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No nos cansáis

Barbijaputa

Yo era todavía una adolescente cuando vi a Ana Orantes aparecer en televisión. Fue en un programa de Canal Sur donde las personas invitadas iban a contar sus experiencias en cualquier terreno. Recuerdo cómo aquel día miraba la tele sin verla, esperando que el portero automático sonara para salir con mis amigas. Pero entonces fue el turno de Ana, que enseguida me atrapó. Contó con detalle, delante de las cámaras, cómo su ya exmarido la había maltratado durante los 40 años que había durado su matrimonio. Ana había acabado denunciando a la Policía el maltrato al que había sido sometida, pero no le sirvió de nada. En el divorcio, ella se quedó la planta de arriba de la casa y su maltratador la de abajo.

“La va a matar en cuanto vuelva a casa”, pensé horrorizada. Pensé yo y pensó cualquiera que estuviera escuchándola. Quise gritarle a través de la tele que no volviera, porque si su marido le daba palizas por prepararle la cena demasiado caliente, ¿qué no le haría por contar en televisión el infierno a la que la había sometido?

Su exmarido, dos semanas después, la ató a una silla del jardín, la roció con gasolina y la dejó arder hasta matarla, delante de su hijo de 14 años. Lloré con una rabia a la que no estaba acostumbrada. Creo que porque yo a Ana ya la conocía. Ya sabía cómo hablaba, cómo era su cara, sus expresiones. Ya había sentido miedo por ella y ya había empatizado hasta la médula con su historia.

Aún se dice que Ana Orantes fue el antes y el después en cómo la sociedad percibió la violencia de género en nuestro país. A raíz de su caso se empezó a fraguar la hoy llamada Ley Integral de Violencia de Género. Han pasado 19 años desde su asesinato y aún no he podido volver a ver aquella entrevista. No hace falta, la recuerdo perfectamente y no creo que la olvide nunca.

La semana pasada, dos décadas y cientos de mujeres asesinadas después, un hombre secuestró a su expareja y le dio palizas durante 5 horas. Luego intentó sellarle la vagina con pegamento. También a ella le ha prometido su expareja que la matará, como se lo prometió José Parejo a Ana Orantes. Como se lo prometió a Isabel su marido.

Este mes, en Argentina, Lucía Pérez, una chica de 16 años, fue drogada, violada y asesinada por tres hombres. No sólo la violaron, también la empalaron, porque así es como la asesinaron: empalándola. Lucía no ha sido la última. Durante la manifestación multitudinaria que miles de mujeres han llevado a cabo en Argentina y otros puntos de Latinoamérica y Europa en protesta por el feminicidio de Lucía y de tantas otras, otra mujer era asesinada, la número 235 del país en lo que va de año. En España ya sumamos 81 mujeres asesinadas por hombres, sólo 35 de ellas consideradas víctimas de la violencia de género, ya que es necesario tener una relación sentimental con tu agresor para que así conste en las estadísticas oficiales.

Ningún periódico ni telediario ha abierto este jueves con las miles de mujeres que se han echado a la calle en Argentina, vestidas de negro, al grito de “Ni una menos”. No es de extrañar: tampoco la prensa escrita dejó espacio en sus portadas el 7N, cuando el centro de Madrid se llenó de decenas de miles de mujeres gritando que nos queríamos vivas. Tampoco se abrieron telediarios con Isabel ni con ninguna otra. Muchos de los medios generalistas sí que ceden, curiosamente, páginas y páginas de opinión en espacios privilegiados a señores (desde periodistas a miembros de la RAE) que critican el lenguaje inclusivo, el feminismo, acciones feministas, proclamas sobre la igualdad, etc. Espacios donde se insulta a mujeres, sean éstas feministas o no.

Sufrimos unos medios que callan cuando nos matan pero ponen el grito en el cielo cuando nos levantamos. Twitter está lleno de periodistas que sólo nombran el feminismo para criticarlo mientras son incapaces de hacerse eco del último feminicidio. La prensa está llena de medios antifeministas sin perspectiva de género que hablan de “mujeres muertas” cuando son asesinadas, pero que llaman “matón” al feminismo que les parece demasiado agresivo (oye, es que ni que nos estuvieran matando). La tele está repleta de programas que fomentan la cultura de la violación y la misoginia mientras callan que miles de mujeres se están organizando en manifestaciones, huelgas y asociaciones, aquí y al otro lado del Atlántico.

Pero que no estemos en ninguna de sus portadas no significa que no estemos en ningún sitio. Porque la realidad es que seguimos siendo más de la mitad de la población. Seguimos saliendo a la calle. Seguimos escribiendo en blogs y en nuestras redes. Seguimos denunciando cada feminicidio y presionando individualmente y colectivamente para que los partidos políticos asuman nuestras reivindicaciones. Seguimos difundiendo contenido feminista. Seguimos organizándonos en asociaciones y plataformas. Seguimos y seguimos. Y cuanto más se nos invisibiliza, con más fuerza empujamos. Y cada vez somos más y más.

Porque el ninguneo, la condescendencia y los ataques no nos cansan: nos enfurecen. Y la furia da infinitamente más fuerza y energía de la que el machismo es capaz de generar sólo con su miedo a perder privilegios.

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