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Todo tuyo, Alberto

Alberto Núñez Feijóo interviene en el Congreso de Sevilla.

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Se acabaron las dos semanas en prácticas. Núñez Feijóo ya es el presidente del PP con el 98,35% de los votos del Congreso –no sé a ustedes, pero a mí siempre me llaman la atención esos porcentajes en contra al 1,65%: ¿Quiénes son? ¿En qué estarían pensando? ¿Se equivocaron de papeleta?... Ahí hay un reportaje–. El final de la interinidad también le ha dejado sin la mejor excusa disponible para justificar sus últimos traspiés. Ya no es cosa de otros si se pacta con Vox, o se les va la mano en la dialéctica parlamentaria, o no votan el plan anticrisis, o no se renueva de una vez el CGPJ. Ahora todo será cosa suya.

El congreso popular de Sevilla deja la evidencia del regreso del marianismo en todo su esplendor. También aporta la confirmación de que Nuñez Feijóo llega al liderazgo con el masivo apoyo de eso que en Madrid llaman provincias y la desconfianza del poder y entorno popular de la capital de la libertad. Nadie más consciente de ello que el propio líder conservador. Basta repasar el prorrateo de cargos y posiciones en la cúpula orgánica. El líder equilibra el reparto de poder en el partido. A cambio, los territorios le entregan confianza y lealtad. El PP de Rajoy en estado puro.

El Partido Popular ha ganado siempre las elecciones generales desde el centro, nunca escorándose a la derecha. No es una opinión. Se trata de una evidencia empírica. Feijóo ha iniciado otra vez ese camino desandando a velocidad de crucero la distancia recorrida en dirección contraria por Pablo Casado. Sus primeros mensajes repiten la estrategia que le permitió emerger de la pandemia como epidemiólogo en jefe: dureza en la forma, criterio institucional en el fondo. Tras treinta años en el poder conoce los límites que nunca se deben traspasar y las reglas que siempre se deben respetar.

La gran diferencia frente a los candidatos populares que recorrieron ese camino antes reside en que ahora sufre un competidor real a su derecha. Vox aparece hoy como el partido que posee la fidelidad de voto más alta según todas las encuestas; por encima del 80%. Hay tres millones de votantes potenciales que no están de paso, sino que parecen decididos a quedarse en el partido de extrema derecha. 

Si lo hacen por ideología, Feijóo tendrá casi imposible recuperarlos. Cuanto más intente competir en el extremo con un Santiago Abascal que sí está en el Congreso, más votantes le regalará. El discurso de la extrema derecha es tóxico. Devora todo lo que toca y solo lo amortiza a la propia extrema derecha.

Pero si esos votantes que ahora eligen Vox lo hacían porque estaban convencidos de que Pablo Casado nunca podría ganar y gobernar y su voto era para elegir oposición, no gobierno, y por ello escogían la opción más dura y molesta para los ganadores, entonces Feijóo lo tiene más fácil de lo que parece. Su problema no será competir en el discurso con Vox. Su verdadero desafío residirá en convencer al votante medio de derechas de que realmente puede ganar y gobernar; a ese mismo votante que jamás se ha planteado en serio que Vox constituya realmente una opción de gobierno.

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