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Así creamos ilusiones sobre los partidos políticos para proteger nuestra visión del mundo

Esperanza Aguirre en una imagen de archivo

Esther Samper

Nuestra forma de ver el mundo dista mucho de ser perfecta. La forma en la que procesamos la información de aquello que nos rodea está optimizada para ser rápida y eficiente, pero no correcta ni racional. En términos evolutivos, la supervivencia del ser humano ha dependido principalmente de acciones rápidas frente a peligros inminentes. Así, cuando un depredador acechaba a uno de nuestros antepasados, éste no tenía tiempo para hacer sesudos y racionales análisis sobre qué decisión aumentaba más las posibilidades de sobrevivir de forma estadísticamente significativa: si luchar, huir o hacerse el muerto. La clave era actuar rápido con la poca información disponible, no paralizarse pensando racionalmente sobre todos los posibles escenarios. En muchos de los casos, las decisiones podían ser correctas, pero tampoco tenían por qué serlo en el 100 % de ellas.

A esta forma simplona pero ágil de analizar nuestro mundo se suma otra peculiaridad más de la psique humana: nos gusta mucho que nuestra visión del mundo tenga una coherencia interna. De hecho, el ser humano suele resistirse con fuerza a aquellas ideas y hechos que cuestionan o contradicen esa lógica irracional de nuestra mente. No es precisamente agradable cambiar de opinión sobre asuntos importantes y reconocer que estábamos equivocados. Además, siempre existe cierta tensión entre adaptarse a los nuevos tiempos, por un lado y, por otro, proteger las creencias importantes de nuestra psique. Tanto es así, que utilizamos muchos esfuerzos cognitivos irracionales (normalmente de forma inconsciente) para evitar cualquier elemento transgresor que ponga en jaque nuestras creencias.

Estos errores sistemáticos o desviaciones de la racionalidad a la hora de tomar decisiones o realizar juicios no se tratan, ni mucho menos, de anomalías en nuestra cognición, más bien al contrario: es una de las maneras normales en las que funciona. De esta forma, entre la gran variedad de herramientas mentales que la humanidad emplea para que su visión del mundo tenga los mismos conflictos internos que el país de la piruleta o los mundos de Yupi se encuentran las ilusiones causales.

¿Qué son las ilusiones causales? Se tratan de sesgos o prejuicios cognitivos por los cuales una persona percibe que un determinado hecho o acción es la causa de algo sin que exista realmente ninguna prueba al respecto. Es un sesgo extremadamente cotidiano y es especialmente frecuente cuando esa ilusión causal respalda nuestra visión del mundo y se da en multitud de ámbitos en nuestra vida y desempeña un papel muy poderoso en el establecimiento y mantenimiento de prejuicios sociales, estereotipos y racismo. La política, como ámbito con fuertes implicaciones en nuestra vida y en nuestra forma de pensar, es otro terreno en el que estas ilusiones aparecen en abundancia.

Recientemente, investigadores de la Universidad de Deusto, liderados por la doctora Helena Matute, han publicado un artículo científico que nos aporta más conocimientos sobre las ilusiones causales con respecto a las orientaciones políticas. Para ello, 88 voluntarios procedentes de España y Reino Unido respondieron un cuestionario online en el que se presentaba exactamente la misma información a todos ellos: Un determinado gobierno tomaba una serie de decisiones y, a continuación, se informaba sobre si ciertos indicadores de una ciudad mejoraban o empeoraban. En realidad, no había ninguna relación de causalidad entre las medidas del gobierno y los cambios en los indicadores, todo era al azar.

Los resultados que ofrecían los participantes, sin embargo, eran muy diferentes de esta realidad. Aquellos participantes que se posicionaban ideológicamente a la izquierda creaban la ilusión de que el gobierno de izquierdas era más exitoso en mejorar los indicadores de la ciudad que el partido de derechas. Así mismo, los participantes que se definían de derechas mostraban justo el patrón opuesto. Es decir, a partir de exactamente la misma información, las personas del estudio habían creado selectivamente una ilusión causal según su afinidad política, con interpretaciones muy diferentes. Concretamente, asociaban las acciones de su gobierno afín con resultados positivos. Se ponía así en evidencia, una vez más, que las ilusiones causales aparecen como una forma de reforzar nuestra visión del mundo, en este caso de nuestra orientación política.

Otros estudios anteriores ya habían detectado patrones similares con métodos diferentes. La gente, por lo general, tenía errores sistemáticos a la hora de razonar sobre causas y efectos y las conclusiones que establecían encajaban con sus visiones del mundo político. En el mundo real, esto tiene profundas implicaciones. Significa que los discursos racionales en ámbitos vitales como la política y la economía, por muy bien argumentados que estén y por muchas pruebas que se ofrezcan, van a contar con el rechazo sistemático e inicial de las personas cuyas creencias están puestas en juego. Lo contrario también ocurre. Si los defensores de una determinada ideología política están plenamente convencidos de su sistema de creencias, no necesitan de pruebas para llevar a cabo acciones afines a esta forma de pensar. En todo caso, verán pruebas que las respalden allá donde no estén.

Por poner un ejemplo reciente en este asunto: Los gobiernos de Esperanza Aguirre y de Ignacio González estaban plenamente convencidos de que el liberalismo económico aplicado a la sanidad (es decir, la privatización de la sanidad) era la mejor opción. El mantra repetido por ellos era prácticamente el mismo “La empresa privada es más eficaz”. Ahora sabemos que un reciente informe oficial certifica que no hay pruebas por ningún lado de la eficacia de la privatización sanitaria en Madrid. Es sólo un caso particular en una región concreta de España, podrían seguir diciendo los convencidos en esta ideología, pero se olvidarían de los múltiples estudios que comparan la atención sanitaria pública y privada en distintos puntos del mundo, donde se reflejan las ventajas de la sanidad pública.

Decía Esperanza Aguirre hace un tiempo que, en política, “hay que venir llorado de casa”. Desafortunadamente, lo que realmente tendrían que dejar en casa los políticos son los múltiples sesgos cognitivos con los que toman decisiones y crean discursos. Puede que, inicialmente, esto hiciera pupita a sus psiques, pero sería beneficioso para todos a largo plazo. Así pues, hago un llamamiento público a todos los políticos, independientemente de su pelaje y color: ¡Por favor, vengan “asesgados” de casa! ¿Cómo? Déjense asesorar científicamente en lugar de dejarse adoctrinar ideológicamente.

Para saber más: Causal Illusions in the Service of Political Attitudes in Spain and the United Kingdom

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