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El aplauso y la guillotina

Rosa María Artal

Pocas veces hemos visto en María Dolores de Cospedal una expresión más sincera. De placer en este caso. Le están aplaudiendo. Es la forma más plástica de expresar reconocimiento y admiración. Un sonar de palmas destinado a producir ruido. Tanto a veces, que ensordece y termina por convertirse en la melodía que transporta a una suerte de Olimpo alejado de la realidad.

Hay una masa acrítica que parece nacida para aplaudir. Las referencias en vídeo se llenan de intervenciones que culminan con aplausos. Una vez tras otra, aunque se diga una cosa y su contraria. Basta la entonación adecuada para recibir la ovación, sin que el público se cuestione que está oyendo un mensaje vacío e incluso ridículo y patético como el memorable ejemplo del presidente balear, José Manuel Bauzá.

¿Aplausos? El político vive entre ellos. De su grupo y de sus fervientes seguidores. Se lleva al menos la mirada de cualquiera que pase por la calle y le reconozca. Irrumpen en los lugares públicos tras descender del coche oficial y entre una nube de flashes. Cualquier decisión que adopten es premiada por sus colaboradores con expresiones próximas al éxtasis. Lo vimos, como ejemplo entre miles, el día en el que Ana Mato, Ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, llevó adelante el copago farmacéutico. De hecho es habitual ante un poderoso.

En un parlamento guiado por lo que llaman “disciplina de voto”, se aplauden recortes y mermas sociales en ambiente auténticamente gozoso. Incluso vengativo.

Cuánto más poder, más aplausos. Debe hacer falta cordura para mantener la templanza y controlada la vanidad cuando uno camina entre banderas, vítores y aplausos aunque se despida del gobierno dejando a su partido en el camino de la derrota segura.

Mariano Rajoy ha experimentado el aplauso profusamente, sobre todo en aquellos tiempos en los que manifestarse era lo fetén y se veía ensalzado por plazas llenas –de esas que antes se contaban por millones de capacidad y ahora por miles o centenares-. Y le rendían a aplausos y le coreaban el Himno Nacional. Aquellos tiempos en los que semana sí, semana no, convocaba protestas para rechazar la excarcelación de un preso de ETA por razones humanitarias.

Ahora, tras toda una vida en espera y dos derrotas electorales, tiene “un mandato claro” de sus electores para dirigir los destinos del país. Y va la “mayoría silenciosa” y viene a aguar la fiesta. Una parte cada vez mayor decide salir a la calle a mostrar su profunda indignación. Y los estudios sociológicos afirman que, quienes se quedan en su casa por diversas causas, tampoco apoyan la acción del gobierno. Ah, no, que es de todos los políticos. Con razón. Harta e inmensa razón. ¿En el mismo saco todos? Porque nos hemos topado codo con codo en las manifestaciones con diputados de la Izquierda Plural, o políticos de Equo, incluso algún socialista. Y alguno hace lo poco que puede desde su minoría.

Una vez más el PP consigue desviar la atención de las culpas que hoy por hoy le competen. De su propia herencia del pasado. No sólo eso, el descrédito de la política le favorece, por eso lo fomenta. Con la aplaudida Cospedal suprimiendo los sueldos de sus parlamentarios regionales en medida profundamente demagoga que, sin embargo, la masa acrítica vuelve a aplaudir.

En el fondo, gran parte de los políticos no entienden lo que ocurre desde su opaco Olimpo curtido en aplausos. Ahora acuden a un acto y les increpan. No pasa nada, son elementos “antisistema”, herederos de la “conspiración judeo-masónica” y pagados con “el oro de Moscú”. Por si acaso, será mejor ocultar las protestas, como dice el eurodiputado Jaime Mayor Oreja, no vayan a crear un efecto contagio. O “modular” el derecho de manifestación como propone la delegada del gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. No explica aún si hay que rasparlo, torcerlo o sostenerlo en Fa Mayor para intentar anularlo con porrazos y la petición de penas inverosímiles. A ver si desisten. Y aún se empecinan más. Se suma el Fiscal General del Estado a pedir que se “reprima” el uso de las manifestaciones que “socaven los cimientos del Estado de Derecho”. Habrá que cambiar la ley, hemos cambiado ya tantas. Y sin estipular nuevas o aplicar las existente por incumplir de la A a la Z el programa, llevar el país a la bancarrota de aquí a generaciones venideras, o “modular” tanto la democracia que ya empieza a parecer irreconocible como informan. alarmados, los medios internacionales.

Aún les ensordecen los aplausos. Aún se refugian más en su Olimpo. Igual le pasó a María Antonieta. “¿Se quejan porque no tienen pan? ¡Pues que coman pasteles!” es la frase que se atribuye a su actitud. No cierta al parecer, pero sí absolutamente verosímil. Está de moda aquella Reina de Francia. Y la guillotina. Más de 4.230.000 referencias obtiene la palabra en Google. Con los años que han pasado. Y aunque también se guillotinan los papeles las anotaciones directas de esta maquinaria no pasan de la cuarta parte. En cambio “nuestro castizo garrote vil” apenas llega a 255.000 cuando se aplicó hasta 1974. Cosas de las modas.

Atentos, apaguemos los aplausos y hagamos un hueco entre los mensajes airados para oír el ruido sordo que crece. No vaya a ser que lo que se esté guillotinando hoy sea la Democracia. Y, como decía The Guardian , no precisamente por la gente que sale a la calle.

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