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El álgebra de Fouché (o despejar la X en España)

El juez Manuel García Castellón.

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El álgebra es generosa, a menudo da más de lo que se le pide

D’Alembert

Uno de los saltos prodigiosos de cualquier alumno en el terreno de las matemáticas pasa al abandonar la prosaica aritmética básica para arribar a ese territorio algebraico en el que la incógnita campa por sus respetos. Puede que desde entonces se nos apalancara en el alma a algunos la inquietud por despejar las letras desconocidas. Ese momento en el que comprendes que dejando a la incógnita sola en un término de la ecuación, las relaciones establecidas entre el resto de los elementos en el otro término te desvelan su valor o, llevado a otros campos, su significado. 

Es complicada la relación que en nuestro país algunos jueces han terminado desarrollando con las equis del poder. Puede que sea debido a que eligieron una formación radicalmente de letras y que, de entre todas, esta es la que menos les acabó alcanzando el discernimiento. Lo cierto es que despejar las equis se convierte para algunos no solo en un ejercicio imposible, sino que altera su capacidad de discernimiento y con ella la de la Justicia y supongo que, según pretenden, la de todos nosotros. 

Así acaban algunos magistrados en estos complejos casos, que abrasan de puro fuego cruzado. Nos acostumbran a servir una sopa amarga en la que sucesivas cúpulas del Ministerio del Interior de una democracia, o diversos ministros, se convierten en unos émulos perfectos del inefable Fouché. Trasladan ese cuadro en el que Zweig pinta: ''Se ve que entre estos dos hombres no hay una atmósfera amigable. Igual que Fouché no es un servidor agradable para Napoleón, Napoleón no es un señor agradable a Fouché (…) los miembros del Consejo de Ministros cuentan cómo precisamente la sangre fría de la resistencia de Fouché indignaba al Emperador''. Los ministros que no amaban a sus presidentes del Gobierno, nos dicen. Así nos tuvimos que tragar que un ministro del Interior patibulario y sus jefes de policía y delegados gubernamentales se decidieron a pasar por las armas a supuestos etarras para acabar usando la ley del talión con la lacra del terrorismo y así vemos ahora cómo nos explican que Jorge Fernández-Díaz -¡precisamente el devoto Fernández-Díaz!- convertido en un Fouché malévolo y gélido montó toda una operación delincuencial para evitar el avance de la Justicia sobre miembros de su partido y sobre un emperador que, pobre, no sabía de la misa la media. ''Debe descartarse del objeto de este procedimiento la existencia de una trama política ajena al Ministerio del Interior'', dice García Castellón en su auto, dispuesto a mostrarnos cómo se le escapan las ecuaciones y cómo su tan citado juicio de inferencia crítica -¡no para de mencionarlo!- es tan loco que prefiere pensar que el ángel Marcelo y el ministro se pringaron hasta las alas para salvar al PP y a su presidente de los lodos de la corrupción, sustrayendo pruebas y engañando a la Justicia, sin que nadie más supiera de su inmolación a intentar saber quién se lo sugirió u ordenó. Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda, parece que piensa el juez que pensó el ministro. Debió añadir: y que la cabeza tampoco sepa ni los dedos de tus manos, Cosidó mediante, tengan noción siquiera del ejercicio de matonismo al que nos libramos. La equis, nos dice el instructor, no existe. ¡No sean mentecatos fiscales pidiéndome que practique una prueba tan loca y tan innecesaria como saber si el número 65XXXXXXX, que es el que Villarejo afirma haber utilizado para contactar con Rajoy, perteneció en algún momento al Partido Popular! ¿Estamos locos? ''Desde la experiencia de mis 40 años de ejercicio profesional de este instructor''-de los que se pasó 17 pululando por destinos ''diplomáticos'' de contenido difuso en Francia e Italia- ''no resulta descabellado que un investigado que acapara interés mediático, trate de buscar conexión con todo tipo de personajes''. Así explica García-Castellón por qué no tiene ninguna curiosidad por comprobar, como le pide el fiscal, si esos números de móvil estuvieron alguna vez cerca de Rajoy. Al menos el juez no tuvo que buscar esa conexión con los personajes, a él le vino dada porque en los escasos siete años que pasó en la Audiencia Nacional antes de ser prebendado, le correspondió investigar el cruel atentado contra el entonces jefe de la oposición, José María Aznar, con el que, según dicen, empatizó inmediatamente. 

Lo que más admira de los autos de García Castellón es su lógica, su discurrir intelectual y su coherencia a la hora de armar en lenguaje jurídico lo que aparentan ser objetivos irrenunciables. Que mirar de quién es el móvil que dicen que era de Rajoy es una imbecilidad y una malicia pero que se nos iba a ir a Escocia a investigar una tarjeta dañada sobre la que la propietaria no establecía ninguna queja. No lo digo yo sino el Tribunal Supremo sobre su forma de discurrir: ''No hay pruebas que sustenten que los hechos se hayan producido según las alternativas señaladas por el juez central de Instrucción por lo que se aventuran meras hipótesis''. Esas hipótesis ilógicas sobre los daños en la tarjeta con los que pretendía imputar a Iglesias, que son igual de ilógicas que sostener que el Ministerio del Interior, a espaldas de los jefes del partido, montó toda una operación delincuencial para tapar precisamente a esos jefes. ¡Con esos buenos siervos quién necesita buen señor! (Se lo conté en Los mamporreros de la Nacional y My precious).

''De este modo, revisados los autos, quien suscribe este auto observa que afirmar que no tiene sustento en ningún indicio del procedimiento afirmar que las reuniones de María Dolores de Cospedal con el Sr. Villarejo fueron motivadas por el interés de esta en que aquel le trasladara información (sic)'' dice el magistrado en su auto para cortar el hilo y practicar el control de daños. En el colmo de la ''inferencia crítica'' nos habla del derecho fundamental de reunión como cobertura para no investigar mas de qué hablaron las ocho o diez veces que se vieron, con acceso secreto por el garaje de Génova.  Exactamente lo mismo que sucede en cualquier instrucción penal, oiga, pregúntenle a cualquier organización condenada por criminal.

El auto produce el sonrojo de todo aquel que sabe despejar las incógnitas. Es una pena no encontrar a veces mejores matemáticos si van a dedicarse a enturbiar las sopas de letras. Me gustaría pensar que los recursos encontrarán por arriba juristas con más sensibilidad algebraica. Mientras espero a ver dónde termina en el tiempo tan preclaro y lógico instructor, tras sus alardes de inferencias mágicas que siempre caen del mismo lado. Y es que ''quien solo conoce el mundo desde arriba, desde las alturas del poder, no conoce más que la sonrisa del sometido y su peligroso servilismo'', como nos dice Zweig de Fouché. 

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