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El buen desescalador

El Día Mundial de la Salud reivindica a la enfermería en su año más heroico

Antón Losada

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Viendo los denodados esfuerzos del ministro de Sanidad, Salvador Illa, por dejarnos claro una y otra vez, en las ruedas de prensa de este fin de Semana Santa, que continuábamos en fase de confinamiento, no de la desescalada anunciada por alguno de sus colegas, a lo mejor sería un buen momento para que, en la Moncloa, vuelvan a preguntarse por qué será que todos los expertos en gestión de crisis recomiendan de manera unánime hablar con una sola voz y un único portavoz.

Por razones difíciles de comprender, hemos pasado de discutir cómo salimos de esta, a debatir si hemos tardado mucho o poco y a quién hay que culpar. Sería conveniente que alguien con mando en plaza hiciera de buen desescalador y centrase de nuevo la cuestión donde debería estar: lo importante y que aún sigue pendiente de resolver es cómo salimos de esta.

El tránsito de la fase de contención de una crisis a su resolución demanda darle un significado a todo cuanto ha pasado. Conforme la amenaza, la incertidumbre y la urgencia comienzan a despejarse o a percibirse así, todos necesitamos entender qué ha pasado y darle un sentido a todo el sufrimiento acumulado para poder pasar página y seguir adelante con un propósito y un objetivo. Quien sabe darle ese significado resuelve la crisis.

Los miles de sanitarios que se han batido en primera línea, con enorme riesgo personal y en precarias condiciones, necesitan que alguien les asegure que toda esa abnegación ha servido para algo, que la sanidad pública no volverá a ser maltratada, abusada y deteriorada por un puñado de abusones de colegio. Necesitan tener la certeza de que, tras los aplausos, esta vez, no vendrá el olvido de cada fin de la función sino el reconocimiento profesional, los medios, las condiciones de trabajo y la inversión pública que se le debe a nuestro sistema sanitario desde hace más de dos décadas.

Los miles de mayores que han muerto, o que se han visto señalados en los titulares y comentarios como las víctimas prescindibles o abandonados a su suerte en residencias de las cuales nadie quiere saber nada hasta que no queda más remedio, necesitan tener la certeza de que no volverán a ser señalados como privilegiados que sacrifican de manera egoísta las oportunidades de los más jóvenes para irse de vacaciones a Benidorm o forrarse a paracetamol gratis. Que serán tratados, esta vez sí, con el respeto y la consideración ganada a pulso y que tenemos la obligación civil de devolverles.

Los millones de trabajadores precarios y mal pagados que han perdido o temen perder su empleo, que se han presentado cada día a trabajar para que no nos faltara ninguno de esos productos de primera necesidad, requieren saber que no se va a repetir la historia de 2007. Que no se va a distribuir sin más el sufrimiento y a quien le toque que se aguante y se arregle como pueda. Se han ganado el derecho a que alguien les garantice que, esta vez, se va a redistribuir en función de la capacidad de cada uno de nosotros para soportarlo. Todos hemos sufrido, pero unos mucho más que otros; no lo olviden nunca.

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