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El candidato en funciones

Miguel Roig

Hace un mes hacíamos conjeturas sobre los pasos que Albert Rivera podía dar de cara a la investidura de Mariano Rajoy. La ausencia de una propuesta, al menos económica, que haga diferente la opción de Ciudadanos frente al programa del Partido Popular y su respaldo al Gobierno de la presidenta Cristina Cifuentes en Madrid, hacían previsible que su apoyo activo en una hipotética votación de investidura a Rajoy sería posible tanto en una primera instancia como en una segunda vuelta en la que la mayoría simple sirve para alcanzar la Moncloa.

Un par de semanas después nos planteábamos si realmente podría Rajoy alcanzar su cometido y si había error alguno en las tres variables de Pedro Sánchez: votar no a la investidura de Rajoy, no buscar un gobierno alternativo y evitar unas terceras elecciones. Si esto último es correcto significa que Sánchez espera que aparezca un candidato alternativo ya que de lo contrario estaríamos ante un sofisma más.

El diputado socialista, es verdad, ha proporcionado en ese sentido –el de los sofismas– una amplia variedad de relatos de carácter absolutamente líquido. En la campaña que precedió al 20D, Sánchez no dejó de señalar al bloque conservador formado por los populares y Ciudadanos, no vislumbrando matices políticos entre ambas formaciones (hecho relativamente cierto). Una vez celebradas las elecciones se sentó a negociar en la «mesa a cuatro» propuesta por Alberto Garzón que nucleaba a todo el espectro de la izquierda y al tiempo que asistía a estas negociaciones estaba acordando la bases, en una mesa paralela, de un pacto con Ciudadanos. Disuelta aquella legislatura, Sánchez hizo campaña denunciando al populismo de la confluencia de la izquierda al tiempo que pedía el voto de los «comunistas de corazón».

De un tiempo a esta parte, el «no es no» que ofrece a Mariano Rajoy lo acompaña con el consejo al presidente en funciones de que oriente su búsqueda en los votos de la derecha. Obviamente solo se puede referir al apoyo, ya hoy consolidado, de Ciudadanos y el de algunos nacionalistas. Sánchez ha vuelto a colocar al partido de Rivera a su derecha.

Esta deriva narrativa no tiene demasiadas opciones porque está mucho más próxima a una táctica en términos de gestión funcional que a una estrategia política en relación al poder.

Siguiendo, entonces, su criterio táctico, pareciera que el líder socialista ha vinculado su supervivencia a la de su partido. La abstención del PSOE en una segunda votación otorgarían al núcleo de Izquierda Unida y Podemos, reforzados por algunas opciones nacionalistas, el rol de la oposición de izquierda con el consiguiente malestar del establishment. Una reforma exprés de la Constitución, como la realizada entre el expresidente Rodríguez Zapatero y el entonces líder de la oposición, Mariano Rajoy, sería impensable con estos actores.

No son pocos los que aventuran que podrían llegar abstenciones por la vía nacionalista para evitar a los socialistas el coste de la suya pero aún de esta forma la investidura no estaría asegurada.

Así las cosas, de prevalecer una intención de mantener el status quo político habría que comenzar a pensar en un candidato popular alternativo. Hay quienes ven esta salida en el terreno utópico sin más pero su concreción amén de otorgar respiración artificial a los socialistas evitaría a Ciudadanos entrar en la senda, posiblemente inevitable, que transitó hacia las sombras Nick Clegg y los Liberal Demócratas ingleses cuando acompañaron en el Gobierno a David Cameron.

Unas terceras elecciones no son la garantía de nada para nadie. El carácter volátil e imprevisible del voto debe su condición a la sustitución de la política por este simulacro de la realidad. Con lo cual, aunque Rajoy crea que volvería a casa por Navidad puede que esta vez su permanente apología de la ausencia política acabe con él y se convierta en un candidato en funciones.

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