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Arzalluz, del Estatuto al soberanismo: algunas de sus frases

Xabier Arzalluz en una imagen de archivo.

José María Calleja

Primun vivere deinde philosophari.

Es la frase que más veces escuché a Xabier Arzalluz. Primero comer y luego pensar, algo así como tener claras las prioridades en la vida, la idea de realidad sobre las ensoñaciones ideológicas. Una frase que refleja el pragmatismo que a juicio del 'primer Arzalluz' debía guiar la actuación política. Primero debes resolver lo material, que la gente tenga para comer, un trabajo remunerado, una vivienda digna,  para luego ponerte en los dibujos ideológicos. Estamos a mediados de los ochenta.

El PNV, de matriz democristana, ha sido capaz en su historia de Gobierno de ser socialdemócrata, liberal, constitucionalista, autonomista o independentista, todo ello bajo las mismas siglas y de forma más o menos consecutiva. Lo que sea, pero dentro del poder. Cuando se puso autodeterminista con Ibarretxe, se fue a la oposición.

Han venido de fuera, con el voto y la maletita.

Esto lo decía Ramón Labayen, que fue durante un tiempo alcalde de San Sebastián, pero su idea sabiniana era apoyada por Arzalluz en distintas conversaciones. Nos traen gente de fuera para diluir la identidad vasca.

El líder carismático tenía un concepto etnocentrista que le hacía pensar en la superioridad de los nacionalistas vascos respecto de las gentes venidas, pongamos de Salamanca o León –los que llenaron Ermua–,  a Euskadi.

El mismo Arzalluz no tenía el menor problema luego en asistir a la casa de Galicia de Barakaldo, una ciudad con aire de pueblo urbano amontonado de la margen izquierda de la Ría del Nervión, un 25 de Julio, de calor pegajoso, día de Santiago.

Arzalluz les decía palabras emocionas a los gallegos que mantenían su acento de origen mientras votaban al PNV. Esos eran los vascos ideales, con su bandera blanca y su banda azul, con su identidad propia,  abrazada también a la identidad nacionalista del PNV. Durante años, Euskal Telebista emitió un programa de la Televisión gallega en gallego, los sábados por la mañana.

Esa virguería marxista de la autodeterminación. ¿Para qué quieren la autodeterminación?, ¿para plantar berzas?.

Para Arzalluz la autodeterminación era un invento de la izquierda, nada recomendable para Euskadi.

La antigua Yugoslavia saltó por los aires en la guerra de los Balcanes y la unidad sostenida desde el final de la Segunda Guerra Mundial por Josip Broz, Tito, se quebró de manera sangrienta. En su búsqueda de referencia externas, la izquierda abertzale veía modelos a seguir en aquellas nuevas repúblicas. A Arzalluz no le hacía la menor gracia una supuesta vía vasca que se apoyara en la autodeterminación, por muy de los pueblos que se apellidara.

Trataremos a los españoles como a los alemanes en Mallorca.

Este tipo de provocaciones le encantaban; máxime cuando él hablaba alemán no solo en la intimidad. Lo decía sonriendo, esperando el sarpullido, sabiendo que levantaba ampollas y feliz por ello. No se trata, creo, que pensará realmente en un país con los 'españoles' como ciudadanos de segunda, pero le gustaba decirlo. Una idea xenófoba en cualquier caso.

Vascos son todos los que viven en Euskadi.

Se entiende que al margen de dónde hayan nacido, así sea en Palencia o en Gernika. Esta frase resume lo que se denominó como 'el espíritu del Arriaga' (1987) un discurso en el que el PNV hacía la digestión de su muy traumática escisión con lo que se llamó Eusko Alkartasuna (EA), partido salido del vientre del PNV y liderado por Carlos Garaikoetxea (1986).

La escisión supuso  un destrozo emocional a la familia nacionalista, particularmente en Gipuzkoa y en Bizkaia. Familias rotas, amistades de años quebradas, cuadrillas –ese sancta santorum de la sociedad vasca–, escindidas y con el saludo negado.

Arzalluz dijo en aquel teatro de Bilbao que vascos éramos todos los que vivíamos en Euskadi. Sonaba bien, nada etnocéntrico.

A este le pusimos porque era navarro.

Esto decía Arzalluz en tono despectivo de Carlos Garaikoetxea cuando el que fue lehendakari se escindió del PNV.

La idea de jerarquía 'del partido' respecto del Gobierno estaba tan clara en aquellos tiempos –finales de los setenta y ochenta– que los actos del PNV los cerraba siempre el presidente del EBB (Euskadi Buru Batzar), la dirección del PNV. Xabier Arzalluz hablaba el último en las campas de Salburua, en el día del partido (Alderdi Eguna) o en los Aberri Eguna (día de la patria) y eso era una forma de dejar claro que estaba por delante del Lehendakari –traducido como el primero–, entonces, mediados ochenta, Carlos Garaikoetxea, y que se presentaba como subordinado al partido y a su jefe.

