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Assange, el hombre que informó demasiado

Julian Assange

Rosa María Artal

Ese hombre, enterrado en el silencio de una embajada en Londres, fue un hito hace ahora 9 años. Julian Assange despertó de un modo altamente provocador al periodismo. La revelaciones de Wikileaks, organización de la que era alma y portavoz, supusieron un auténtico aldabonazo. Los ciudadanos tuvimos acceso a una masiva información confidencial que dejó en cueros a muchos gobiernos. La publicaban, a cuentagotas, a jarros de agua fría y pasión ardiente, 5 grandes diarios del mundo. En España, El País. Y además The New York Times, The Guardian, Der Spiegel y Le Monde. Volvimos a estar pendientes, ávidos, de la información como no ocurría desde hacía mucho tiempo.

Es en 2010 cuando Wikileaks irrumpe con fuerza. Aunque había comenzado su andadura 3 años antes. El impacto mundial de Wikileaks se produce con un vídeo, Collateral Murder, en el que muestran una grabación tomada por el ejército norteamericano en Bagdad. En él se ve a varias personas caminando por la calle. Una de ellas es un reportero de la agencia de noticias Reuters con una cámara que los militares confunden con un arma. Inician un tiroteo en el que matan al periodista, a su colaborador y a diez iraquíes; entre ellos, un niño. Como en la peor película bélica, los soldados les gritan: “Bastards”. Cuatro millones de personas lo vieron en YouTube en apenas tres días. Era la tarjeta de presentación.

Le sigue la revelación de muchos más secretos. Por ejemplo, los documentos que prueban la quiebra y el fraude del banco islandés Landsbanki, que iban a sacudir al país nórdico y en cierto modo dar origen a las revoluciones pacíficas que llenaron el mundo de luces de esperanza en 2011. En 2010 pues llega toda una batería de secretos ocultos. Primero los 92.000 documentos clasificados sobre los crímenes de guerra en Afganistán con atrocidades que hubiéramos tenido que conocer y no fue así. Wikileaks hizo temblar al Pentágono, comparecer a Obama, temer a los poderosos. Hillary Clinton declara: “Estas revelaciones son un ataque a la comunidad internacional”. El gobierno francés asegura que son “un atentado contra la soberanía de los Estados”. Tom Flanagan, asesor del primer ministro de Canadá, en una entrevista a la CBC, propone asesinar a Assange “por el bien de la seguridad mundial”. La seguridad albergaba muchas trampas y muertes de inocentes.

Las reacciones son las del manual. Wikileaks “sólo cuenta trivialidades y cotilleos”. “Son demasiados impactos, la gente se cansará”, “Por encima de la información está la seguridad nacional”. “Total no dicen nada nuevo, ya lo sabíamos”. “¿Alguien pensaba que la diplomacia y el mundo funcionan de otra manera?”.

La mayoría de los periodistas estamos encantados. Quiero recordar a un gran compañero fallecido, Pepe Cervera, que escribe en RTVE: “El hecho de que las élites de poder (e incluso cierta prensa) estén reaccionando con virulencia parece confirmar que la teoría política del hacker australiano (Assange) es correcta, y que los poderes fácticos se sienten verdaderamente amenazados”.

En septiembre de 2011 Wikileaks publica miles de cables diplomáticos, sin proteger los nombres de los informantes. Divulgar las fuentes no es periodismo. El peor error de Assange, sin embargo, fue espiar al país que más espía del mundo: Estados Unidos. Y el segundo mostrar un auténtico desprecio por los periodistas. Los rasgos de su filosofía se resumían en tres: que “los secretos existen para ser desvelados”, que es necesario hacerlo para frenar “la muerte global de la sociedad civil de la que algunos se están aprovechando para acumular riqueza y poder” y porque “los medios de comunicación no cumplen su labor”. Más aún, llega a decir: “Dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista”.

España sale en los papeles de Wikileaks. Dicen que la embajada norteamericana presionó a jueces, ministros y empresarios. Que maniobró y, sobre todo, amenazó para lograr sus fines, como que no se investigara el flagrante asesinato del cámara de Telecinco, José Couso, en el hotel Palestina de Bagdad. El Gobierno español protestó y negó esas presiones, pero todavía no se han dirimido responsabilidades por aquel atentado terrible que segó la vida de Couso e hirió a otros periodistas. Hace 16 años de aquello. Se supo también que la Embajada en Madrid colocó desde 2008 la propiedad intelectual como tema prioritario en su agenda para lograr en España una ley antipiratería que favoreciera los intereses de la industria estadounidense: la Ley Sinde.

Surgen divisiones en Wikileaks. Se desencadena una denuncia por violación en Suecia, con intenso sabor a montaje. Fue retirada el año pasado, como confirma Baltasar Garzón, uno de los abogados de Assange. Siete años encerrado en la Embajada de Ecuador en Londres, asilado por el entonces presidente Rafael Correa, que argumenta lo hace por “falta de garantías” que preserven la vida de Assange. El actual, Lenín Moreno lo entrega “a petición de Estados Unidos”.

Las aguas vuelven al cauce donde las quieren. La publicación de secretos de Estado llevada a cabo por Assange fue periodismo y libertad de expresión, valiente y osada. Pero resultó intolerable. La opacidad es indispensable en la democracia, decían, y hay que atenerse a lo que llaman “la Realpolitik”, así fue mencionada varias veces aquellos días. Siempre me he preguntado ¿Es de extrañar que se terminara clamando por una democracia “realmente” real? A partir de entonces fueron segando tantas flores…

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