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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Están cayendo como ratas

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Motos, en El Hormiguero. (Archivo)
21 de diciembre de 2021 22:08 h

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Así comenzaba esta semana un programa de entretenimiento: El Hormiguero de Antena3. “Con esta ola, la gente está cayendo como ratas”, dijo su presentador ante 2.413.000 espectadores. Todos conocemos casos cercanos, sí, la variante ómicron del Covid19 parece ser mucho más contagiosa y llega tras casi dos años de pandemia cuando muchos creyeron -sin base- que esto se había acabado. Pablo Motos señaló a Pedro Sánchez y animó a que cada uno se proteja con un genérico: “no esperéis que nos salven ellos”.

Precisemos. Si están cayendo muchos “como ratas” es en la distorsión de la realidad. Nunca debió nadie dejar de protegerse contra el coronavirus, ni contra los bulos, ni contra las informaciones parciales, ni contra el miedo. Toda circunstancia adversa ha de afrontarse con medida y racionalidad.

Los datos son preocupantes. En el Reino Unido los contagios han registrado un aumento del 60,8% en una sola semana. Y a ese ritmo va en otros países. En España también se ha disparado la incidencia. Y la variante ómicron ya se detecta en el 47% de muestras analizadas hasta el día 12. La semana anterior era en el 3,4%. Y sin duda hay positivos no contabilizados en las colas ante los Centros de Salud. La OMS llama a cancelar las celebraciones de Navidad. Las medidas encuentran resistencia en una ciudadanía cansada y sobre todo entre los más irresponsables e insolidarios. Pero de cualquier modo, apenas hace 10 días la promoción de las compras, los tumultos para satisfacerlas, era una constante. Una auténtica presión.

Desde el principio el Covid19 desenmascaró las carencias del sistema, todas. La permanente lucha ha sido y es entre la bolsa y la vida. La economía y la salud, decían. Los científicos aseguran y demuestran que los no vacunados propician las mutaciones del virus. Pero el capitalismo reinante no quiere afrontarlo. Lo explicaba a la perfección aquí Olga Rodríguez hace unas semanas: “Que la falta de vacunas en países en vías de desarrollo abriría vías a nuevas variantes de la COVID era una crónica anunciada ante la que no se tomaron medidas suficientes para evitarla”. Y añadía: “Si hay que elegir entre la vida de seres humanos o la perpetuación del enriquecimiento de una élite, el modelo actual demuestra que opta por la segunda opción”. Esta es la base, luego nos encontramos con los problemas añadidos.

De ahí veníamos ya. Del desmantelamiento previo que el neoliberalismo feroz hizo de la sanidad pública desde aquel Consenso de Washington, más de 30 años atrás, que en España el PP en particular aplicó con precisión. La pandemia nos pilló sin medios. En nuestro país sin duda, sobre todo en algunas comunidades. Era la tormenta perfecta. Pero los medios de promoción del sistema distrajeron la atención sobre la raíz. A pesar de los síntomas, de las realidades, de unos profesionales exhaustos que han caído hasta en depresión y que vuelven a estar exprimidos porque -ni ante esta situación de emergencia de nuevo- se arbitran las medidas precisas.

Llegada la sexta ola, sale a la palestra Isabel Díaz Ayuso con la Comunidad de Madrid a su cargo como epicentro de los contagios en España y dice que “no está en condiciones de cambiar su estrategia sanitaria y económica”. Que le viene mal tanta ola del virus. Y que ya ha hecho suficiente esfuerzo. Dos hospitales, dice. Uno, el inservible almacén Zendal en el que metió 150 millones de euros con los sobrecostes, y el de campaña que se montó transitoriamente en IFEMA como plató de promoción. El problema es de los casi 7 millones de ciudadanos residentes en Madrid. Porque en el balance real de Ayuso está haber priorizado el gasto en ladrillos a la salud, el récord de aumento de la mortalidad para Madrid o tener devastada la Atención Primaria al extremo de provocar la rebelión hasta del Colegio de Médicos, que no cesan de advertir cómo los centros de salud están al borde del colapso. De momento, las colas para hacerse un test o pedir la baja médica se alargan hasta la noche.

Este martes la situación se ha agravado. Los contagios se han desbocado en Madrid que ha comunicado 11.221 contagios, la cifra más alta registrada en toda la pandemia. Ayuso se ha dedicado a dar vueltas como una peonza cambiando varias veces las directrices. Incluso se ha animado a insultar a los profesionales de la sanidad diciendo: “En los centros de salud hay tensión, se cuelgan pancartas y no todos quieren trabajar y arrimar el hombro”.

