Estado de alarma: ¿quién cederá?
Dividir el mundo en bandos nunca es buena idea. No hace falta leer “Historia de dos ciudades”, de Charles Dickens, para saberlo. Sin embargo, a veces los clásicos de la literatura, por no decir casi siempre, recogen las respuestas a los grandes problemas de nuestro tiempo. Especialmente cuando cuentan historias que retratan el comportamiento de quienes provocan esos grandes problemas al usar su posición de poder de forma ladina para defender una única verdad y una sola forma de ver las cosas. Pero en realidad nada es solo blanco o solo negro.
No basta que la Historia de la Humanidad esté escrita ya ni reflejada en las artes escénicas o plásticas para repetir los mismos errores. A pesar de que ya sabemos cuál es el destino de las sociedades que se dejan llevar por las disputas que provocan los líderes que las fragmentan, el “divide y vencerás” les sigue funcionando. Aunque sea de manera efímera, no hay nada que una más que el tener un enemigo común. Da igual que en frío pensemos (y sepamos) que nadie es completamente bueno ni completamente malo, da igual que tengamos más que comprobado que ni todos los buenos están en un bando ni todos los malos en el contrario. Lo que nos hace mejores o peores como personas –partiendo de que bueno o malo no es completamente nadie– no es el bando en el que estamos, sino lo que hacemos o dejamos de hacer en cada uno de los lugares en los que habitamos.
Son nuestros actos el reflejo de nuestros valores y nuestros principios, la ética con la que actuamos. Tanto es así que desde la lógica de los derechos humanos, por ejemplo en materia penal –y en un estado de Derecho– no se juzga a las personas, se juzgan los hechos y la responsabilidad de alguien sobre los mismos, es por este motivo por el que se condena o absuelve a alguien tras un juicio (a poder ser justo). Solo las miradas punitivistas criminalizan a las personas por lo que son, por ser inmigrantes, transexuales, madres solteras, racializadas, feministas, musulmanas... Solo ellas las tratan como delincuentes por ser quienes son independientemente de lo que hagan.
En estos tiempos donde se corre el riesgo de normalizar conductas y actuaciones que atentan contra la dignidad de las personas y el bien común, la lógica y significado de los derechos humanos recobra una importancia inusual. Principalmente porque estos no tienen ni bandos ni bandas. No es un tema de equidistancia, sino de sentido de buscar la verdad, hacer justicia y lograr la reparación para que los hechos no se vuelvan a repetir.
Sabemos que aquellos a los que no les importa la gente son los que menos escrúpulos tienen para crear división y tomar decisiones que provocan sufrimiento, aunque ellos lo llamen sacrificio, efectos colaterales o factores imponderables. Esto me recuerda la antiquísima historia del juicio del rey Salomón y sobre cómo actuó con justicia. El relato, para quien no lo conozca, cuenta cómo dos mujeres con un bebé acudieron al rey reclamando ser ambas la madre. El rey, ante la imposibilidad de saber cuál de las dos lo era realmente pues ambas lo afirman, decidió partir el bebé en dos y dar una trozo a cada una. En ese momento, la verdadera madre, instintivamente, gritó al rey que no hiciera daño al niño, que si era necesario se lo diera a la otra madre para salvarle la vida. Fue esta reacción la que permitió a Salomón comprobar cuál de las dos mujeres era la madre verdadera, aquella a la le importaba la vida del bebé. Eso le permitió tomar la decisión más justa.
Imaginemos por un momento a ese mismo rey Salomón teniendo que tomar otra decisión. Una sobre la polémica de quién debe continuar la gestión de la crisis sanitaria de la COVID-19. Si el Gobierno de Sánchez a través del estado de alarma o las CCAA a través de las distintas otras normas y leyes. Imagino que, siguiendo el mismo patrón, propondría dividir la gestión de forma que a los votantes de derecha e independentistas les guiasen en las próximas semana las decisiones de los responsables autonómicos y a los votantes del centro izquierda, las del Gobierno central. Si esa fuera la dicotomía, cómo velar por la vida y la salud de millones de personas, ¿quién cedería instintivamente? ¿Los líderes de la derecha o los responsables del Gobierno? Ante una propuesta aparentemente insensata de dividir el país y la gestión de esta crisis, ¿quién estaría dispuesto a ceder para salvar vidas? Es en la respuesta donde sabremos a quien le importa verdaderamente la gente por encima de sus intereses y su verdad.
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