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Esta columna la escribe una niña de 8 años

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Violeta Assiego

Hace unas semanas pasó por casa una peque de 8 años. Forma parte de esa familia biográfica que todas y todos tenemos, de esa gente querida que nos encontramos en la vida y que es parte de nuestra historia, de nuestra biografía. Nos pusimos a merendar y le pregunté que cómo le había ido el día en el cole. Me contó algunas cosas sueltas y, acto seguido, ella preguntó qué había hecho yo. Le conté que había estado dando clase. “¿Sobre qué?”, insistió. “Sobre los derechos que tenemos las personas”, le dije. “¿Y sobre los derechos de los niños también?”, quiso saber. “¿Y qué derechos crees que tenéis los niños?”, le dije retándola a ver que me decía mientras recogíamos la cacharrería que habíamos desplegado para merendar.

Tras su primera y sorprendente respuesta, decidí coger un boli y pedirle que me fuera diciendo los derechos que ella creía que tenían las niñas y niños. Es esa lista la que hoy da forma a esta columna. He esperado hasta este miércoles, día en el que se celebra el treinta aniversario de la Convención de los Derechos del Niño para 'cederle' este espacio a una niña de 8 años. No solo porque tenga muy claro cuáles son algunos de los derechos que tienen los que son como ella, sino porque las niñas, niños y adolescentes tienen voz y capacidad para hablar por sí mismos.

Aquí van:

Tenemos derecho a hablar porque si uno no lo tuviera, si no nos dejaran hablar o nos hacen cosas malas por hablar eso sería un 'mal derecho'.

Tenemos derecho a comer porque si no, no podríamos vivir.

Tenemos derecho a vivir con nuestras familias porque si no tuviéramos derecho a vivir con nuestras familias estaríamos bastante tristes.

Tenemos derecho a poder ir a colegio porque si no vamos al colegio no aprendemos.

Tenemos derecho a llevar la ropa que queramos porque si no, no nos sentimos nosotros mismos.

Tenemos derecho a ducharnos porque si no, todo el rato estaríamos sucios.

Tenemos derecho a ser libres como Marga (Marga es una mujer trans que ella conoce); que es chico pero que es chica y que tiene que ser lo que él o ella quiere ser.

Tenemos derecho a escribir porque así podemos comunicarnos de otra manera con las personas.

Tenemos derecho a dormir porque si no, no descansamos.

Tenemos derecho a viajar para conocer nuevos sitios porque si no, nos aburriríamos mucho.

Tenemos derecho a tener amigos porque tus amigos son un poco tu familia. Así, tienes amigos con quien divertirte.

Tenemos derecho a querer porque si no tienes a nadie a quien querer estarías muy triste.

Tenemos derecho a tener casa porque si no, no nos sentiríamos como en casa.

Desde el día en que sucedió esa conversación hasta hoy han pasado muchas cosas en España. Hoy hay un partido en el Congreso, Vox, que propone descolgarse de la Declaración de los Derechos del Niño para poder expulsar a los que llegan solos a nuestro país. El mismo partido que cuestiona a los niños homosexuales y trans y que intenta en distintas comunidades introducir medidas como el 'pin parental', que en la práctica cercena la educación en diversidad afectivosexual a la que la infancia tiene derecho.

El retroceso en sus derechos, los de la infancia y adolescencia –al igual que pasa con los del resto– está a la vuelta de la esquina. Cuando miembros de una formación política, desde sus creencias personales y/o religiosas, propone no cumplir algo tan elemental como la Declaración de los Derechos del Niño, nos está lanzando un claro mensaje: su propuesta política pretende violar los derechos humanos más elementales.

Treinta años después, es cierto que los avances en los derechos de la infancia y adolescencia no son lo suficientemente tangibles como para poder celebrar su cumplimiento total y global. Sin embargo, la Convención que hoy se celebra sí es lo suficientemente importante como para asegurar que la vida de millones de niñas, niños y adolescentes es mucho mejor desde que se aprobó y la ratificaron más de 190 Estados para que ahora venga Vox y proponga que nos descolguemos.

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