciones. Y vencieron.

Igualito que nosotros. Tenemos también un enemigo común; y no está a la puerta, sino que ya ha entrado. El riesgo de macro colapso de los sistemas es alto; los micro colapsos ya han empezado. ¿Cómo es posible que no seamos capaces de coordinarnos para intentar una respuesta? ¿Qué es distinto ahora? Cinco cosas, creo yo, son diferentes.

La primera es que todos estaban de acuerdo en que el enemigo existía. No me quiero imaginar lo que habría pasado si unos hubieran dicho que no, que en verdad son los tales que politizan todo; que sí, que está, pero que no es tan malo y que incluso puede hacer crecer la economía; que no digo que no exista, pero que lo que de verdad importa es el concurso de las calabazas del pueblo. Si no aceptamos que nuestra supervivencia depende de la de los ecosistemas en los que vivimos, difícilmente podremos coordinarnos para hacer un trabajo común.

La segunda es que aceptaron las soluciones. Esa confianza social es la que más se echa en falta ahora. Si había que poner la cortina negra, se ponía. En la versión de nuestro problema, deberíamos escuchar la mejor ciencia para ver qué tenemos que hacer. Pero en cuanto sacas el tema de usar menos coche ya la tenemos montada. Que quién te crees tú para prohibirme a mí nada, que con estas soluciones radicales no vamos a ningún sitio, que lo que hay que hacer es pagar a la gente para que use el transporte público. Y así estamos.

Y eso cuando entendemos la relación entre la solución y el problema. Porque lo del coche se entiende porque vemos el humo que sale del tubo de escape. Con otras soluciones, es todavía más difícil. Por ejemplo, cuando se plantea la reducción o evitación del consumo de carne por su huella de carbono, la reacción es de perplejidad. Porque no se ven las emisiones en la carne, porque no visualizamos el modelo de producción que se emplea ni la cantidad de consumo agregado que hacemos y su impacto.

La tercera es que dieron soluciones concretas y se creó la estructura para posibilitarlas. Para dar mascarillas a la población, hay que diseñarlas, producirlas, repartirlas y usar la presión social para asegurar que todos las usaran. Nosotros tenemos pocas soluciones concretas y todavía tenemos menos soluciones que podamos escalar. Igual es que tenemos que triplicar la masa forestal, también en zonas urbanas. O instalar dispositivos para reducir el consumo de agua en los hogares o para recuperar el agua de la poca lluvia que estamos teniendo. O ponernos placas solares para el consumo de pequeños electrodomésticos. Pero si esto es lo que hay que hacer, los gestores de la cosa pública tienen que planificar, organizar y coordinar a los ciudadanos para que las puedan adoptar. No vale con decirlo y luego ahí te apañes tú como puedas.

La cuarta es que la gente tenía esperanza. En nuestra sociedad, crece la eco-angustia ante la información de los desastres ambientales, no ya de los futuros, sino los de antes de ayer. Los incendios de Australia, los glaciares deshechos, la borrasca Gloria. Como decía Lea Vélez en un fantástico artículo, tenemos las plagas bíblicas todos los días en la tele. Miedo y angustia debían tener también los British en los bombardeos. Pero ese miedo no les paralizó; al revés, igual fue la fuerza para actuar.

Y es que (y es la quinta) nos faltan líderes que sean capaces de decirnos la verdad: si esperabas que esto se iba arreglar con tecnología, mientras tú sigues haciendo lo de siempre, espera sentado. No va a pasar. Este camino exige sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Y cuando antes entendamos y aceptemos las políticas del sacrificio, mejor para todos.

Pero a ver quién es el guapo que dice esto ahora. La misma lógica de la acumulación que ha creado el problema nos impide ahora trabajar para la solución. Los sistemas de producción y consumo que tenemos se desarrollaron gracias a hacerle creer al personal que tú lo vales. Que debía priorizar su interés, en el corto plazo, valorando sobre todo lo material y lo experiencial.

Cuando estas creencias, y el sujeto que modelan, se anclan y nos creemos con derecho a todo (nosotros, claro; los demás, no), a ver quién tiene los arrestos de decirle al personal la verdad. Que como se montó el modelo económico sin contar con los ciclos de recuperación de la naturaleza, pues que ya no sirven; que nos hemos equivocado; que tenemos que rehacerlos de arriba abajo sobre otra lógica. Y que no se puede modificar el modelo de producción-consumo sin que el consumidor cambie, y mucho. Que lo de que no te den bolsa de plástico es 'ná', comparado con lo que se viene.

A lo mejor es que no escucho bien, pero yo no veo a ninguno de nuestros líderes diciendo la verdad, como la dijo Churchill; algo como esto:

“Tenemos ante nosotros muchos, muchos largos meses de lucha y sufrimiento. Pero tenemos también un objetivo: la victoria a toda costa, a pesar del terror, por largo y duro que sea el camino, porque sin victoria no hay supervivencia; porque necesitamos la victoria para que las generaciones que vienen puedan cumplir sus metas; necesitamos la victoria para que la humanidad avance”.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del/la autor/a y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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