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Bandadas de esdrújulas

Un momento de aplausos para los sanitarios durante el confinamiento de abril en Madrid

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Cientos de conversaciones se quedaron en el limbo. Todo aquello que no se dijo a la cara o que se pospuso a la semana siguiente permaneció desde entonces encerrado en un armario, clausurado con llave, tapiado con cemento. Las paredes del salón se convirtieron en hojas en blanco en las que dejar por escrito los diálogos que nunca se habían producido y que, muy difícilmente, iban a poder llevarse a cabo. Era importante que nada se olvidase para poder recitarlo más tarde y que todo quedase en orden. Guardar la escaleta para la obra del futuro y que al menos una parte de las conversaciones fantasma sirvieran luego de algo. 

La idea no era práctica y el final feliz no estaba asegurado. 

La boca empezaba a adormecerse. La lengua, que siempre había sido rápida y eficaz, estaba lenta y abotargada. Le costaba arrancar cuando sonaba el teléfono. Las mismas preguntas una y otra vez. Las mismas personas al otro lado del aparato. Los mismos mensajes. La misma desidia. ¿Hacemos videollamada? No, por dios. Y, sin embargo, varias nubes de vocablos la perseguían por toda la casa. Del balcón a la cocina. De la ducha a la cama. ¿El vecino de enfrente podría ver las bandadas de esdrújulas sobre su cabeza?

Las palabras colonizaron primero el salón, luego la entrada y más tarde las habitaciones. Desde el rodapié hasta el techo se amontonaron las cosas que no se habían dicho, los deseos que no se podían confesar por teléfono, las sombras de los pensamientos, las urgencias impronunciables y los poemas, que sonaban mucho mejor por dentro que por fuera. Eran tantas cosas y había tanto tiempo... La pregunta era si el gotelé sería capaz de aguantar con todo aquello o si las lágrimas, una noche oscura, lo borrarían todo hasta media altura y habría que ponerse a reescribir en cuclillas para que nada se perdiera. 

Los días empezaban muy en calma, apenas si se añadía un verso suelto en alguna esquina del pasillo. A la hora de comer, como mucho, se había dibujado un soneto en el cuarto del fondo, pero todo lo que quedaba escrito en esa coordenada, en el zulo del castillo, carecía de importancia. En medio del barullo, no todo tenía sentido. 

Lo más importante era atesorar los diálogos y los cuentos, poder recuperar las palabras de cariño o de cabreo que no se habían dicho porque las cosas que no se dicen se pierden para siempre. 

Luciérnaga, vértice, libélula, brújula,

cámara, célebre, célula, página, cálida,

sábado, mágico, fábula, escuálido,

recóndito, simpática, vómito, romántico,

último, vértigo, látigo, ángulo, afónico.

La bandada sobre mi cabeza sigue creciendo. 

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