Arrastrados y arrasados por los sentimientos
Vivimos un tiempo con el espacio público dominado por las emociones. No. Las redes sociales y el acceso a la información no han llevado a una mayor reflexión o sabiduría. Se ha abierto compuerta a los comentarios entre amigos en la barra del bar, a los aspavientos de sala de estar ante la tele, o a las emociones desatadas ante situaciones que requerirían serenidad y cabeza fría. No hay filtro, y no, tampoco los hay en política. La emoción siempre gana a la razón, y cuando mandan las emociones no caben argumentos ni debates. Tan solo discusiones que ya arrancan a voz en grito. Todos compramos antes lo que apela a la emotividad. La razón es a menudo antipática y en un tiempo con tantas incertidumbres y tantos frentes abiertos necesitamos que nos den certezas absolutas que no existen.
Se podría hacer un repaso de cómo la reacción en caliente está aniquilando la política y nos arrastra, como sociedad, a esa zona que siempre acaba revuelta y con pésimas decisiones. La prudencia de la diplomacia internacional, y la calma que se debería tener ante la crisis en Venezuela, choca de frente con la urgencia que mostró desde el minuto uno la derecha en España para apoyar a Juan Guaidó, el líder de la oposición venezolana. Tomar distancia y posicionarse en el tema venezolano es tan impopular como en su momento declararse equidistante en Catalunya. Pedir calma, y no un pronunciamiento radical a favor de uno u otro bando, se ve como algo sospechoso. Una cobardía.
Otro ejemplo. Carolina Bescansa, cofundadora de Podemos, dijo hace unos días en la SER: “Tenemos que empezar a dar explicaciones políticas que no tengan que ver con los sentimientos. Las diferencias son eso, no conspiraciones contra nadie”. Aludía la diputada de Unidos Podemos a la última polémica con las candidaturas del partido en Madrid. Llegaron para asaltar del poder y el poder les está atropellando a ellos. Crisis abierta en quienes han gestionado, con luces y sombras, pero con resultados tan positivos como la reducción de la deuda del Ayuntamiento, el Madrid Central sin coches o la gratuidad de las guarderías municipales.. ¿En serio se tiene que poner en riesgo todo esto por una tema de emociones mal gestionadas? Ya sé que es ingenuo reclamar racionalidad y altruismo a quienes están en el poder. Pero mientras a la derecha, ahora, los sentimientos les están dando votos a capazos, a la izquierda la está dividiendo. Qué poco dura la felicidad en la casa del pobre, y la unidad de la izquierda en Madrid, bueno y en cualquier sitio.
Hay una exposición en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) dedicada a Stanley Kubrik. Después de repasar su carrera cinematográfica, al final de la muestra, dejan al visitante con el último gran proyecto, irrealizado, de Kubrik y que le obsesionó durante décadas. Hacer una película sobre Napoléon. Estaba tan fascinado con el personaje y era tan metódico que recopiló miles de documentos, datos, localizaciones, etc. que están escrupulosamente archivados... Nos cuentan que a Kubrik lo que más interesaba del personaje –y de la condición humana– era comprobar cómo alguien brillante, con grandes dotes e inteligencia, era capaz de hundirse hasta el fondo cuando se dejaba llevar por las emociones. Las peores decisiones de Napoléon, y que le llevaron a la derrota y el destierro, las tomó siguiendo el dictado de la piel, y no el de las neuronas. Quería Kubrik hacer la “mejor película de la historia”, y el proyecto sigue en un cajón porque, en su concepción original, de tan meticulosa, es irrealizable. Pues eso. Nadie es ajeno a la condición humana, pero en política, la responsabilidad y la perspectiva de lo que se pierde podría pesar más.