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Y ahora ¿qué?

Ayuso y Feijóo en la convención sectorial del Partido Popular.
29 de octubre de 2022 22:12 h

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Cuando llegamos a acuerdos con nuestros adversarios políticos tenemos menos probabilidades de verlos como enemigos mortales

Levitsky y Ziblatt Profesores de Harvard

“Son los mismos que nos impidieron llegar a los acuerdos anteriores”.

La frase, no pronunciada en público, es de un exmiembro de la Ejecutiva de Pablo Casado y se refiere a los que han forzado a Feijóo a romper la negociación terminada. No voy a discutírsela, porque yo también estoy segura de que son los mismos. Esta vez nadie puede hacerse el distraído si no son los que llevan aún la sangre en las manos. Todos los demás, incluso los que han recibido la puñalada, son conscientes de lo que ha sucedido. Esta vez ha sido a plena luz del día y ante los ojos de Europa. Miremos el papelón de Feijóo, Cuca Gamarra y González Pons que le deben el poder a esos mismos. ¿Han visto u oído a este último después de que la misma mano, con el mismo golpe, haya mandado al guano sus esfuerzos de pacto? Esa ausencia es una declaración.

Es la primera vez que escribo sobre este tema desde que dimitió Lesmes. ¡Era tan consciente de que cualquier cosa -filtración, reacción, provocación- podía agostar la espiga antes de la siembra! Así ha sucedido, pero no porque no hubiera intención real de solucionar, tarde y mal, la imposible situación institucional en la que se encuentra la democracia española. Feijóo y sus gentes estaban negociando de verdad. “Son los mismos”, los que lo han abortado. Los mismos que impidieron los cuatro acuerdos anteriores.

Eso significa que un grupo de personas -políticos, cargos electos, magistrados, periodistas, empresarios- tiene en sus manos el poder de impedir el normal funcionamiento de las instituciones democráticas españolas. Un grupo de poder que es capaz de imponer su voluntad incluso al líder de la oposición. Un grupo de presión que es capaz de marcar el punto exacto en el eje ideológico en el que pueden estar las ideas políticas para ser “tolerables” en unas instituciones que consideran como propias. Un grupo que, además, es capaz de hacer prevalecer sus intereses incluso personales sobre la estabilidad constitucional.

Es la democracia liberal la que se descompone ante nuestros ojos. La gente no habla en el metro del asesinato del CGPJ y del Tribunal Constitucional y, precisamente por eso, los democraticidas aspiran a que quede impune. No se trata solo de la utilidad inmediata que las instituciones tengan para el ciudadano, sino de las consecuencias fatídicas e irremediables que se van a producir en nuestro futuro.

Si las explicaciones complejas no encuentran audiencia, si es fácil engañar al que no comprende lo que nos jugamos, entonces habrá que dirigirse a las élites democráticas y a los ciudadanos conscientes de sus deberes, pero de ambos hay que exigir respuesta. Para salvar las democracias hace falta tolerancia mutua, aceptación de los legítimos rivales y contención institucional, evitando realizar ninguna acción que, aun pareciendo que respeta la ley escrita, vulnera a todas luces su espíritu. Lo contrario de la contención es explotar las prerrogativas legítimas de forma desenfrenada o bien imponer unas prerrogativas que ninguna ley otorga. Esto vale para todos.

Hemos visto en directo un nuevo golpe de mano de los que pueden hacer caer y poner al líder de la oposición, como ya demostraron con Casado, y ahora quieren imponer quién será su adversario: “Los pactos de Estado llegarán con otro PSOE” ha dicho el ventrílocuo. “Los mismos” no solo domeñan a los que les deben el poder, sino que exigen determinar cómo debe ser el adversario y fijar quiénes no tienen ni siquiera legitimidad para serlo. Vota lo que quieras, que nosotros decidimos quién pasa y hasta dónde.  

Eso no es una democracia.

Y ahora ¿qué? Entre los jueces cunde la desolación. A ellos no hay que explicarles hasta qué punto es grave y peligroso lo que sucede. Son conscientes -hasta los más conservadores- de que hay un sector que no quiere renovar y que lleva saboteando el proceso desde 2018 -son pues, “los mismos”-. Mencionan intereses y ambiciones personales que influyen en la parálisis, pero no dan los nombres. Los hay que esperan una nueva negociación que no va a llegar. Hay quien apunta a que la judicatura en su conjunto no puede hacer nada por encauzar la situación porque no es su papel, ¿en serio? Otros ven claramente llegado el momento de que todo vocal con un mínimo de dignidad abandone el CGPJ para dejarlo sin quorum y, por tanto, inoperante. Proponen una brutal escenificación de la grave anomalía democrática que no sea disimulable ni ante el más ciego de los ciudadanos.

Personalmente creo que lo que no cabe es la inacción absoluta. Todo aquel que es consciente de la gravedad de la fractura institucional y del riesgo sistémico que corremos tiene que intentar evitarla del modo que le sea posible y sin ninguna otra consideración. Cuando los muros de contención empiezan a ceder, o te pones a sujetarlos o eres uno más de los que está empujando para derruirlos. Esto también atañe a la judicatura y, en su nombre, a las asociaciones. Hagan algo más que comunicados. Presionen a favor de la Constitución y del Estado de Derecho a quien hay que presionar.

Valentía y coraje. Eso sí nos puede exigir nuestra patria. Si “los mismos” son capaces de presionar y destruir, entonces los demás tenemos que ser capaces de empujar en sentido contrario y desenmascararlos. Este es un momento para dar un paso al frente. Los intereses ocultos, una vez que vieran la luz perderían parte de su fuerza. ¿Quiénes, además de los más montaraces del PP, están tras el boicot? ¿Qué buscan y qué esperan obtener? Valentía y coraje. Yo sí creo que ha llegado el momento de dejarlos solos y desnudos.

Detrás de esta descomposición llegará la del resto del sistema. ¿Por qué creen “los mismos” que si la derecha gana las próximas elecciones el PSOE tendrá que participar para renovar con su mayoría? Y, si lo hicieran, ¿les copiarán? Cuentan con que al final la activación de sus poderes fácticos es tal que conseguirían forzar a los socialistas a ser institucionales. Lo creen porque lo han hecho una y otra vez. ¿Y si no gana la derecha? ¿Bloquearán otros cinco años?

Quo vadis? Yo tengo miedo. No nací en democracia, veo el riesgo cierto de no morir en una democracia. Al menos no en una a la que le quede algo más que el nombre. Nunca estuvieron las costuras de la democracia más deshilachadas. Nunca habíamos estado tan al borde del abismo si no fue en 1981.

¿Cómo mueren las democracias? Una de las armas es el uso de la “táctica dura constitucional”, a saber: jugar aparentemente según las normas, pero forzando sus límites sin preocuparse de la continuidad del juego democrático. Jugar para ganar siempre. Eso es precisamente lo que hacen “los mismos”. No lo podemos consentir ni nos es dado usar la misma sucia táctica para impedirlo.

No es fácil, pero tampoco imposible, si es que queremos. 

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