Aún resuenan las risas de Ayuso y Pablo Motos en el mismo programa en el elogio de los bares y terrazas que la catapultó al triunfo electoral. Los hechos acarrean consecuencias y no se pueden aparcar según convenga. ¿Tiene todo esto alguna coherencia en el momento actual? El exministro García Margallo ya se ha apuntado a desviar la atención al repetir el bulo -falso como sabe- de a cargo de quién estaban los geriátricos donde murieron miles de ancianos. El periodista Manuel Rico recuerda la verdad todos los días, pero ni se inmutan.

 Conocer la realidad evita caer como ratas en las jaulas de la mentira.

Y ahí tienen a Castilla y León. Pendientes de juicio por la trama eólica, el presidente Alfonso Fernández Mañueco, del PP, convoca elecciones anticipadas y cesa a todos los consejeros de Ciudadanos entre ellos a la de Sanidad en este momento crucial de pandemia. La versión de ABC es que se trata, como siempre, de “cercar a Sánchez”. Para eso, dice, llaman a las urnas. Inés Arrimadas ni se enteró de lo que le cocían. Le había dado garantías Mañueco de que no iba a suceder tal cosa. Y así ella pudo dedicarse con toda comodidad a despotricar contra la inmersión lingüista en Catalunya y contra el Gobierno de España, cargando sus palabras de separatismos, rendiciones y demás lenguaje deliberadamente bélico, en estos días críticos.

Los rastreadores no dan abasto: “Cada día nos quedan 12.000 contactos estrechos por llamar”, dice una profesional en Catalunya. Quejas por la saturación de la sanidad en Andalucía también, y otras comunidades. El sistema depauperado no da de sí, porque no quieren reforzarlo.

Pedro Sánchez convoca para este miércoles una Conferencia de Presidentes autonómicos. Durante más de un año seguí para mi libro La Bolsa o la Vida los avatares de este país a diario. El Gobierno padeció una sesiones para establecer y prolongar cada vez el estado de alarma con interlocutores que parecían de otro planeta. Lo que se oyeron Pedro Sánchez o Pablo Iglesias para sacar adelante la votación nos estremeció de asco a millones de personas. Mentaron hasta ETA y Paracuellos. El PP acusó a Sánchez de haber establecido “una dictadura constitucional” –tras avalar la que sí se estaba produciendo en Hungría-. Ayuso ya reinaba como oposición a Sánchez, con su venta de las terrazas, que fue su despegue desde valoraciones mínimas. Y el Tribunal Constitucional caducado –el renovado es peor si cabe- remató declarando inconstitucional el estado de alarma. No conozco ningún otro país en el que haya sucedido. A partir de ese momento Sánchez delegó en las Comunidades y así estamos. Dicen desde el gobierno que la situación no está tan mal como hace un año y descartan medidas drásticas.

Catalunya retoma restricciones duras contra el Covid -porque se puede hacer-, y pide que lo pongan en práctica en toda España, pero el resto de las comunidades aún las descarta. Ayuso, para Madrid, desde luego. Dentro de los cambios operados en sus notas, declaraciones y protocolos de este martes récord absoluto de contagios en Madrid, parece que no es partidaria de que se cancelen cenas de Navidad, en contra del criterio de la OMS, ni del teletrabajo, opta por cuarentenas restringidas y salvo que se tenga más de 38º de fiebre prefiere que cada cual se busque la vida antes de ir al hospital. No hará PCR al que se haya auto testado de antígenos por su cuenta y haya dado positivo, por ejemplo. La ciencia y la salud de los ciudadanos no parecen nunca su prioridad. Y menos ahora que “no está en condiciones de cambiar la estrategia sanitaria y económica”.  

Lo peor es que, colapsada de nuevo por el Covid, se ha resentido la atención cotidiana de las enfermedades. Hasta la citas para Atención Primaria se demoran, ni cogen el teléfono aseguran muchos ciudadanos. Los excesos de mortalidad también son por esa causa; no hay tiempo para cuidar de las dolencias crónicas o de las que van surgiendo. A estas alturas del progreso estas limitaciones sobre asuntos vitales para que algunos se lucren es incomprensible. Y ése es el fondo. ¿Hemos caído como ratas en el delirio?

Este año será mayor la apelación a la salud ante la suerte escurridiza de la lotería, aunque seguramente sin dar los pasos exigibles para garantizarla. Una ratonera se llena de miedo. En otras, apuestan por la negación porque ya están cansados de pandemia y creen –suponen- que no se infectarán. Se apoyan, además, en argumentos como el “unos dicen, otros dicen”, para elegir lo que más les gusta. El camino sería que todos los países tuvieran acceso a las vacunas -liberando patentes si es preciso-, seguir investigando, y de momento tomar precauciones. Indispensable la de buscar la verdad, acceder a informaciones más completas y matizadas, operar con la razón, con prudencia y sin miedo, y descartar a todos los embaucadores que lastran demostradamente nuestra vida.

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