El arte de callar
Es tiempo de silencio. No emiten. “Mucho mejor así. Mi espacio ya está bastante lleno de bocazas”, se lamentaba estos días uno de nuestros políticos para justificar su mutismo. La política ha decidido abandonar la palabra por un tiempo. Se ha decretado el sigilo. Calla Sánchez, calla Iglesias, calla Ábalos, calla Lastra, calla Rufián y algo menos, pero también, Carmen Calvo. Hay una conjura por seguir la máxima de Confucio de que “el silencio es un amigo que jamás traiciona”. Será también por aquello de que la mudez buscada es una forma de escuchar, además de un ejercicio de prudencia.
Vivimos pues entre el silencio público de quienes negocian la investidura y un ruido atronador que sale del bloque de la derecha, pero con réplicas en un parte del socialismo que no entiende ni sabe lo que está pasando porque no se ha informado a nadie. La consecuencia: un riesgo cierto de que se asfixien las verdades o de que el sosiego se interprete como síntoma de un miedo imputable a los que callan cuando en realidad debiera ser imperativo que hablen.
El caso es que Pedro Sánchez tiene prisa y los de ERC necesitan tiempo. Y entre el interés del uno por formar gobierno antes de Navidades y la calculada estrategia de los otros para sortear la presión del independentismo y tener una pista de aterrizaje con la que justificar una abstención a la investidura, se ha impuesto el sigilo como forma de preservar la negociación. Al fin y a la postre, el partido de Junqueras es consciente de que le interesa más un gobierno de izquierdas en La Moncloa que uno de derechas que pudiera arrojar un remota e indeseable tercera repetición electoral.
Pocos saben hasta dónde pueden o quieren llegar los socialistas y los republicanos, si bien algunas señales permiten interpretar ya que ERC rebajará el precio y apoyará a Sánchez a cambio de muy poco: un reconocimiento explícito del conflicto político –algo ya asumido en el socialismo–, algunos gestos que pasan por rebajar lo que considera un lenguaje “represivo” y una mesa de negociación entre gobiernos en la que se pueda hablar de todo. Nada de presos y nada de autodeterminación en esta primera fase. La negociación de verdad empezará una vez pase la investidura de Sánchez.
La especulación se ha impuesto en todo caso dejando el campo abierto al discurso apocalíptico, por lo que es obvio que cualquier tiempo de silencio traerá inexorablemente nuevos impulsos de destrucción. Ya hay mucho de ello. Hasta que llegue el minuto 93 del que habla Iván Redondo y se avengan a contar lo acordado –si es que finalmente lo hacen–, todo será ruido. En la derecha política, ni los muertos se acostumbran a estar muertos ni los vivos quieren olvidar el pasado, pese a que la experiencia demuestre que removerlo es un empeño absurdo. Parece como si el futuro no inquietase a nadie y fuera obligado aplicar las mismas recetas del pasado que ningún resultado dieron para solucionar el problema de Catalunya. Todo gira en torno a un presente inmediato, cortoplacista y partidario.
El próximo martes llegaremos a la constitución de las Cortes Generales sabiendo que lo más probable es que dos semanas después haya un candidato que pida la confianza de la Cámara Baja para formar gobierno, que este será de coalición y que tendrá, a priori, el apoyo de nacionalistas e independentistas. Hasta que ocurra eso, queda mucha escenificación aún por delante. Más reuniones discretas, más llamadas cruzadas, más documentos, más amagos…
La primera cita de este jueves no ha servido más que para constatar que hay voluntad de seguir adelante. No hubiera existido de lo contrario un comunicado consensuado entre las partes con el que se pretende evitar distintos matices y cerrar el paso a cualquier veleidad declarativa que pueda ser aprovechada por los medios o por los adversarios para dinamitar el acuerdo.
El plato parece estar ya casi cocinado. Pero aún es indescifrable, más para los electores que votaron el 10N. Que el acuerdo lo hayan entendido las militancias del PSOE, de UP o de ERC no quiere decir que los españoles tengan elementos para pronunciarse a favor o en contra. De ahí que este arte de callar sea loable como medida de protección, pero no como instrumento pedagógico con el que explicar hasta dónde y cómo Sánchez está dispuesto a llegar a cambio de que ERC le permita seguir en La Moncloa. Que será siempre en el marco de la Constitución no está en duda, pero que hay también un silencio de desprecio que es el que le reprochan en su propio partido por la falta de información proporcionada tanto a los dirigentes territoriales como a su propia Ejecutiva, tampoco. Por lo demás, impera el buen rollo. Tengan paciencia. No se dejen llevar por los profetas de la hecatombe. Habrá investidura. Otra cosa será ya la estabilidad del Gobierno, los próximos Presupuestos Generales del Estado y los acuerdos postelectorales que haya en Catalunya tras su próximas elecciones autonómicas. De momento, pantalla a pantalla y mucho arte de callar.