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4 años de política a lo bestia

Francisco Jurado Gilabert

Colaborador del grupo parlamentario de Podemos en Andalucía —

Siempre me repito: la nostalgia está muy bien para escribir poesía, no para hacer política. Por eso, en este tipo de aniversarios, es conveniente saber discernir entre lo que es nostalgia y lo que es experiencia, porque una cosa es llorar un pasado que jamás volverá y otra es renegar de aprendizajes que, hoy y mañana, nos siguen y nos seguirán siendo muy útiles.

Mirando con cierta perspectiva, a mí el 15M no me parece un movimiento social, ni un colectivo ni una plataforma. Ni siquiera un método, como decíamos algunos, pues invocándolo se han hecho cosas de mil maneras diferentes. A mí me parece un acontecimiento que deja un poso inagotable o, si se prefiere, un desbordamiento continuo. Desbordados fueron el #NoLesVotes o Juventud Sin Futuro por Democracia Real Ya. Desbordada fue DRY por las acampadas, desbordadas estas por las asambleas de barrios y pueblos, por las decenas de mutaciones que se producían a diario en la red. Desbordado fue todo por las mareas… y llegamos a lo electoral.

Ya escribí, recientemente, acerca del efecto que tuvo esa colisión entre la cadena de desbordamientos y la inmersión en el terreno de lo electoral. Ahora me gustaría detenerme un poco más sobre algunas hipótesis que, desde el 15M y hasta ahora, más o menos reformuladas, considero que siguen estando vigentes.

1. La batalla comunicativa

El día 14 de mayo de 2011, desde Democracia Real Ya Sevilla convocamos a una rueda de prensa para explicar la manifestación que iba a suceder al día siguiente. Se presentó únicamente Giralda TV. Esa tarde estábamos pintando las pancartas de la manifestación en la plaza del Ayuntamiento cuando se me plantó al lado una pareja de octogenarios y me preguntaron si “esto era lo de Plaza de España de mañana”. Significativo.

Durante el 15M pensábamos que la revolución no iba a ser televisada. No es que despreciásemos a los medios -la metodología que desarrollamos para conseguir Trending Topics iba dirigida a colarnos en los medios-, es que sabíamos que no nos iban a hacer caso y que teníamos que ser nuestros propios medios. Es cierto que no terminamos de llegar a todo el mundo, y que gran parte del éxito de Podemos, por ejemplo, ha residido en tener una fuerte presencia mediática.

Sin embargo, da la impresión de que hemos entregado el terreno donde éramos fuertes comunicando, las redes, o que ya sólo las sabemos utilizar como cajas de resonancia, no como espacios de producción colaborativa y distribuida de narrativas. Y ahora que los medios ya no son amables, nos quejamos amargamente de algo que se supone que ya sabíamos.

Durante unos meses, eran los medios los que acudían a las redes, que eran nuestras, en busca de noticias. La Historia la contábamos nosotros. Hoy, son los medios los que se han llevado las noticias al plató y, a través de sus propios hastags, hacen que hablemos de ellos en las redes. Han vuelto a centralizar la producción del relato, vuelven a contar la Historia.

¿Qué hacer? ¿Renunciamos a los medios? ¿Renunciamos a las redes?

Lo primero es no renunciar a nada y saber qué potencialidad tiene cada cosa. No entiendo por qué hay que elegir entre una cosa y otra –medios o redes, redes o calle–, y por qué solemos poner todo en términos de elección binaria excluyente. Aprovechemos los medios cuando nos dejen hacerlo y seamos nuestros propios medios independientemente de que nos dejen hacerlo. Tenemos recursos, tenemos conocimientos y tenemos el tiempo a favor, porque cada generación que nace está más familiarizada con nuestros formatos y nuestros lenguajes.

2. Lenguajes y liderazgos

Porque, aunque parezca mentira, están bastante relacionados.

El principal efecto de que todo lo relativo al 15M estuviera expresamente separado de la órbita de los partidos y los sindicatos, de que no hubiera rostros conocidos detrás de los mensajes, fue la dificultad de ponerles automáticamente las etiquetas clásicas de la política. Es cierto que había ciertas reivindicaciones más próximas a lo que se podría denominar como el marco categorial de la izquierda (servicios públicos, fiscalidad progresiva, derechos laborales…), pero también muchos otros de gran transversalidad (participación política, transparencia, eliminación de privilegios…).