(Arzalluz llegaba al éxtasis retórico cuando se vestía con los calcetines de lana blancos doblados sobre las botas de monte, el pantalón de pana y la camisa a cuadros. Ahí las masas rugían con él).

Dos egos tamaño atlante, Graikoetxea en guapo y Arzalluz en arisco. La disculpa para la fractura fue la denominada ley de Territorios Históricos (LTH), lo cierto es que se medían en una pugna testicular para ver quien la tenía más abertzale.

A Benegas le he conocido yo cuando llevaba pantalón corto.

Con esa expresión, mitad real, cuarto y mitad de metáfora, quería Arzalluz subrayar su devoción por los socialistas vascos. Cuando, primeros ochenta, conocidos jelkides, dirigentes del PNV, babeaban al ver a Alfonso Guerra en sus mítines incendiarios, cuando  Felipe González era Dios y los socialistas vascos, y del resto de España, querían llevarse bien a toda costa con el PNV.

'Un vasquismo progresista y un vasquismo conservador', decía Enrique Múgica para definir al PSOE y al PNV. Entonces Arzalluz sacaba pecho por sus buenas relaciones con los socialistas vascos. Los de Benegas acudieron en socorro del PNV cuando perdió las elecciones autonómicas, tras la escisión de 1986. Ardanza fue lehendakari.

En catorce días con Aznar, hemos conseguido más cosas que en catorce años con los socialistas.

Eso dijo Arzalluz en 1996, al poco de llegar Aznar al poder, después de la legislatura de la crispación, 1993-1996.

Arzalluz firmó entonces con Aznar un pacto de legislatura, lo hizo en la sede del PP en Madrid, bajo el logo de la gaviota, con Anasagasti de acompañante. Allí los dos nacionalistas vascos, aureolados por el símbolo del PP español.

Esto ocurría cuando Aznar, 1996,  era para Arzalluz ‘un castellano viejo’, ‘de palabra’, y otros tópicos encadenados; cuando  el jefe del PP con bigote negro le descubría en sus comidas en Burgos el Ribera del Duero; esto a un vasco, imbuido de la idea según la cual La Rioja era un invento de Bilbao para abastecerse.

Yo cada día leo el ABC, para ver en las esquelas los españoles que se van muriendo.

Lo decía con una sonrisa malévola, acentuada por el hecho evidente de que Arzalluz seguía creyendo en Dios. Lo decía, no se si realmente lo hacía, pero es casi peor que lo dijera sin hacerlo. Necesitaba que se supiera.

Arzalluz dijo alguna de las frases mas duras contra la extorsión etarra que sufrieron los empresarios vascos, entre ellos los simpatizantes del PNV.

Arzalluz impuso al principio como su delfín a Josu Jon Imaz, una persona preparada, centrada y sensible con las víctimas del terrorismo. Imaz fue eurodiputado primero y estaba bendecido por Arzalluz como la gran esperanza peneuvista, su relevo. La evolución de Arzalluz hacia el radicalismo le separó hasta el rechazo visceral hacia Imaz, que ganó la dirección del PNV junto con Iñigo Urkullu frente al siempre radical Joseba Eguibar, candidato de Arzalluz.

Arzalluz llamaba a Urkullu “maestrillo”, como recuerda el periodista Gorka Angulo, lo que irritaba extraordinariamente al actual lehendakari . No trataba Arzalluz con este desprecio a Joseba Egibar, treinta años viviendo de la política sin que se le conozcan estudios o preparación.

Josu Jon Imaz abandonó la dirección del PNV porque no quería una nueva escisión y después de las presiones insoportables de Egibar, ariete de Arzalluz , y por  su propio hastío por la deriva radical de su partido. Dejó la política y se fue con éxito a la empresa privada.

Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar se inflaron a conspirar contra Arzalluz, que los despreciaba, frente a la coherencia abertzale de Egibar.

En los últimos años de su vida, Arzalluz era un gruñón. (Por cierto, después de años de docencia no tenía ningún doctorado).  Algunos de los que le apoyaron como gran líder acabaron hartos y enfrentados con él, por ejemplo Anasagasti. La referencia de Arzalluz en el partido era Egibar.

Unos mueven el árbol y otros recogen las nueces.

Es, posiblemente, la frase más repetida y atribuída a Arzalluz. Antiguos miembros de ETA te contaban que Arzalluz les animaba a “dar” para que avanzaran en el autogobierno.

Comías con Arzalluz y su jefe de prensa, Javier Vizcaya, te regalaba unas nueces. Decía que las había cogido Arzalluz,  con sus propias manos.

El 'último Arzalluz' era un sujeto enfadado con la vida y con buena parte de su propio partido, que no le soportaba.

Su biografía fue pulida y donde ponía padre carlista, debería poner: padre franquista. Fue un político relevante, que no ocultaba su rechazo a los periodistas que no le bailaban el agua. Un político nacionalista vasco, de padre franquista, que defendió el Estatuto de Autonomía de Gernika, que derivó en soberanista y que acabó hartando a los dirigentes de su propio partido.

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