Boomers y rojos
La diferencia entre la Transición y ahora es que en aquel tiempo todo era política, y hoy la política es un espejismo. No es que se haya despolitizado la vida, lo que pasa es que se ha despolitizado la política. Lo vimos este lunes en el cara a cara. Había un disco de los Kinks que se llamaba así, Face to Face (su canción más conocida es “Sunny Afernoon”). El disco es de los años 60, la década en que se pusieron de moda los cara a cara televisados. Una canción, una película, una viñeta, llevan dentro el mundo al que pertenecen. Empezamos leyendo tebeos y acabamos diciendo lo mismo que Paracelso.
En el interior de Feijóo, hay un presidente del Barça, un constructor en apuros, nadie se puede llamar Núñez impunemente. Hubo una época en que todos los chaflanes de Barcelona eran de Núñez y Navarro. Pero esta ciudad ha cambiado, y lo que antes era edificios en los chaflanes hoy son “super illas”, lo dejo en catalán, porque tiene algo de vaticinio, de conferir poderes a Illa, el socialista con rostro humano. Es un político hecho a prueba de Photoshop. Eso es porque sigue viviendo en la era cristiana, ahora, que todo es Inteligencia Artificial. Las religiones no son inteligencia, pero tampoco son artificiales. No son una cuestión de inteligencia, quiero decir.
De repente, Feijóo deslizó algo misterioso sobre la mesa. Era un contrato para que gobierne el partido más votado, como si gobernar fuese una cuestión de contratos y no de votos. Y ahí estuvo la carpeta todo el rato asomando el hocico lo mismo una serpiente que se acerca.
Era la misma carpeta con que Mitterrand intimidó a Giscard en el famoso cara cara que le hizo ganar las presidenciales, en 1981. François Mitterrand, la última figura de una República que agoniza entre chalecos amarillos de la vieja Francia y coches ardiendo de la que nunca llega, había dejado sobre la mesa de aquel debate una carpeta con el nombre escrito de Bokassa (aludía al escándalo de unos diamantes que Valéry Giscard d'Estaing había recibido durante su presidencia, como regalo del genocida y dictador de la República Centroafricana, autonombrado emperador Bokassa I). En ningún momento de la noche, Mitterrand aludió a su carpeta; pero la puso bien a la vista de Giscard y, cuando se veía acorralado, le daba golpecitos con la mano para hacerla presente. Acabado el debate, se supo que esa carpeta estaba vacía.
Tampoco Alberto Núñez Feijóo tiene nada dentro. Está vacío de programa. Leal a la política postliberal de externalizaciones, el Partido Popular también ha dado su programa afuera. Y se lo han confeccionado los de Vox. Feijóo estaba vacío pero no en blanco. Le envolvía el ruido de fondo, el ruido blanco, como el título, en castellano y en inglés, de la novela de Don DeLillo, obra maestra del posmodernismo. Núñez Feijóo es un derechista posmoderno, que ha relativizado a la extrema derecha. Todo lo que se dice de la izquierda actual, eso de haber sucumbido a la deconstrucción, está realmente en la derecha, que ha barrenado la verdad, incluso la suya.
Con aquel contrato inútil, impreciso y antidemocrático en una democracia parlamentaria, Núñez Feijóo se mostraba como alguien que está solo ante el peligro, igual que Gary Cooper. Él y su contrato solos, desafiando al poder. Esta es la clave del trumpismo. Se exalta a los malditos, a los perdedores, a los excluidos por las élites. Para ganar, a Feijóo le basta con hacerse pasar por perdedor. Por eso resultaba tan enojosa la permanente sonrisa de Pedro Sánchez, esa risa de partida de tute ganada. Porque ya nadie quiere que gane el que manda. Excepto los que de verdad mandan.
Pedro Sánchez habló en el debate como el más mítico de nuestros Sánchez, Alfonso Sánchez, el viejo crítico de cine. Con un discurso roto y tartamudeante. Sánchez no tenía ganas de ir al debate, se le notaba a la legua. No por nada, sino porque le daba palo. Lo comprendo perfectamente. Si propuso hacerlo hasta seis veces es porque ya estaba harto desde el principio. Núñez Feijóo, pareciendo que le daba miedo o que, cuando menos, tenía recelos, levantó una gran muralla china de mentiras que se ven desde la luna, y ahí ha quedado para siempre esa muralla de falsedades como otro gran monumento de la derecha española, que ya no es derecha, sino ultraderecha y, cada vez más, medio española, pues reniega de la mitad de sus ciudadanos y ciudadanas, por lo menos.
Estoy echado a perder. Nací boomer y rojo, lo primero lo decidieron mis padres, lo segundo también, pero sin darse cuenta. La historia de mi familia es la historia de España. Siguiendo el debate televisivo del lunes, yo veía televisión y no debate. Soy una criatura telespectadora. La tele fue mi primera biblioteca. Así, la otra noche descubrí que lo que estaba viendo era en realidad un cara a cara entre Locomotoro y el tío Aquiles. Locomotoro era la estrella de los Chiris (dejadme que llame así a los Chiripitifláuticos). El tío Aquiles iba vestido a lo Hermann Tertsch, por decirlo de una manera premonitoria.
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