La principal consecuencia de no nacer con adjetivos y colores, de ser emisores anónimos, es que la atención del receptor se tiene que centrar en el mensaje, analizarlo por lo que dice, sin pistas ni prejuicios, sin encajarlo de antemano, sin clasificarlo previamente como amigo o enemigo. Ese enfrentarse cara a cara con el mensaje, desnudo, facilita su aprehensión, la identificación con el mismo, su modulación a placer, su remezcla, su recombinación. Facilita, en definitiva, alcanzar la gallina de los huevos de oro por la que se pelean, en la actualidad, los 4 partidos mayoritarios, la “centralidad del tablero”.

Y es que los partidos se creen que basta sólo con adaptar el mensaje a los oídos de un segmento de la población que se sitúa en un punto en un segmento. Pero olvidan que esos mensajes nacen de emisores bien significados. A estas alturas de la película, ya sabemos si Pablo Iglesias es del Betis, si Rajoy es del Depor, si Rivera es del Real Madrid o si Pdro Snchz es del Espanyol. En consecuencia, a alguien del Sevilla no le va a gustar Pablo Iglesias,  un celtista no va a simpatizar con Rajoy, un colchonero no va a votar a Rivera y un culé no va a apoyar a Snchz.

Creo que se entiende bien el símil pero, dicho de otra forma, los significantes vacíos o flotantes (democracia, participación, transparencia, progreso, desarrollo…) van a llevar siempre la mochila ideológica del emisor que los usa, aunque se intenten presentar como neutros y transversales. Tan sólo desde una multitud no identificable y no definible de emisores, se puede lograr esa agregación masiva que algunos llaman “mayoría social”.

3. Horizontalidad, Verticalidad y Netocracia

El 15M no consiste en una forma única de organizarse y funcionar. Sería, por tanto, un poco absurdo atribuirle características demasiado precisas a toda una generalidad. Por eso, cuando se habla de modelos horizontales, no termino de creérmelo. Cuando un grupo de personas alcanza un tamaño tal que es difícil gestionar debates y llegar a acuerdos con la participación directa de todas ellas, cuando se recurre a la representación y a la delegación, la horizontalidad desaparece. Del mismo modo, si lo que tenemos es un grupo compuesto por muchos grupos interconectados, ya sea a través de representantes o de vínculos P2P entre ellos, no se puede calificar como horizontal.

Si a algún tipo de estructura se parece ese enjambre de las plazas y las redes es a una netocracia, un sistema de organización caracterizado porque ninguna persona puede tomar, por defecto, una decisión en representación de otra persona. Es decir, que cada uno participa directamente en la toma de decisiones a menos que, expresamente, delegue en otra persona.

Este modo de funcionar es, quizás, la característica más difícil de incorporar a la realidad de los partidos y las instituciones. Tanto unos como otras llevan años y hasta siglos atravesados por la noción y la práctica de la representación, por la identificación y el liderazgo. Hasta tal punto que hemos confundido votar con elegir a quien, en realidad, vota por nosotros. Las elecciones se llaman así porque vienen de la raíz semántica de “elegir”, y de ahí proceso electoral, cargo electo, etc.

Del mismo modo, confundimos la representación política con un derecho, cuando en realidad es una obligación. ¿O es que usted deja de estar representado si no participa en unas elecciones? No, usted, desde que nace y hasta que muere, vivirá representado, está obligado a estar representado políticamente. Instaurar mecanismos de des-representación se antoja fundamental si queremos hablar de cualquier tipo de regeneración democrática.

De poco valdrán nuevas formaciones políticas, que intenten disputar lo electoral, si no saben conjugar estas hipótesis en su seno, en su teoría y, sobre todo, en su práctica. Y es que, para mí, valer de algo no significa ganar escaños o alcaldías, sino materializar en lo institucional el cambio que se quiso y que se quiere expresar en acontecimientos como el 15M, hacer política a lo bestia. 

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