Ayuso o más dura será la caída
España es un país muy dado a los fenómenos políticos. A crearlos y a tumbarlos. Uno se levanta por la mañana borracho de elogios en todas las portadas y, de repente, al día siguiente, la nada. El olvido. Cuanto más rápido es el ascenso, la adulación y la santificación del personaje, más rápida suele ser la caída. Ahí está el caso Albert Rivera, pero también el de Esperanza Aguirre, el de Cristina Cifuentes y hasta el de Pablo Iglesias. En el lado oscuro, cómo no mencionar también al hoy denostado Iván Redondo. Tanto se creían y en tan poco han quedado. El éxito es cosa efímera. El encomio desaparece. Y la realidad acaba siendo cruda para quienes no asumen que los aplausos en política son coyunturales y, a menudo, consustanciales al poder (orgánico, institucional o económico) que se acumula.
¡Cuántos cayeron ya que antes estuvieron en la cima! Si a estas alturas a Isabel Díaz Ayuso no le han explicado que no hay fenómeno político que cien años dure, ni apología desinteresada, ni liderazgo sin partido, más dura será su caída. Quienes hoy la encumbran en el PP y en el columnismo político no lo hacen por sus aptitudes, ni por su carisma, ni por su desparpajo, ni por su alto voltaje político, sino porque maneja un presupuesto de 22.000 millones de euros a repartir entre nueve consejerías con muchos despachos que llenar y con suculentas partidas para repartir en publicidad institucional. Cuanto más alta es la subvención, más crece su figura. Y cuantos más cargos de libre designación haya a repartir, mayor es el entusiasmo del panegírico.
Hace tiempo que la presidenta madrileña decidió, como en su día hizo Esperanza Aguirre, marcar perfil propio con desparpajo y atrevimiento frente al resto del PP. Pero una cosa es delimitar un territorio propio y otra no reconocer la autoridad de quien la eligió para el cargo, que no fue otro que Pablo Casado. Y lo hizo, por cierto, en contra del criterio general del partido.
Negar, bloquear o ignorar las directrices del secretario general es echar un pulso al mismísimo presidente del partido. Teodoro García Egea no da un paso sin la anuencia de Casado. Y cuando Ayuso se pitorrea de uno y caricaturiza su responsabilidad, lo hace de toda la dirección del partido.
El lío adolescente e inoportuno que ha montado la presidenta regional por la fecha del congreso de Madrid no es un embrollo cualquiera ni tampoco un error que en la séptima de Génova tengan intención de pasar por alto. Esta vez, no. Ayuso se ha quedado sola porque en los diferentes territorios no entienden su empeño en confrontar con la dirección nacional. “Hay estupor generalizado porque una presidenta regional bloquee en su teléfono al secretario general de su partido, pero mucho más porque abriese un frente absurdo los días previos a la convención nacional para restar protagonismo a Casado y, ahora, desvíe la atención de un debate tan importante como es el de Presupuestos. Nadie lo entiende”, aseguran desde la calle Génova, donde no están dispuestos a ceder lo más mínimo.
El congreso se celebrará cuando toque y, hasta entonces, Casado y García Egea guardan silencio y tomarán nota de lo que va ocurriendo. Callarán hasta mayo. Siete meses más en los que Ayuso podrá patalear todo lo que quiera o languidecer y asumir el papel de víctima como ha hecho en los últimos días, pero el daño está ya hecho y la confianza no existe. En Génova no solo han tomado nota, sino que cuentan esta vez con el apoyo, dicen, del sentir general del partido sobre una Ayuso que caerá antes o después de su ensimismamiento, como antes cayeron Cristina Cifuentes o Esperanza Aguirre, ambas hoy un triste recuerdo de lo que fueron, una caricatura de sí mismas a las que nadie ya recuerda y mucho menos, respeta como referencia política.
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