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El año de la reconfiguración de las derechas

El PP tendrá que decidir sobre sus alianzas con Vox tras la caída de Ciudadanos
31 de diciembre de 2021 20:34 h

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Protéjanse bien del virus, disfruten de los regalos navideños y saboreen bien el último polvorón porque cuando pasen estos días de calma chicha, España regresará a la batalla electoral. Está todo listo. Otra vez. La convocatoria anticipada de Castilla y León estaba en el guión, sí, pero redoblará, seguro, la lluvia demoscópica, los cálculos partidistas y la inflamación política. Mañueco marcará el rumbo de otras autonómicas como las andaluzas –que poco importa si se celebrarán en primavera o en otoño– porque Pablo Casado aspira a escribir con el resultado de ambas el prólogo de un cambio de ciclo que en La Moncloa no atisban en el horizonte cercano ni lejano. 

Sea como sea, partidos y candidatos andan ya en modo electoral como demostraron las últimas comparecencias públicas de 2021. De un lado, Pedro Sánchez, imbuido de institucionalidad y convencido de haber acabado bien el ejercicio gracias a un amplio acuerdo para la reforma laboral –que en la práctica tiene más valor político que laboral– y de contar con unas buenas perspectivas económicas avaladas por los datos de Seguridad Social y empleo, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, la revalorización de las pensiones y los parabienes que llegan de Europa a las reformas impulsadas por España. Todo ello, regado con una lluvia de millones en fondos Next Generation que supondrán una notable inyección en el tejido productivo del país y que benefician la posición de una izquierda que, presumen sus dirigentes, ha sabido mantener el rumbo en tiempos de tormenta. En efecto, ni España entró en quiebra ni su Gobierno saltó por los aires, como algunos pronosticaban.

Más allá de la preocupación por la evolución de la crisis sanitaria que llegó a nuestras vidas sin manual de instrucciones, el Gobierno defiende, pese a la visión catastrofista de las derechas, que España va bien e irá mucho mejor en Semana Santa y verano, pero sobre que, a punto de cumplirse los dos años de mandato, puede presumir de haber cumplido con los objetivos comprometidos. Y con ello haber quebrado el marco que pretendía instalar Casado de una España en bancarrota y en elecciones generales permanentes que ya no defienden más que tremendistas e hiperventilados. 

Sánchez llega, además, a 2022 con un gobierno ordenado y cohesionado porque, a diferencia de cuando Pablo Iglesias ostentaba una vicepresidencia, con Yolanda Díaz las diferencias y los recelos entre socios ya no se libran a modo de psicodrama en los medios de comunicación, sino en los off the record, los despachos y las estrategias de cada uno. Un asunto no menor teniendo en cuenta la batalla diaria que la derecha clásica mantiene a cuenta de su calendario orgánico y de la debilidad de su liderazgo nacional. El presidente del Gobierno es líder incuestionable del PSOE mientras Casado es cuestionado por propios y extraños. Ayuso ha hecho de él un sparring sobre el que descargar cada mañana su hambre de balón nacional y otros barones del PP temen que su liderato lastre las opciones al partido. 

Lo que nadie cree ya es que 2022 vaya a ser un año en el que Sánchez disuelva las Cortes y anticipe elecciones generales. Este mantra ha desaparecido por completo de la agenda político-mediática, no así el de la inminente reconfiguración de las tres derechas, tras la descontada desaparición de Ciudadanos en dos territorios donde hoy gobierna en coalición con el PP y en el que se le atribuye escaso margen para la supervivencia. Con el partido de Arrimadas fuera de juego, cambiará la aritmética electoral y si se cumplen los pronósticos de que la pandemia ha potenciado a los partidos de gobierno, el PP tendrá que decidir en caso de ser primera fuerza en Castilla y León y en Andalucía, si permite que Vox entre a formar parte de sus gobiernos y sincronizar ambos proyectos. Lo que los demoscópicos dan por hecho es que hay un serio riesgo de que la ultraderecha sustituya al ex partido de Rivera y que el tiempo de que Abascal apoye gratis al PP en los gobiernos regionales y locales ha pasado a mejor vida. 

Vox puede irrumpir con fuerza en Castilla y León, pero el PSOE ganó las elecciones en aquella región en las autonómicas de 2019 y tiene un partido armado para la contienda electoral que pondrá en valor sin duda durante la campaña la apuesta y la inversión que el Gobierno de Sánchez ha hecho en la España despoblada. En todo caso, no será la agenda electoral –o eso dicen en Moncloa– la que determine la agenda gubernamental de los próximos doce meses, sino la gestión de los fondos europeos, la ejecución de los grandes proyectos en materia de digitalización, transición ecológica y medio ambiente que cambiarán el modelo productivo de los próximos lustros.

El Gobierno, y por tanto el PSOE, aspiran a sacar rédito de un lado a la estabilidad política y de otro, a la ausencia de sentido de estado de un Casado, que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias con sus idas y venidas a Bruselas para horadar la credibilidad de país. El PP, por su parte, aguarda una victoria en Castilla y León y Andalucía que pueda traducir al día siguiente como una derrota a Sánchez y de paso apuntalar con ella a su líder en la calle Génova. 

Todos los movimientos en el fulgurante liderazgo de Yolanda Díaz dentro y fuera del Gobierno serán escrutados, también, en el año que empieza. No en vano, si 2022 será el año de la reconfiguración definitiva de las derechas, también habrá de despejar si cuaja o no el frente amplio electoral que la vicepresidenta se ha propuesto impulsar en la izquierda a la izquierda del PSOE. Una operación nada fácil teniendo en cuenta experiencias anteriores y que los liderazgos sin partido político detrás no han acabado siempre siendo un éxito. De momento, no hay más que un esbozo y un exceso de grandilocuencia narrativa. 

P. D. Recuerden, eso sí, que España no hace tanto era ese país en el que se repetían elecciones cada seis meses, se prorrogaban los mismos presupuestos durante años, las administraciones públicas recortaban salvajemente el gasto en sanidad, educación y dependencia, los trabajadores perdían gran parte de sus derechos, el paro rozaba los 6 millones de desempleados y el riesgo de pobreza afectaba al 20,6 por ciento de sus habitantes. Era la España de la crisis financiera de 2008. En 2022, el panorama no es el mismo ni de lejos, pese a las consecuencias económicas, sanitarias y sociales sobrevenidas por la pandemia, el aumento de los precios de la electricidad y la inflación desbocada. Algo hemos cambiado.

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