La ciudad es nuestra. Ganemos Madrid
Tras la aprobación, en el plenario del pasado 20 de diciembre, de un reglamento de primarias abiertas a la ciudadanía y la obtención de 30.000 firmas que validan el apoyo popular a la iniciativa, Ganemos Madrid ha dado un paso adelante en su intento por desalojar en las próximas elecciones municipales a la oligarquía neoliberal del Ayuntamiento de la capital. Cuando dichos comicios se celebren en la primavera de 2015 se habrán cumplido 40 años desde que en 1975 T. Calabuig y M. Cóndor rodasen “La ciudad es nuestra”, una película sobre la movilización vecinal que durante las décadas de los 60 y 70 generó profundos cambios en el espacio, en la cultura y en las relaciones sociales y políticas de esta ciudad. Al calor de la lucha en los barrios de esos años fue emergiendo –desde abajo y frente al desarrollismo devorador del franquismo– un modelo urbano alternativo, una noción de ciudad que puso sobre la mesa de la Transición la cuestión de la democracia local. Durante la sustitución de la dictadura el movimiento vecinal reivindicó en la calle, con multitudinarias manifestaciones como las de 1976 en Preciados y Moratalaz, una concepción participativa y comunitaria de la gestión municipal. En 1977 ya existían más de 100 asociaciones de este tipo en Madrid, en las que tomaron parte decenas de miles de personas. Una multitud de vecinos y vecinas que ya no sólo reclamaban semáforos y farolas para sus calles, sino también que se les “tuviera en cuenta” a la hora decidir el destino de sus barrios. La ciudadanía democrática no fue el mero producto de la Constitución de 1978. Ya estaba allí antes, creando las condiciones sociales que hicieron posible el cambio político a nivel local.
No obstante, una vez iniciados los pactos con los herederos del franquismo, los partidos de izquierdas –que en la oposición contra la dictadura habían defendido la democracia en términos participativos– abandonaron tal enfoque en nombre de la estabilidad y consolidación del nuevo régimen. La canalización del conflicto social en favor del acuerdo entre elites fue acompañada de la implantación de una concepción pasiva y despolitizada de la ciudadanía democrática. Manuel Castells señala que a partir de ese momento las formaciones de izquierdas descabezaron a las asociaciones de vecinos e institucionalizaron sus demandas y repertorios. Aun así, tras la victoria de las fuerzas progresistas en las primeras elecciones municipales de 1979 se pusieron en marcha importantes proyectos que cambiaron la cara de la ciudad, como fue la Operación de Remodelación de Barrios, un hito en la transformación urbana y en la construcción de vivienda pública en la capital. Pero el precio a pagar fue la definitiva pérdida de autonomía de un movimiento ciudadano que desde principios de los años 80 inició una larga travesía en el desierto.
No obstante, y a pesar del amansado devenir de muchas asociaciones vecinales en los últimos treinta años, Ganemos Madrid no tendría que ser ajeno a la que podría ser la base de su legitimidad social: la reivindicación de la lucha barrial que se fraguó en el combate contra el franquismo y que posteriormente fue reavivada por la eclosión del movimiento 15M. La creación, durante la primavera y el verano de 2011, de decenas de asambleas populares en los barrios de Madrid vino a reconectar con algunas de las prácticas de auto-organización ciudadana ensayadas por el movimiento vecinal durante el tardofranquismo y la transición. De forma similar a las antiguas asociaciones de barrio, las nuevas asambleas quincemayistas trataron de fomentar la participación vecinal en la vida comunitaria, recuperar la calle, politizar el espacio público y desmercantilizar el ocio. En verdad, tanto las parroquias “rojas”, las casas del barrio, los clubes juveniles, los cine-fórums y economatos de los años 60 y 70 como las asambleas, centros sociales ocupados, cooperativas y proyectos autogestionarios nacidos del 15M conforman las dos experiencias de movilización barrial más significativas del Madrid contemporáneo. Un patrimonio simbólico y emotivo que un movimiento municipalista como Ganemos no debería de desperdiciar.
Parece claro que el futuro de esta plataforma ciudadana depende de la confluencia electoral con Podemos, IU, Equo y otros actores socio-políticos. En ese sentido la reciente creación de una comisión de trabajo que contacte y dialogue con estas organizaciones supone un importante avance. Pero convendría no olvidar que las opciones de una iniciativa como Ganemos, que no dispone del liderazgo mediático de otras formaciones, también están estrechamente relacionadas con su capacidad para enlazar con las principales tradiciones históricas de movilización popular en los barrios. Las posibilidades de Ganemos de llegar al gobierno municipal, y una vez allí funcionar como una verdadera herramienta de transformación, pasan por asimilar el ADN combativo y disruptivo de dos de los movimientos urbanos más importantes en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Pero para invocar esa herencia emancipadora, Ganemos necesita de una apuesta “movimentista” más decidida, que entronque con las prácticas, repertorios y dinámicas que llenaron las calles en 1976 y 2011. La necesaria “confluencia política” con miras electorales servirá de poco sin una “confluencia social” por abajo, construida en el trabajo cotidiano de empoderamiento y movilización en los barrios.