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El arte de incomodar

Pablo Iglesias, durante el mitin de la candidata a lehendakari Miren Gorrotxategi en Bilbao
6 de julio de 2020 22:57 h

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Uno informa, analiza, opina, critica y zas, ya tiene la cruz. Por la izquierda o por la derecha. Que levante la mano el partido que no haya intentado alguna vez acallar a un periodista con distintos métodos. Todos van de defensores de la libertad de expresión, pero pocos la respetan hasta sus últimas consecuencias. Gajes del periodismo que es, en definitiva, el arte de incomodar a quienes tienen el poder o aspiran a tenerlo. 

Hay cosas que no se discuten nunca. La tierra es redonda, la luna es blanca,  el agua se evapora... y los políticos no toleran la prensa crítica. No hay excepciones en esto. La diferencia es que unos se lo comen y lo sufren en silencio -que son los menos- y otros se dedican al señalamiento público, con mucho más énfasis desde que la política se hace en las redes sociales y los partidos cuentan con una legión de áulicos que repican sus consignas como papagayos.

Hoy le ha tocado a Vicente Vallés, pero antes lo padecieron otros muchos. Unidas Podemos le ha situado en el centro de la diana con una campaña infame en la que le califica de “presunto periodista” y adalid de la ultraderecha por un editorial sobre el “caso Dina”. El partido de Pablo Iglesias, que cada vez es menos partido y más Pablo Iglesias, no ha entendido aún que entre la adhesión inquebrantable y la crítica legítima, no todo son cloacas, sino que hay una zona templada en la que caben los grises, los matices y las opiniones más diversas. 

Reconocer que en este país hubo una policía política al servicio del Gobierno del PP que fabricaba informes falsos para derribar a los adversarios políticos no quiere decir que Unidas Podemos esté libre de crítica o no se puedan tener dudas razonables sobre el “caso Dina” o el porqué Pablo Iglesias ocultó durante meses la tarjeta del teléfono móvil que le fue sustraído a su colaboradora.

Más allá del recorrido judicial del asunto, que podrá hacer mucho ruido y acabar probablemente en nada, hay algo que los morados no terminan de entender. Y es que no todo periodista crítico está al servicio de Villarejo, ni forma parte de las cloacas del Estado, ni tiene como objetivo quitar o poner gobiernos. 

Vallés es un periodista honesto e íntegro que no está al servicio de ninguna causa por más que Unidas Podemos haya intentado convertirlo en sospecho porque su nómina la pague un grupo cuya línea editorial no está en su mismo registro ideológico. No siempre en las informaciones u opiniones hay una razón espuria, una obsesión, un ajuste de cuentas, un favor pagado o una conspiración contra Pablo Iglesias. En periodismo, como en política, hay de todo: quienes buscan estar cerca del poder, quienes aspiran a dictar las estrategias de los gobiernos, quienes se prestan a hacer de voceros de distintas siglas, pero también hay gente honesta y decente que intenta hacer su trabajo lo más rigurosamente posible y al margen de los intentos de presión y control que por desgracia se han multiplicado en los últimos años como consecuencia de la falta de independencia financiera de muchos medios de comunicación. Y,  también, por qué no decirlo, de un periodismo y una política de trincheras, en la que los que tienen el gobierno y los que pretenden conquistarlo no están dispuestos a pagar el precio de una prensa libre. Es más, se niegan a ello cada vez con más descaro.

Y pese a todo, hay más periodistas que se rebelan contra el “estás conmigo o contra mí” que los que callan contra el atropello continuo a la información y la opinión. Vallés es uno de ellos, de los que no olvidan el verdadero sentir de este oficio, que es la verdad, la vocación de servicio público y la lealtad con los ciudadanos que delegaron en nosotros el derecho a la información. 

Y decir esto no es corporativismo, sino distinguir entre el periodismo que está al servicio de una causa y una opinión libre; no mezclar a periodistas decentes con los que forman parte de una trama al servicio de un interés político, policial o judicial y exigir que el poder rinda cuentas en lugar de que sea él el que las pida a los periodistas por escribir, contar u opinar libremente.

En cada redacción de periódico, radio o televisión hay “plumillas” dispuestos a pelear por la verdad, la independencia y la libertad de información pagando el precio que sea necesario en batallas que pueden perderse, pero hay otras muchas que se pueden ganar. La de la dignidad y la decencia de un periodismo no sometido al poder es una de ellas. 

P. D. Y en todo esto produce tanto bochorno como sonrojo escuchar a la derecha exigir al presidente del Gobierno que desautorice a Iglesias por sus ataques a la prensa, como si sus gobiernos hubieran tenido alguna vez el más mínimo respeto por la libertad de información u opinión y jamás hubieran circulado por sus despachos una lista negra de periodistas díscolos a los que perseguir, vetar o calumniar. Cosas veredes.

 

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